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____________________ EPÍLOGO Ante estas siluetas del caballero, tmvador y juglar es jus– to que tratemos de indagar c6mo San Francisco las vivió, pues el tÍtulo de este apartado da por supuesto que San Francisco fue efectivamente un caballero, un trovador y un juglar. Hablar del ideal caballeresco de Francisco es tema ine– ludible en todo estudio, sea histórico o novelado, que haya querido penetrar en las vivencias que le conmovieron. En– tre estos nos place mencionar los de H. Felder y L. Ca– sutt. El primero se atiene más a las exigencias de la investigación histórica. El segundo desborda manifiesta– mente la importancia de esta vivencia en San Francisco hasta hacer de ella el núcleo de su más honda espirituali– dad. Pero ambos, a la par, hacen sentir intensamente esta primera vivencia de la que queremos evocar los momen– tos de más alta vibración. La ingenuidad amigable de los primeros compañeros del Santo, transparente en ese recuerdo franciscano de la primera hora que lleva por título, Legenda Trium Socio– rum, nos facilita evocar el momento cumbre de esta pri– mera vivencia. Tiene lugar, cuando Francisco, ebrio en su noble entusiasmo caballeresco, se dispone a adoptar planes efectivos para lograr ser un auténtico caballero. Francisco tuvo entonces el ineludible sueño que todo as– pirante a caballero soñaba. Dejemos la palabra a los Tres Compañeros que nos cuenten cómo «durante el sueño de aquella noche se le apareció un personaje que le llamó por su nombre y lo condujo a un palacio alto y magnífi– co, con una bella prometida y lleno de armas militares... Admirando gozosamente qué podría ser eso, preguntó de quién eran armas tan relucientes y palacio tan hermoso. Y tuvo por respuesta que todo aquello, más el palacio, eran suyos y de sus soldados». Dudo pueda describirse de modo más candoroso y ve– raz la vivencia caballeresca de San Francisco en lo que te– nía de más humano. Pero, a la vuelta de la página, los mismos Tres Compañeros nos informan con idéntico can– dor cómo este ideal se transforma a lo divino. En efecto, al llegar Francisco a Spoleto al atardecer de su primera jornada de «caballero a lo mundano», necesita descansar. Pero he aquí que en el primer entresueño Francisco oye una voz que le dice: «¿Quién te puede ayudar más, el se– ñor o el siervo?». Y como respondiera que el señor oye que le replica la voz, arguyéndole: «¿Por qué, pues dejas al señor por el siervo y al príncipe por el criado?». Un rayo de luz ilumina entonces la conciencia de Francisco. Esta luz le hace ver en un instante que hay otra caballería más noble y elevada que la terrena. Francisco lo compren– de intuitivamente y contesta a la voz: «Señor, ¿qué que– réis que haga?». Con estas breves palabras Francisco se declara en seguimiento del mejor de los Señores, como caballero «a lo divino». Terminamos de decir que las notas del genuino caba– llero eran el sentido de heroico servicio, la fidelidad dis– ciplinada hacia su Señor y el compañerismo leal a sus colegas. Léase con detención la vida de San Francisco y dígasenos si toda ella no es un dechado de estas virtudes 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ caballerescas. No hay espacio para hacer comentario ahora. Pero no podemos menos de recordar el atestado que el Espejo de Perfección nos da de esta arenga de San Francis– co que principia así: «El emperador Carlos, Roldán y Oli– veros y todos los capitanes y esforzados caballeros lucharon de firme contra los infieles, sin perdonarse fati– gas ni grandes trabajos... ». Rezuma esta arenga espíritu ca– balleresco «a lo divino», el sacro ideal que Francisco tiene perennemente ante sí. En otra circunstancia declara en es– tos términos la satisfacción caballeresca de verse rodeado de los suyos: «Estos son mis hermanos, caballeros de la Tabla Redonda...». No es posible entrar en el ambiente histórico de esta afirmación. Sea suficiente ahora anotar que ella alude a la costumbre de los caballeros de Rey Ar– tús, círculo bretón de la caballería, quienes sentían tan al vivo su mutua igualdad que formaban siempre una «tabla redonda», en repulsa a todo honor y preferencia. ¿Y no ha sido, en verdad, retomada esta lección caba– lleresca por el trabajo amigable y eficaz, que ha sido dis– tintivo perenne del trabajo franciscano a lo largo de los siglos? Por lo que toca a Francisco Trovador es muy discutible si este ideal prima en su vida Íntima sobre el del caballero. En todo caso hay que decir que la literatura y la leyenda le han dado la primacía. Sobre todo cuando se tiende a aproximar ambos ideales hasta llegar a identificarlos. Sin negar fundamento a esta aproximación, pensamos que la vida de San Francisco queda más enriquecida, si vemos su vivencia de trovador ensamblada con la dama espiritual, objeto de amor sacro por parte de Francisco. Que éste se sintiera inundado durante su juventud por el erotismo tro– vadoresco ambiental parece evidente. Y esto sea dicho sin admitir, por ello, desórdenes graves. Es muy de creer que cuando el Santo alude en su Testamento al tiempo en que se hallaba «envuelto en pecados», de seguro que en su ero– tismo juvenil pensaba. Pero lo mismo que la voz de un sueño nocturno transformó a Francisco de caballero «a lo mundano» en caballero «a lo divino», esto mismo pode– mos advertir, si bien no de modo tan fulminante, en su alejamiento progresivo de la bullanga callejera por ir en– treviendo que una dama espiritual le llama y le anima en su nuevo camino. Poco a poco Francisco toma conciencia de que esa dama es la Pobreza. Hasta llegar a realizar con ella solemnes desposorios. Estos desposorios han sido tema predilecto para los artistas. Inolvidables los cuadros de Sas– setta y el de la pinacoteca de Munich. Pero con mayores raudales de cielo se canta esta sublime alegoría en el fresco de la Iglesia del Santo de Asís. En literatura nada comparable a la terna! precisión de estos versos potentes de Dante en los que atesta que la po– breza, privada de su primer marido, halla otro después de mil años: 139 Questa, privata del primo marito, mille e cent'anni e piu dispetta e scura fino a costui si stette senza invito.

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