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VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS someterse al español para lograr su desarrollo, según Sepúlveda. Para Aristóteles el problema es mucho más hondo: ¿Hay escla– vos por naturaleza? La doctri– na aristotélica es afirmativa. Y desde ella tenemos que inter– pretar el hecho enorme de la esclavitud en el mundo an– tiguo. En claro contraste con Aris– tóteles el pensamiento bíblico estuvo totalmente ajeno a esta mentalidad. Como refrendo de este pasaje viene a la mente más de un tira– no de nuestros días. Pero su si– lueta malvada la diseña, no un periodista de hoy, sino el pro– feta bíblico. Los otros tres textos de Isaías tienen un signo positivo con es– tos tres anuncios: la idílica paz futura; la conversión de todos los pueblos a su Dios Salvador; el convite final de la universal convivencia. 2. Isaías 2, 2-5 Al final de los tiempo estará fir– me el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encum– brado sobre las montañas. Hacia él caminarán las naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirás: Venid. Subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, por– que de Si6n saldrá la ley: de J eru- salén, la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados: de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor. 3. Isaías 45, 20-24 Venid, reuníos, acercaos juntos, supervivientes de las naciones. No discurren los que llevan su ídolo de madera y rezan a un dios que no puede salvar. Declarad, aducid pruebas, que de– - ·- liberen juntos... Volveos hacia mí, para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una pala– bra irrevocable: «Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua». Dirán: «5610 el Señor tiene la jus– ticia y el poder». 4. Isaías 25, 6-8 El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares suculentos, vinos gene– rosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágri– mas de todos los rostros, y el opro– bio del pueblo se alejará del país -lo ha dicho el Señor-. 10 Antiguo Testamento __________________ Estos textos han influido mucho en la visión cristiana de la historia. Pero menos de lo que hubiera sido deseable. El ilumi– nado estudio de F. de Vitoria, De jure belli, intentó poner un cauce a la guerra, para evitar, en lo posible, sus estragos. Isaías va más allá. Y al profetizar: «No se adiestrarán para la guerra», da a entender que ésta debe quedar al margen de toda conviven– cia humana. Cuarto contraste Sucesión fáctica! Sucesión providencial Ante el hecho del Imperio romano San AgustÍn se pregunta por las causas que dieron lugar a su origen y desarrollo. En al– gunos versos de la Eneida, el poema que canta los orígenes de Roma, halló resumidas estas causas. Ante el inmisericorde Bru– to, que asesina a sus hijos, exclama el poeta: «Vincit amor pa– triae, laudumque immensa cupido» (Aeneid., VI, 823). En otro pasaje, ante los héroes de Roma, se da esta proclama: «Tu regere imperio populos, Romane, memento» (Aeneid., VI, 851). El amor a la patria, de sí muy loable, junto con una ambición desmedi– da, unida a un insaciable afán de gloria, dan la clave de la histo– ria de Roma. Algo semejante hay que decir de los demás 1mpenos. Del imperio asirio-babilónico refiere el texto bíblico, en el preámbulo a la hazaña de Judit, que Nabucodonosor envió men– sajeros a las regiones circundantes para que le rindieran vasalla– je. Habiéndosele negado, se irrita y propone defenderse de todas ellas. Adviértase la eterna actitud del conquistador: provoca para después defenderse. Esta lección histórica es válida al margen de la historicidad del libro bíblico. El Imperio medo-persa surge del mismo afán de conquista. La Biblia es muy benévola con el gran Ciro, a quien presenta como un enviado de Dios (Isaías 44, 28-45, 1). Tuvo en verdad gran benevolencia hacia los pueblos dominados. Los hebreos su– pieron comprenderla y apoyados por la protección del mismo, pusieron fin a su cautiverio. Pero el inquieto afán de dominio llevó a los persas a luchar contra la pequeña Grecia por la que fueron derrotados. Colman esta derrota las hazañas victoriosas de Alejandro, cuyo genio político no se atuvo a las consignas raciales de su maestro Aristóteles y fundó la «oikouméne», que ha perdurado, como idea, hasta nuestros días. Esta concepción universalista es, con todo, más una secuencia mental del hecho fáctico de las conquistas de Alejandro que un pensamiento hu– manista fundado en lo que es el hombre. Lo mismo cabe decir de Roma. Ante el hecho de su domi– nio universal se motiva y se razona sobre el sentido de su impe– rio. Pero una vez más el nudum factum, el hecho del imperio, va delante, dando pie a la reflexión. Lo contrario acaece en el pensamiento bíblico. Los imperios son históricos acontecimientos que entran a formar parte del plan divino de salvación. La salvación plena la trae Cristo, que es «plenitud de los tiempos» (San Pablo, Gál 4, 4). A esta pleni– tud va unido un universalismo humano total. Este universalis– mo tiene anticipós históricos que lo preparan en los grandes imperios. No podemos, sin embargo, afirmar que la Providen– cia los haya suscitado expresamente con este fin, excepto el caso singular de Ciro respecto de Israel. Pero ciertamente la Provi- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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