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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS un juego dramático de fuerzas y de intereses, que culmi– nan en la creación del Imperio romano, capacitado para asegurar la paz en la convivencia cívica: «pax romana». Y la de la concepción bíblica de .la historia, la cual hace ver que la historia profana entra también dentro del plan divino de salvación. El influjo de los textos de Daniel en la visión cristiana de la historia será difícil exagerar. Muy presentes en la es– catología de los Sinópticos y, más aún, en el Apocalipsis de San Juan, hacen sentir su influjo hasta nuestros días. Tanto la encíclica Quas primas, en 1925, de Pío XI, por la que este papa instituye la fiesta de Cristo Rey, como el Oficio Litúrgico de este día, hacen oír reiteradamente los textos del profeta Daniel. Y cuántas visiones de la his– toria, formuladas por pensadores cristianos, han tenido delante de sí las grandes profecías bíblicas cuyo texto he– mos comentado brevemente. NUEVO TESTAMENTO Si en la base de la visión cristiana de la historia han esta– do presentes muchos textos del Antiguo Testamento, más han sido los del Nuevo. Ante la imposibilidad de elencar– los todos, damos los que han tenido mayor influjo en la misma o lo puedan tener en una futura de mayor pleni– tud que la actual. Seguimos en esta presentación de tex– tos el orden de los libros en el actual canon, para tener un claro punto de referencia. Evangelios sinópticos De estos evangelios el pasaje más utilizado en la visión cris– tiana de la historia ha sido el llamado «discurso escatológi– co de Jesús», propuesto por los tres evangelistas: Mateo, 24 y 25; Marcos 13, 1-37, y Lucas 21, 5-36. La conmoción cósmica aquí descrita amplía la que se lee en Isaías 13, 10, Ezequiel 32, 7, y Joel 2, 10 y 3, 15. Más presente se halla la profecía de Daniel, expresamente citado por Ma– teo, 24, 15, al describir éste la devastación del templo, que culmina en estas palabras de Jesús: «Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora, profetizada por Daniel...» (Mt 24, 15). Esta escatología, propuesta por los sinópticos, ha ve– nido a ser a lo largo de los siglos la respuesta a una de las supremas preguntas que la mente humana ha formu– lado ante la historia. Ya el libro del Apocalipsis la asume y la amplía. Desde entonces la escatología sinóptica se ha hecho sentir hasta nuestros días. Algunos de los temas de la misma han venido a ser materia obligada en la predica– ción al pueblo. Tal es el caso de la necesidad de estar vigi- 12 Nuevo Testamento ________________ lantes ante la llamada del Señor. Y de tener presente la sesión final del último juicio. En la Capilla Sixtina Mi– guel Ángel lo pintó, estilo fulmíneo, en su mejor obra de arte. El pueblo cristiano lo lleva en su conciencia como lección permanente, como teología de la historia en carne viva. Hoy se halla muy en alza en los ambientes de la teo– logía de la liberación, por la doble sentencia del Juez: Ne– nid, benditos de mi Padre... Porque tuve hambre y me disteis de comer... Apartaos de mí, malditos... Porque tuve hambre y no me disteis de comer...» (Mt 25, 34 y 41). Es de notar que el discurso escatológico de Jesús lo oca– siona una pregunta de sus discípulos que querían saber cuándo tendría lugar la destrucción del templo y las ca– tástrofes subsiguientes. Pero Jesús, en vez de responder a la pregunta, pasa a exponer detenidamente los aconteci– mientos que han de venir en el futuro próximo y remo– to, sin hacer neta distinción entre ambos. Al final declara a sus discípulos que «eso del día y de la hora no lo saben ni los ángeles de Dios. Ni siquiera el Hijo. Solamente el Padre» (Me 13, 32). Pese a esta declaración de Jesús ha habido, a lo largo de los siglos, un persistente conato por precisar «ese día y esa hora» de los grandes y últimos acontecimientos. Los cristianos de los primeros siglos los creían próximos. Más tarde surgieron los terrores del año mil. Y así hasta nues– tros días en los que las apariciones de la Virgen María en santuarios famosos van acompañadas muchas veces de pre– sagios en torno a «ese día y esa hora». Difícilmente el buen pueblo fiel se desentenderá de querer saber tal data. Pero el pensador cristiano apenas la debe tener en cuenta ante la decisión bíblica de quererla ocultar. Él, por su parte, no tiene preocupación alguna por ser imposible precisar– la. En este punto hay que aceptar el agnosticismo ya men– tado de K. Jaspers. Dos parábolas de los sinópticos deberían iluminar la futura visión cristiana de la historia. En el pasado se las ha tenido en cuenta de modo muy restringido. Las pro– pone conjuntamente San Lucas 13, 19-20, y San Mateo, 13, 31-33 quienes incluye en su colección: la del grano de mostaza y la de la levadura. En línea con estas parábo– las, sin mentarlas, se halla la doctrina de Juan XXIII, cuan– do en la Pacem in terris, n. 162, vinculándose a Pío XII, pide para las futuras conquistas de la justicia evolución, no revolución. Hoy la revolución lleva el signo de la lu– cha dialéctica. Para muchos cristianos de nuestro siglo esta lucha viene a ser la única vía eficaz para el triunfo de la deseada justicia. Impregnada de odio y de disensión, se le ha objetado que es imposible compaginarla con la ley evangélica del amor. Es muy válida esta objeción. A ella hay que añadir que las dos parábolas mentadas se antici– pan a la evolución, que pide la Pacem in terris, al exigir que la acción de los buenos sea como la energía silencio– sa del fermento y de la simiente vital. Esto sea dicho con– tra la actitud no aceptable de Hegel, insistente en recordar el desarrollo de la simiente vegetal -de la bellota a la encina-, pero, a su vez, empeñado en que este desarrollo es la expresión de una continua lucha dialéctica. En ver- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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