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____________________ EPÍLOGO ción. Pasemos, pues, del concepto a la vivencia intuitiva. Mas antes de entrar en el análisis de las vivencias pri– marias del alma de San Francisco es necesario saber a qué atenernos respecto del contenido de esta palabra. En es– pañol, la palabra «vivencia» fue introducida por la Escue– la de Madrid en torno a Ortega y Gasset, al traducir el vocablo alemán «Erlebnis». Este vocablo se había genera– lizado en la filosofía alemana desde su análisis por W Dilt– hey. Ahora, sin embargo, tenemos que dejar a tras mano esta temática histórica para limitarnos a señalar dos no– tas de la vivencia. Estas son: la de hallarse inserta en la totalidad del yo y la de tener suficiencia para polarizar en torno a sí otros estados de conciencia. Por estas dos notas se distingue la vivencia de la simple experiencia. Aun– que toda vivencia es siempre experiencia, rio toda expe– riencia llega a ser vivencia, porque muchas veces es esta experiencia algo periférico a la conciencfa responsable. También distinguen los existencialistas la vivencia de la situación límite. Esta viene a ser respecto de la vivencia un caso excepcional por el que se sitúa la conciencia cara a los enigmas últimos. En la vida de San Francisco es una vivencia perenne la relación cálida con su Cristo amado. Pero esta vivencia alcanza situaciones límites cuando le ha– bla el crucifijo en San Damián y cuando eri el Alvernia se le imprime las llagas en su cuerpo. [...] PRIMERA VIVENCIA: San Francisco, caballero, trovador, juglar Cronológicamente juzgamos esta vivencia la primera que tiene lugar en la vida consciente de San Francisco. Se ini– cia ésta en los días de la juventud bullanguera y clamoro– sa del mismo. Esta juventud la describe la Condesa de Pardo Bazán en su San Francisco de Asís en estas breves líneas, acordes con el común sentir de los historiadores del Santo: «Presa de insaciable afán, ya ponía el oído al eco de los clarines bélicos, fantaseando marchas, glorio– sos combates, nubes de polvo, desplegadas banderas, gri– tos de triunfo y marciales músicas; ya se deleitaba y embebecía con las canciones eróticas y quejumbrosas de los trovadores de Provenza, que entonaba con voz brillan– te, apasionada y flexible». Desde una perspectiva epocal es muy de advertir en estas líneas el fácil tránsito que la gran novelista establece entre el ideal caballeresco de San Francisco y los cantos de amor que éste retomaba de los trovadores de las cortes de Provenza. Una crítica consciente ve conexión entre am– bos hechos. Pero igualmente advierte lo mucho que los diferencia. Un juicio histórico de J. Ortega y Gasset pone 138 Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ esta diferencia muy en relieve. Anota, que, en efecto, se da un tránsito de un tiempo varonil, guerrero, muy pro– pio de la primera Edad Media a otro tiempo, en la segun– da Edad Media, en el que asciende sobre el horizonte histórico el astro femenino. En las «cortes de amor» sur– ge ese gesto vital que en lengua italiana se 'llama «corte– zia», y que es uno de los hechos decisivos de la civilización occidental. De la «cortezia» salieron San Franciso y Dan– te, la corte papal de Avignon y el Renacimiento, en pos del cual se apresura toda la cultura moderna. Este juicio histórico hace evidente la enorme diferen– cia que se da entre el espíritu que, en la primera Edad Me– dia, anima al caballero que milita en las huestes de Carlo Magno, en defensa de la Cristiandad, y el que incita al trovador a que cante a la dama que inflama con su hechi– zo al caballero triunfador de justas y torneos, ya en la se– gunda Edad Media. Esta diferencia es menester tenerla muy presente si se ha de calar con alguna hondura en la primera vivencia de San Francisco. Nos ayudará a ello se– ñalar las notas peculiares que dan el tono respectivo a la imagen del caballero, del trovador y del juglar. Por lo que toca al caballero en sumo grado, al de la primera hora, la de Roldán y Oliveros, tres notas lo en– marcan y definen. Las vemos encarnadas en el heroísmo de Roldán, muerto en combate, ceñido con sus armas. Es– tas son las tres notas a que estamos haciendo alusión: ser– vicio heroico en defensa de la Cristiandad; fidelidad y disciplina a su Señor; compañerismo con sus colegas. Es– tas tres notas lucen en el gesto del Roldán de Roncesva– lles. Con tal entusiasmo defiende la causa de la Cristiandad que se opone a cualquier pacto con el enemigo, como pro– pone traidoramente Gaunilón. Por fidelidad disciplinada hace sonar demasiado tarde su cuerno de guerra, lo que motiva que Carlo Magno, al correr en su auxilio, sólo lle– gue a tiempo para ver su cuerpo desangrado. Su compa– ñerismo con Oliveros y con los que pasarán a la fama con el nombre de «doce pares de Francia» fue tan excelsa que se recuerda siempre como modelo, que ha venido a ser un símbolo. La imagen del trovador gira en torno a ese ascenso fe– menino que tiene lugar en las cortes de amor de Provenza y culmina en el «Stil nuovo» de Dante. La mujer es obje– to de un refinado erotismo que va desde la tierra al cielo. El trovador canta esta gama de amores, consciente de co– laborar con ello al encanto de la vida después que el caba– llero regresa de las duras batallas en los campos del servicio y del honor. Por lo que toca al juglar queda históricamente definido por ser el eterno repetidor de lo que es incapaz de crear. Los griegos le llamaron rapsoda. Los medievales, juglar. Hoy son declamadores de versos ajenos. En todo caso se trata de hombres sin posibilidad de darse importancia y que han puesto sus modestos dones al servicio de la alegría de los demás. En sus mejores momentos el juglar ha aligerado la pesadez de la vida con sus recitales y sus gracias. En los peores, se ha rebajado a proferir bufonadas, por las que se ha trocado en necio histrión, reído y burlado. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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