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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS ciencia los ha utilizado para preparar la plenitud que la historia logra en Cristo. El contraste entre la mera facticidad de los im– perios antiguos según la historiografía clásica y el plan provi– dencialista de los mismos hace patente un diferente sentido de la historia. Este diferente sentido es uno de los fundamentos de la visi6n cristiana de la historia. Interesa sobremanera mostrar esquemáticamente este contraste. Historiografia clásica Ya vimos que Tucídides preten– di6 con su historia proponer modelos para siempre, pues juz– ga a la historia maestra de la vida. Los romanos acentuaron aún más el sentido pragmático de la misma. Salustio es una ré– plica de Tucídides, al poner en relieve las altas virtudes o la co– rrupci6n abyecta como claves en la historia. Tito Livio sien– te la grandeza de Roma y escri– be en prosa la epopeya de la misma. Pero no se abre a una mínima comprensi6n respecto de los otros pueblos. Y el gran Tácito, ya al final de la gran his– toriografía romana, trata de es– culpir con frases marm6reas la efigie de los buenos y de los malvados. La de su suegro Agrícola la tall6 para modelo indeleble. Qué cortedad de perspectiva se advierte en esta historiogra– fía. Para estos grandes historia– dores no existe más mundo que el romano. Hubo, con todo, una excepci6n. Fue el griego Polibio, quien escribi6 la His– toria de Roma con conciencia de que es Historia Universal. Del hecho de que Roma con– quistara todo lo que entonces era conquistable, se hizo pro– blema y se pregunt6 por el sen– tido de este hecho: por sus causas, sus motivaciones, por el influjo del azar, de la fortuna, etc. Con los historiadores L. Dujovne y R.G. Collingwood bien se le puede considerar como primer fil6sofo de la his– toria. Y sin embargo, su visión de la historia dista mucho de la visión que nos da la página bí– blica. Interesa sobremanera te– ner ante la vista este contraste de tanto influjo en lo que más tarde será la visi6n cristiana de la historia. Por este motivo se propone aquí. Historia Sagrada En la Biblia se expone la His– toria Sagrada que narra el pro– ceso hist6rico de la salvación del hombre. Este proceso se ini– cia en la promesa que hizo Dios al primer pecador, al perdonar– lo en su misericordia. A este perdón añade la promesa de un redentor futuro. Esta promesa la recibe también Noé y más claramente el patriarca Abra– hán. Pero el enlace entre el re– dentor y el poder político se inicia en el testamento de Ja– cob, al profetizar a uno de sus hijos, Judá: «No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que le traigan tributo y le rindan homenaje los pue– blos» (Gén 49, 10). Se acentúa esta vinculación en las palabras del profeta Natán a David: «Es– tableceré [habla el Señor] des– pués de ti una descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino... Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia, tu trono per– manecerá por siempre» (1 Sam 7, 12-16). Es de notar que estas prome– sas no tienen en cuenta a los otros imperios humanos. Por el contrario, la sucesi6n de los mismos es tema central del li– bro de Daniel. Al Salvador que ha de venir en la plenitud de los tiempos, como rey universal, le preceden otros imperios huma– nos. Un plan universal de Dios se cierne sobre ellos. El libro de Daniel describe este plan pro– videncial bajo símbolos: el de la estatua que vio en sueños Nabucodonosor y el de las cua– tro bestias apocalípticas. El sim– bolismo de la estatua representa estos diversos imperios: uno, con cabeza de oro por su po– derío total sobre hombres y bestias; otro, menos poderoso, 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Antiguo Testamento __________________ Polibio, Historias, lib. I, 2 Así pues, que nuestra visión de lo que escribimos es pa– rad6jica y grande, queda de manifiesto de este modo: con– frontando y comparando el do– minio del Imperio romano con los más distinguidos de las di– nastías antiguas. Los hechos dignos de este confrontamien– to y comparaci6n son éstos. Los persas conquistaron su imperio y lo retuvieron durante algún tiempo. Pero cuantas veces se atrevieron a ir más allá de los límites de Asia, pusieron en pe– ligro, no sólo su dominación, sino también a ellos mismos. Los lacedemonios pugnaron durante años por el dominio de los griegos. Pero apenas s6lo doce lo pudieron retener sin contienda. En Europa los ma– cedonios dominaron las tierras del Adriático hasta el río Istrio. Lo cual es todo ello s6lo una parte de Europa. Después de esto, habiendo destruido la do– minaci6n de los persas, se apo– deraron de su imperio en Asia. Aunque pensaban haber veni– do a ser ·señores de las más grandes regiones, de gran parte del orbe -01,KOUµÉVTJ<;- se mantuvo fuera de su dominio. Sin embargo, los romanos, ha– biéndose hecho dueños, no s6lo de algunos territorios, sino de casi toda la ecumene -nfia– a v oiKouµÉVT]V- son hoy ad– mirados y parecen insuperables en la organización futura de los imperios. Todo lo cual se po– drá conocer de modo más cla– ro por este escrito. con pecho y brazos de plata; un tercero, con vientre y muslos de bronce, porque dominará todo el orbe; un cuarto, con piernas de hierro, capaz de des– trozarlo todo y machacarlo; a éste seguirá un reino dividido, simbolizado en los pies de hie– rro mezclado con barro. Toca a los biblistas aplicar este simbolismo a los imperios de la antigüedad. Pero esto ape– nas ya interesa a la visión cris– tiana de la historia. Por el contrario, es de máxima signi– ficaci6n la profecía final con que Daniel cierra la interpreta– ción de la estatua: «Durante este reinado [el de pies de hie– rro y barro] el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destrui– rá y acabará con todos los de– más reinos, pero él durará por siempre» (Dan 2, 31-44). Completa Daniel su visión de los imperios humanos con la descripción de las cuatro fie– ras: un león con alas de águila; un oso medio erguido; un leo– pardo con cuatro alas de ave, y una cuarta fiera terrible, fortí– sima, que tenía dientes de hie– rro. A esta descripci6n de las fieras sigue la visi6n del ancia– no, sentado en su trono. A él se acerca un «como hijo de hombre», al cual, dice el texto bíblico literalmente, «le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eter– no y no pasa, su reino no ten– drá fin». La explicación final de cuan– to ha visto la recibe Daniel de uno de los que acompañaban al anciano: «Esas cuatro fieras gi– gantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mun– do. Pero los Santos del Altísi– mo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos» (Dan 7, 2-18). Se seguirá cuestionando sobre el simbolismo apoca– líptico del libro de Daniel. Pero si se comparan sus textos con los de la historiografía clásica y, más en concreto, con el texto que hemos citado de Polibio, todo pensador de la historia anotará el contraste de dos mentalidades: la del pensamiento clásico, que ve la marcha de la historia como 11
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