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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO brota cuando se merece. Y se merece cuando el amigo apa– rece ante la conciencia como bueno. Amamos, pues, al ami– go porque le creemos bueno y, por lo mismo, acreedor a nuestra confianza. Otro requisito imprescindible es la convivencia más o menos larga, imposible de precisar en cada caso. Vio bien esto Aristóteles cuando no sin gracia, rara en él, requiere para la amistad haber comido los ami– gos un saquito de sal juntos. Claro está que esta consumi– ción no se hace en dos días. Anudados los amigos por la amistad, viene como consecuencia el deseo de hacerse bien y beneficiarse mutuamente. Esto es lo que aparece más al exterior entre amigos. Insisto, con todo, en que la nota primaria de la amistad, la que pudiéramos llamar su esen– cia eidética, es la confianza mutua por la que los amigos vienen a ser lo que expresó Horacio en frase insuperable: «Animae dimidium meae». El amigo es la mitad de mi alma. 34 Como pensador cristiano evoco la emotiva escena en la que Jesús al despedirse de sus discípulos les dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora las cosas de su amo; yo os llamo amigos porque todas las cosas que de mi Padre oí, os las di a conocer». 35 A sus enemigos perdonó en la cruz. A sus amigos les reveló las intimida– des de su Padre. Estos amigos de Jesús era rudos y senci– llos pescadores, pero buenos y sinceros que le habían ganado el coraz6n y la confianza. Entramos ahora de lleno en las dos formas de amor que han sido nuestro punto de partida: éros y agápe. El doctor consumado del éros es Platón. De él tene!Ilos que partir en la historia de este amor. Pues bien; dos notas señala Platón a este amor: ser indigente y ser sumamente poderoso, salvador. Es indigente por haber nacido -según el mito, expresión de una doctrina- de Poros, la abun– dancia, y Penía, la indigencia. Pero es al mismo tiempo poderoso y salvador porque es muy capaz de sacar a las almas de la cárcel en que viven y hacer que emprendan el camino ascensional hasta llegar a la contemplación de la pura y eterna Belleza. Este Éros, dice Platón, es hijo de la Afrodita celeste. Por eso impele al alma hacia los bienes eternos. Pero hay otro Éros, hijo de la Afrodita terrena que inclina a las sa– tisfacciones hedonísticas. Es obvio que en nuestro paran– gón entre el amor-éros y el amor-agápe, nos interesemos tan sólo del amor-éros, hijo de la Afrodita celeste, dando de mano al otro, inferior y sensual, que entonces, como hoy, manifiesta su imperio en las procacidades de la calle. Al Éros celeste lo cantó la sacerdotisa de Mantinea, Diótima, según lo leemos en esa página del Banquete de Platón que para Menéndez Pelayo no hay otra compara– ble en la literatura mundial. 36 Bien la aprendieron y co– mentaron nuestros grandes místicos españoles.37 Desde nuestra visión histórica del gran tema subraya– mos de nuevo que el Éros celeste, no obstante su alteza y poder, es radicalmente indigente: desde el inocente no– viazgo, cantado de modo inmaculado en el libro sacro del Cantar de los Cantares, hasta el anhelo del artista en ras– treo de la Suprema Belleza, pasando por el Santo que da- 108 Formas fundamentales del amor ____________ ma con San Agustín: «Fecisti nos ad Te et inquietum est cor nostrum...». Dada esta indigencia constitutiva del Éros se me hace imposible poder aplicar este nombre a Dios, que por definición es plenitud. Pese a ello, el Pseudo– Dionisio se atrevió a decir que la suprema Tearchia es Éros y lo quiso justificar. 38 Pienso que en esta ocasión tiene razón A. Nygren contra el Pseudo-Dionisio y la larga tra– dición que le ha seguido. Es este un tema histórico que no se halla suficientemente aclarado. Me place constatar que algunos de mis colegas presentes han dado aportacio– nes importantes a esta investigación tan prometedora. 39 También, y con razón, A. Nygren es contrario a la te– sis pagana de que al Éros se le declare salvador -sotér-. Lo es en efecto para Platón, a quien su discípulo Plotino sigue en esto muy de cerca. Platonismo y neoplatonismo están acordes en afirmar que vivimos en una cárcel, liga– dos a lo sensible. Pero que hay una fuerza salvadora, el Éros, que saca a los prisioneros de esta cárcel y los impele a ascender a la suprema Belleza. Desde su visión cristiana se explica la actitud drástica de A. Nygren contra esta te– sis platónica. Pero es enormemente agresivo contra el catolicismo al acusarle de haber permitido que el paga– no amor-éros haya impregnado históricamente al cristiano amor-agápe, hasta dejar sin relieve que nuestro único Sal– vador sea Cristo. ¿Tiene raz6n A. Nygren? La tendría, pensamos, si el pensador católico juzgara que cuando el alma mística pro– nuncia la jaculatoria agustiniana: «Fecisti nos ad Te... », ex– presión, sin duda, de un sublime erotismo espiritual, lo hace en virtud de un impulso ascensional motivado por el Éros. Pero es que el pensador cristiano se da aquí la mano con el teólogo para con él afirmar que este impul– so ascensional del alma mística no es efecto de un eros meramente natural, sino de un eros que se halla totalmente impregnado y sublimado por la gracia. Este erotismo, im– pregnado por la gracia, ha hallado su expresión insupera– ble en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. En un intento por penetrar en la raíz de nuestra dis– crepancia con A. Nygren he llegado a la conclusión, ya formulada por otros, de que todo gira en torno al pesi– mismo protestante que ve a la naturaleza humana tan co– rrompida por el pecado que ya tan sólo es capaz de aceptar el don de Dios o de rehusarlo. Pero este pesimismo, que quiso apoyarse en ciertas expresiones no muy medidas de San Agustín, no puede justificarse en una recta visión de los problemas de naturaleza y gracia. En oposición a este pesimismo Santo Tomás había proclamado un sano natu– ralismo, que ve en la naturaleza el sustrato sobre el que actúa la gracia. «Gratia praesupponit naturam», escribe San– to Tomás. 40 En nuestra ascensión a Dios partimos, pues, de la naturaleza en lo que ésta tiene de más elevado en nosotros: el espíritu. Este espíritu siente inextinguibles as– piraciones hacia la Verdad, la Bondad y la Belleza, impul– sado en estas aspiraciones por un éros natural. Pero, ¿por qué estas aspiraciones no pueden impregnarse de la gra– cia de Dios para lograr, unidas naturaleza y gracia, la unión plena con Él? SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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