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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Carballo y a Laín Entralgo. Rof Carballo, que siente un cálido entusiasmo por la categoría del encuentro, lo estu– dia ya desde el latir del niño en el seno de la madre. Su teoría de la urdimbre afectiva es luminosa y entrañable. 27 Laín Entralgo, en su ponderada obra, Teoría y realidad del otro, nos hace asisitir al desarrollo del encuentro desde la primera sonrisa del lactante. La llama sonrisa virgilia– na.28 Alude con ello al delicioso verso del poeta Virgilio, quien dirigiéndose al niño recién nacido, le dice: Incipe parve puer risu cognoscere matrem: 29 Todos saben que hay fiesta en el hogar cuando el niño sonríe por primera vez. Laín Entralgo afirma que esto tiene lugar en torno a la cuarta semana. Hay fiesta porque el niño ha dejado de ser un pedazo de carne humana desprendido del seno de una mujer, para iniciar su vida de relación que podrá ser la de un genio o la de un santo. Este niño, a lo largo de su vida, se va a encontrar con cuatro formas fundamentales del amor. De la primera de estas formas estábamos ya hablando al evocar las relacio– nes del niño con su madre. El pueblo llama este amor la voz de la sangre. Más filosóficamente diríamos que es el amor que nos liga a las raíces de nuestra existencia. Tal es el amor paternal, maternal, filial, fraterno, amor de familia. Sucede, con todo, que con este amor la filosofía ha es– tado raquítica. Platón, que tantos diálogos escribió, y al– gunos sobre el amor, casi no alude a este primario y fundamental. Los dos libros dedicados a los problemas do– mésticos, sean o no de Aristóteles, tan sólo se interesan por el modo de administrar la casa. Pero nada se dice de lo que constituye la esencia del hogar, que en su misma etimología habla del fuego que lo mantiene vivo. Inútil anotar que este fuego es el amor. Hasta nos causa cierta irritación que Ortega cuando, después de decirnos que el universo quedaría pavorosamente mutilado si de él se eli– minasen esas maravillosas potencias espirituales que son la esposa, la madre, la hija, la hermana, añade que ellas son inferiores y secundarias con lo que es la mujer en cuan– to rnujer. 30 Reconozcamos que en esta ocasión los filóso– fos han estado poco atentos a este terna. Hegel llega a decir que con buenos sentimientos se hace mala filosofía. Pero sucede que es esta eterna filosofía del amor hogareño la primera que todos hemos aprendido y practicado. Los griegos tienen una palabra que, si no de modo ex– clusivo, sí de manera prevalente aplican a este amor. Es el vocablo storgé. San Pablo nos da un refrendo de la sig– nificación de este vocablo, pues lo utiliza dos veces, tro– cado en adjetivo negativo: «á-storgoi», en nominativo plural; «a-stórgous», en acusativo plural. 31 Las traduccio– nes a mono vierten este vocablo por «desamorados». Ver– sión recta, pero que no recoge plenamente el reproche que San Pablo dirige a la gentilidad a la que acusa con el adje– tivo mentado de no tener el amor de la bestezuela con su cría. El pueblo se indigna ante la madre que abandona al fruto de sus entrañas y la llama desnaturalizada. Esto es lo que quiso decir San Pablo con la citada palabra, «á– storgoi», que niega ese amor ligado a la entraña y que la naturaleza impone como un sacro deber. 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor ___________ Afortunadamente en este siglo, en el que se siente un descenso de este amor venerando, ha surgido un gran doc– tor del mismo. Nos referimos a G. Marcel, a quien ya ci– tarnos. En su obra, bella de título y de contenido: Hamo Viator, desarrolla un capítulo sobre le mystere familial. 32 En estas profundas y delicadas páginas parece como que la filosofía ha querido compensarse del desamparo histó– rico en que dejó tan decisivo tema. Los análisis que se ha– cen en estas páginas nos incitan a una reflexión ulterior que repare el secular olvido, sólo compensado por mo– mentos de sublimidad literaria, como el citado de Virgi– lio o laAntígona de Sófocles, por mentar tan sólo algunas obras cumbres. El amor a los padres se prolonga en el amor a la pa– tria. Sobre este amor ha habido siempre más emoción po– lítica y sociológica que análisis antropológico y metafísico. Sin embargo, el estudio de esta vertiente del amor es esen– cial en una fenomenología del mismo. Anotemos, por último, que el objeto de este amor pue– de hallarse ausente. Esto motiva el sentimiento que lla– mamos nostalgia y añoranza. Voces psicológicas muy entrañables pero que no llegan a expresar toda la hondu– ra y rico matiz de la palabra galaico-portuguesa saudade. Sobre ella he hecho una reflexión en mi estudio sobre L. Coimbra, el máximo filósofo portugués de este siglo. 33 Pero juzgo que si valoramos los análisis de Kierkegaard sobre temor y temblor, de Heidegger sobre la angustia, de Sartre sobre la nada, debemos igualmente ponderar este concepto ibérico de saudade de tanta consistencia metafí– sica como cualquiera de los tan ponderados por los filó– sofos de la existencia. El segundo amor que nos sale al paso en la vida es la amistad. Ya de niños la hemos sentido. Sobre ella la anti– güedad clásica nos ha dado páginas excelsas. Pienso que ellas que son un acmé, una cumbre de su eterno mensaje humanístico. De los diez libros de la Ética de Aristóteles, dos de ellos están dedicados a la amistad. Las sentencias de Cicerón en su De Amicitia son imborrables. Apoyado en esta fecunda tradición he intentado dar plenitud al pro– blema desde la fenomenología de hoy. Reconociendo lo que tantas veces se dice que los amigos buscan hacerse bien, y tener convivencia, por mi parte he llegado a la conclusión de que la nota primaria de la amistad se halla en la mutua confianza. Apelo a vuestra conciencia. To– dos tenemos en ella unos secretos que celosamente custo– diamos. Ha sido uno de los mayores crímenes de este siglo haber agredido a la conciencia en su santuario. Y, sin em– bargo, con el amigo nos desahogamos y se lo contamos todo. Digo mal; todo no, porque siempre queda un rin– concito en nuestra intimidad que sólo es para nosotros. Pero es ley de nuestra conciencia que tanto es mayor nues– tra amistad cuanto es mayor la confianza que deposita– mos en el amigo. Para llegar a esta confianza es necesario llenar unos re– quisitos previos. El primero de todos, según Aristóteles, es la bondad. Sólo entre los buenos puede darse una amis– tad verdadera, sin trampa alguna. Es que la amistad sólo 107

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