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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Pienso que esta perspectiva metafísica nos da los pun– tos de referencia para interpretar rectamente el amor-éros: en busca siempre de algo sustantivo que le falta suscita enérgicas aspiraciones para lograr alcanzarlo. Ahora bien; frente a este indigente amor-éros, el amor-agápe se nos des– cribe por doquier en la letra y en el espíritu del Nuevo Testamento como un amor de donaci6n, que proviene de un ser en plenitud. Este amor-donación se caracteriza por estas dos notas: ser un amor inmotivado y ser un amor creador. Esto lo ha visto bien A. Nygren y con él acorda– mos cuando recuerda el texto del Ap6stol: «Acredita Dios su amor en que, siendo todavía pecadores, Cristo muri6 por nosotros» (Rom 5, 8). El mismo Ap6stol describe el plan amoroso del Padre, que decidi6 enviarnos a su Hijo para salvarnos, «no por obras hechas en justicia que no– sotros hubiéramos practicado, sino según su misericordia» (Tit 3, 5). El amor, pues, del Padre hacia nosotros es un amor-agápe, manifiestamente inmerecido. A su vez es un amor creador. No nos envi6 a su Hijo para dejarnos en nuestra miseria sino para elevarnos según su gran miseri– cordia, para recrear su imagen en nosotros. El amor-agápe se muestra a pleno día cuando Dios nos llena de sus dones según su liberalidad y benevolencia. Pero, ¿c6mo practicamos nosotros, los humanos, este amor? En este momento es necesario distinguir entre el amor-agápe, dirigido hacia Dios y hacia nuestro pr6jimo. Respecto de Dios parece que no podemos practicar el amor-agápe, ya que es constitutivamente amor-donaci6n y a Dios no le podemos dar nada que le falte. Advirta– mos, con todo, que si a Dios no podemos darle nada que le falte, sí le podemos alabar y cantar por lo que tiene. En honor de Dios podemos entonar el trisagio angélico que ya oy6 el profeta Isaías y que se prolongará en el eter– no domingo escatol6gico. Pensamos que aquí se halla la escondida raíz teol6gico-metafísica de la liturgia cósmi– ca.41 Como pensador cristiano no puedo en este momen– to dejar de evocar a María de Nazaret. Cuando su prima la ensalza entre las mujeres, María, sorprendida de que ya se sepa el gran misterio que Dios ha obrado en ella, se vuelve a El y entona el canto del Magníficat. MarÍa canta la grandeza de la misericordia divina para con la humani– dad. Es lo único que podía hacer ante la dádiva del Padre Eterno. Y en verdad, que lo hizo de una manera ejem– plar, modélica. El problema es algo más complicado cuando se dirige nuestro amor-agápe, hacia el pr6jimo. Pero de soluci6n muy sencilla. Puesto que todos los humanos somos indi– gentes, y en sumo grado, el amor-agápe, vuelto hacia el pr6jimo, debe tender a ser plenitud de donaci6n en cuanto nos sea posible, a semejanza de nuestro Padre celestial se– gún nos lo pide Jesús: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Y si el Padre celestial hace lucir su sol sobre los justos y sobre los que le blasfeman, nosotros lo debemos amar hasta perdonar al propio ene– migo. Fue este amor totalmente ignorado por la sabidu– ría clásica. Causa en verdad fastidio y hasta enojo tener que leer en Arist6teles, a quien tantas veces hemos elo- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor ____________ giado, que es indigno de un amo perdonar la ofensa de su esclavo, pues se envilecería con ello. Y desde su filoso– fía, inhumana en este caso, razonaba con rigor 16gico, al declarar que el esclavo no es más que una cosa -ktéma– y como tal debe ser tratado. 42 Fue una gran dicha para la humanidad que con el mensaje evangélico despuntara entonces otra luz más esperanzadora cuando San Pablo pide a su amigo Filem6n que no s6lo perdone la huida de su esclavo, sino que lo acoja con amor entrañable, como hermano en Cristo (Flm 16). Este amor es la bandera del nuevo Evangelio, de la bue– na noticia, que enarbol6 el cristianismo. Apena que la his– toria constate que no siempre los cristianos la han seguido con fidelidad, según lo exigía su nombre. Consuela el que sus hombres más representativos, los santos, se hayan man– tenido fieles a ella. Nadie se maravillará que recuerde con afecto contenido la figura del Pobrecillo de Dios, San Fran– cisco, capaz de amansar al lobo de la selva, símbolo del hombre-lobo, que tantas veces se ha comido al desvalido cordero. Termino, por fin, esta mi última lecci6n-programa, evo– cando el verso 523 de la Antígona de S6focles, el verso que más me ha emocionado de cuantos he leído fuera de la página bíblica. Lo pronunci6 Antígona, esta santa pa– gana -así la llama Unamuno-, para justificar el acto d~ amor a su hermano frente a la fuerza del poder: OÜ'tOl OUVÉX,0EtV U/v/vU cruµq>U"AEtV S(j>UV. 43 Que os lo traduzco a vosotros mis estudiantes, que aún no domináis el griego, como mi último servicio de profe– sor titular: OÜ'tOt = en ninguna manera; cruvéx,0ew = para co-odiar; &."A"Aa cruµqm"Ae'iv = sino para co-amar; É(j)UV=yo he nacido NOTAS l. J. Ortega y Gasset, La idea de principio en Leibniz, 19, Obras Com– pletas, t. VIII, p. 167. 2. M. Blondel, Exigences philosophiques du Christianisme, París, 1951. 3. Defendida esta mi tesis en la facultad de Filosofía de la Universi– dad Gregoriana el 28 de junio de 1943, en la fiesta de San Ireneo, cuyo nombre honré con mi tesis pacífica, según dijo en el acto de la defensa el director de la misma, G. Delannoy, y habiendo obtenido premio por la misma, debido a la guerra, a la posguerra y algo a mi descuido, que disculpan mis múltiples quehaceres escolares de esos años, sólo la he pu– blicado de un modo muy parcial, aunque debo confesar que ha estado muy presente en muchos de los 100 estudios monográficos que llevo publicados. Un momento importante de la misma fue publicado en esta misma revista, al iniciar su andadura, siendo yo entonces su director. Lleva este tÍtulo: «La metafísica del Bien en la teología de San Buena– ventura», Naturaleza y Gracia, 1 (1954), 7-38. 4. Computer-Konkordanz zum Novum Testamentum graece..., Ber– lín/ Nueva York, Walter de Gruyter, 1980, col. 7-14. 5. A. Nygren, Eros und Agape. Gestaltwandlungens der christilichen Liebe (trad. del sueco por Irmard Nygren), Gutersloh, Car! Bertalsmann Verlag, 1930 (utilizamos esta versión alemana con preferencia a otras por creerla más autorizada). 109
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