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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Corpus Dionysiacum ha sido sentida con mayor hondura por la Iglesia oriental que por la occidental. Afortunadamente, se está ya corrigiendo este lamentable silencio con aportaciones de alta teología. Especialmente debemos citar la grandiosa obra de H. U. von Balthasar, Herrlichkeit. En traducción francesa puede leerse: Liturgie cosmique, Maxime le Con– fesseur, París, 1947. 42. Donde más se revela esta concepción inhumana es en los dos li– bros de ambiente aristotélico, aunque no hayan sido escritos por el mis– mo Aristóteles, que en la traducción de Francisco de P. Samaranch (Aristóteles, Obras, Madrid, Aguilar, 1964) llevan el nombre de Econo– mía doméstica. La misma doctrina, con frases muy duras contra los esclavos se leen en la obra auténtica de Aristóteles, Política, lib. I. En el libro IV de su Ética a Nicómaco, Aristóteles' expone las grandes virtudes de la generosidad, magnificencia, magnanimidad, mansedum– bre, etc. Todas propias del hombre grande, expuestas por el maestro de Alejandro Magno, sin referencia alguna al pueblo. Menos aún hacia los esclavos. 43. Desde que H egel interpretó el conflicto entre Antígona, la her– mana piadosa, y Creonte, el jefe de la ciudad de Tebas, como un conflic– to entre la conciencia individual-familiar y la conciencia del Estado, esta tesis se viene repitiendo. Reconocemos que hay fundamento para la mis– ma. Pero ante las palabras de AntÍgona a Creonte, que se leen en los versos 451-455, en las que la heroína se anticipa literalmente a San Pa– blo cuando éste escribe a los Romanos (2, 15), que los gentiles «mues– tran tener la obra de la ley escrita en sus corazones, por cuanto su conciencia da juntamente testimonio...», y ante el verso citado en el tex– to, que es una breve proclama a favor del amor, como forma de vida, bien podemos juzgar a Antígona como la vio Unamuno: la «santa paga– na», que preanuncia el mensaje evangélico y es una excelente prepara– ción para el mismo. Nunca mejor que aquí se puede hablar de praeparatio evangelica con el historiador Eusebio de Cesarea. Tesis ya propuesta por la primera gran escuela cristiana, la de Alejandría, con las figuras señe– ras de Clemente y Orígenes. EL AMOR-AGÁPE, RAÍZ DEL MEJOR DE LOS HUMANISMOS Con desbordante entusiasmo cerré mi ULTIMA LECTIO con el inmortal verso de Antígona. He visto en él un ex– celso preanuncio del humanismo cristiano que mucho he cultivado en mi larga vida intelectual. Recoge este huma- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor _____________ nismo lo mejor de las culturas humanas, VERDAD, BON– DAD, BELLEZA. Y las potencia, impregnándolas de esa ple– nitud sacra que se halla en Cristo. Abierto a esta perspectiva histórica, acepté la amable invitación que me hizo el Dr. Agustín Basave Fdez. del Valle a colaborar en el II Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, 20-25 octubre, 1986, Monterrey, N.L. México. Una elemental medida higiénica impidió que me hallara presente. Pero envié, con mi cálido voto pro el congreso, una breve comunicación con este título: «El amor-agápe, raíz del mejor de los humanismos». En ella comento brevemente las tres notas, por mí ex– puestas en otros estudios, del amor-agápe: inmotivado, creador, personal. Al final resumo mi actitud en estos tér– mmos: En el centro del humanismo de hoy se halla la perso– na. En un momento de intuición genial Tomás de Aquino la definió con esta grandiosa fórmula: «Id quod est perfec– tissimum in tata natura» (Summa Th., q. 29, a.3). E. Mou– nier ha declarado terminantemente que está ante nosotros el momento de traducir esta preclara definición en reali– dad cotidiana. Y esto pese a que muchos obstáculos se opo– nen a ello. En verdad, las fuentes del impersonalismo son hoy aterradoras. Aludamos a la cibernética, como posibili– dad de que el hombre sea planetareamente manipulado. Mas frente a estas malsanas fuentes de agua emponzoñada para envenenar la persona, podemos contar con el inven– cible poder del amor-agápe, que es siempre un amor en alza y pura relación personal. En este amor tenemos los cris– tianos una reserva espiritual con la que podemos contar para obtener el triunfo sobre el impersonalismo de esta hora. La conocidad novela de A. Huxley profetiza «sarcás– ticamente» un mundo feliz. En el mismo todo iría bien. Todo menos lo más importante: al anhelo del corazón hu– mano que suspira por un abrazo con su Dios. Y también con sus hermanos, los hombres. Este abrazo será siempre el mejor fruto del amor-agápe, tan evangélico y tan de hom– bres. Evangélico, por preanunciar la buena nueva del mun– do futuro que se avecina. De hombres, por llevar a una plenitud de encuentro entre personas. 111
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