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____________________ EPÍLOGO pobreza sea su deseo de imitar a Cristo, viene como algo derivado de la vivencia anterior. Francisco ama tiernamen– te a Cristo. Pero a éste lo contempla en total pobreza, al mirarlo desnudo en cruz. Una vez más, el gran biógrafo del Santo, Celano, nos da lo más medular de esta viven– cia en la respuesta que dio Francisco a quien le proponía leer la Escritura para hallar consuelo a su dolor. El Santo reconoce ser bueno este recurso al testimonio de las Es– crituras. Pero alega que no necesita muchas cosas. Y al fin pronuncia estas palabras que aún nos calan tan hon– do: «Hijo, sé a Cristo, pobre y crucificado -Fili, scio Chris– tum pauperem et crucifixum». Si el mismo Francisco establece conexión en su amor a Cristo en cuanto pobre y Crucificado, nadie se atreverá a romper esta unión. Nadie menos que Francisco que lo irá proclamando en toda coyuntura que se le ofrezca. Re– cojamos algunos momentos más señeros. El de más urgencia, por imponer obligatoriedad, es el de la Regla Bulada, cuando en el capítulo VI prescribe a sus frailes: «Sirvan al Señor en pobreza y humildad y va– yan por la limosna confiadamente. Y no tienen por qué avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo». La motivación que alega el Santo a favor de su querida pobreza rezuma savia de la que hemos lla– mado su raíz esencial. La misma savia sube por la Regla no Bulada cuando recuerda que «nuestro Señor Jesucris– to, el Hijo de Dios vivo omnipotente... fue pobre y hués– ped y vivió de limosna tanto El como la bienaventurada Virgen y sus discípulos». Incontables pasajes de las fuentes franciscanas ponen en relieve la conexión que Francisco vivía entre su amor a Cristo y su amor a la pobreza. Una florecilla seráfica, que esta vez nos la cuenta Celano, resume la esencia viva de estos testimonios. Esta es la florecilla aludida: «Suce– dió una vez que, al sentarse para comer, un hermano re– cuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cris– to, su Hijo. (Francisco) se levanta al momento de la mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra. De aquí que afirmase que es virtud regia, pues ha brilla– do con tales resplandores en el Rey y en la Reina». Esta reflexión que hace aquí Francisco muestra al ojo la raíz fecunda de su amor a la pobreza. La otra raíz, que hemos llamado complementaria, tie– ne que ver con lo que en Teología Espiritual son los me– dios de perfección. Es este un tema muy clásico en la estructura de una ascética sistemática. En la franciscana esta importancia es menor. La esencia de esta espirituali– dad está tan impregnada de la relación personal con Cris– to que el tema, tan traído y llevado, de los medios de perfección viene a ser en ella algo aséptico y secundario. No obstante, San Francisco tiene en cuenta que es nece– sario actuar los medios de perfección para poder lograrla. Pero es muy de advertir que entonces San Francisco radi– caliza esta virtud de la pobreza para pedir, no sólo el des– pego de los bienes materiales, sino también lo que es más 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ difícil, de los espirituales. San Buenaventura recoge este mensaje de San Francisco cuando escribe: «Decía también: "El que quiera llegar a la cumbre de esta virtud debe re– nunciar no sólo a la prudencia del mundo, sino también -en cierto sentido- a la pericia de la letra... pues nadie abandona perfectamente el siglo mientras en el fondo de su corazón se reserva para sí la bolsa de los propios afectos"». Practicada así la pobreza es cuando San Francisco la juzga medio eficaz de perfección. Desde esta perspectiva ascética legisla así en el capítulo VI de la Regla Bulada: «Esta es la excelencia de la altísima pobreza, la que a vo– sotros, mis queridos hermanos, os ha constituido en he– rederos y reyes del reino de los cielos; os ha hecho pobres en cosas y os ha sublimado en virtudes. Sea esta vuesta porción, la que conduce a la tierra de los vivientes». Se– gún esto, la pobreza sublima en virtudes y abre la tierra de los vivientes. ¿Estos títulos nos son válidos para decla– rarla excelsa virtud en los caminos de la perfección místi– ca? Así era, al menos, en la mente de San Francisco. Al final de este análisis de la tercera vivencia place cons– tatar su influjo histórico. Se ha dicho que Francisco trajo «una nueva manera de contemplar la vida». Como esta manera es profundamente cristiana, más bien debe decir– se que hizo revivir Francisco la genuina perspectiva evan– gélica. En dos temas queremos resumir esta revivencia: primero, en ver la creatura totalmente dependiente de su Creador; segundo, en hacer de la misma una escala para subir hasta El. Traspira el Evangelio estas dos verdades cuando Jesús afirma que hasta los cabellos de nuestra ca– beza están contados por el Padre de los cielos y que la bondad de éste se refleja en el pájaro al que alimenta y en el lirio al que viste. Es indudable que con San Francis– co estas dos verdades cristianas vuelven a adquirir candor evangélico. C.K. Chesterton, con el ingenio de contrastes que le caracteriza, se ha detenido en exponer la primera de las dos verdades. Hace de ella un momento central de su re– flexión sobre San Francisco. Sensibiliza el sentido de de– pendencia respecto del Creador, con el que vio Francisco la creación entera, en el Juglar de Nuestra Señora. Danza– ba éste en honor de la Señora celeste, pero acababa siem– pre su danza con las piernas al aire y la cabeza hacia abajo, viendo el mundo al revés. En este ver el mundo al revés, en total dependencia, como amenazando caerse en cual– quier momento, consistiría la vivencia a la que llegó Fran– cisco por el despego de todo lo creado que le infundió la virtud de la pobreza. Este modo de ver el mundo, co– menta el ingenioso escritor «sería imagen viva del texto de la Escritura en el que se dice que Dios suspendió al mundo de la nada». «De esta suerte, sigue razonando Ches– terton, Francisco pudo ver en uno de sus sueños singula– res, la ciudad de Asís invertida. Pero entonces, en vez de sentirse orgulloso de su poderosa ciudad, debía agradecer al Dios omnipotente que no la soltara en el vacío, que no soltara el cosmos entero como un inmenso cristal, para convertirlo en lluvia de estrellas.» 143

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