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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO niño hacia su madre? En estos casos no cabe un análisis disecador. Y hay que acudir a otras categorías que las clá– sicas. Una de ellas, hoy en alza, es la categoría del encuen– tro. Entre hijo y madre no se dan actos de fe, esperanza y caridad. Se da un encuentro de plenitud en un cariño que mutuamente se desborda. 22 Parece que esta categoría del «encuentro» pone en evi– dencia cuán falsamente se ha disecado en compartimen– tos distintos la vivencia mística que es un encuentro con Dios, más pleno todavía que el del niño con su madre. Por ello, el problema del amor puro que se ha planteado desde la distinción de las dos grandes virtudes, esperanza y caridad, pierde significación al advertir que esa distinción no puede ser vivencia!. Los teólogos se han preguntado muy en serio si la caridad perfecta puede eliminar la es– peranza. Pero después de lo dicho hay que decir que esto sólo se puede plantear en un plano meramente teórico, pero es un sinsentido en los altozanos puros de la vida mística. El santo ante Dios -recuérdese a Santa Teresa– actúa con esa unidad y totalidad, propia de las grandes vivencias. En éstas, la fe, la esperanza y la caridad, escindi– das por el análisis del intelecto, se fusionan para constituir una única realidad anímica que aúna al alma con su Dios. Hoy afortunadamente nuestra filosofía y teología es– tán abiertas a la nueva categoría del «encuentro». Pero es poco lo que se ha hecho pues estamos en los comienzos. No se trata, con todo, de eliminar el saber del pasado sino de completarlo. Sin embargo, me atrevo a decir que el lím– pido panorama de la II-Ilae de la Summa Theologica de Santo Tomás, aparece hoy ante mi conciencia, que tanto ha gustado de la misma, como un Museo de Historia Na– tural en el que el entomólogo muestra su colección de ma– riposas, irisadas de mil colores, pero muertas, clavadas al fondo del cuadro, por un alfiler. Tal parece ser el cuadro de las vitudes delicadamente estudiadas por Santo Tomás. Impecables análisis, pero no unidades vivenciales, como esperamos, ha de hacer la futura teología. Desde nuestra preocupación actual por el tema del «amor puro» tene– mos que concluir que estas unidades vivenciales de nues– tra conciencia muestran que el tema del «amor puro» carece de importancia y hasta de sentido. En consecuen– cia lógica parece legÍtimo afirmar que el popular soneto: «No me mueve mi Dios para quererte...», sólo pudo ser pensado y escrito en un ambiente saturado de escolasti– cismo. Históricamente fue así. Pues suena en español cuan– do en las aulas hispanas, en esta Salamanca, está más en alza la que se ha llamado la segunda escolástica. La coeta– neidad confirma aquí la visión teórica que hemos propues– to del tema. Sólo en conexión con los distingos de las aulas puede el alma dirigirse a Dios para decirle: «Tú me mue– ves, Señor, no el cielo que me tienes prometido». Pero la vivencia mística como tal está impregnada de aquel sen– tido unitario que San Juan de la Cruz vio en el dicho de San Francisco: «Dios mío y todas mis cosas». 23 Más que el niño en su madre, el alma santa ve en Dios todas las cosas identificadas con Él. Su propia felicidad no es más que una cosa más vista en Dios. ¿Qué sentido tiene entonces 106 Formas fundamentales del amor ____________ desgarrar esta vivencia unitaria como ha intentado la teo– ría del «amor puro»? Concluimos, pues, este apartado haciendo notar que tanto desde la Transcendencia de Dios, que terminamos de exponer, como desde la Inmanencia, la disputa enco– nada del amor puro es un sinsentido desde la antropolo– gía metafísica que ilumina las hondas vivencias del espíritu. Nos parece, con ello, suficientemente probado que el amor a Dios y el amor a sí mismo, lejos de opo– nerse como tendencias contrarias, según opinaban los par– tidarios del amor puro, ni siquiera se pueden considerar como tendencias complementarias, según opinaban sus impugnadores, ya que se trata de una única tendencia en la misma dirección. El amor personal como abertura al otro y sus diversas formas Aclarado el punto de partida del amor personal que es el amor a sí mismo, surge el tema del amor en su aspecto más usual, como abertura al otro. Esta abertura al otro creemos necesario insertarla decididamente en la perso– na en cuanto tal, contra múltiples tendencias que lo han fijado en estratos inferiores, con consecuencias siempre inaceptables. Tal es el caso que comentamos del filósofo materialista Le Dantec. Laín Entralgo acusa de esto mis– mo al psicoanálisis de Freud, aunque reconoce en él al– gunos valores que afectan a la persona como tal. 24 Ya indicamos anteriormente que la persona en su se– gundo plano metafísico es abertura y comunicabilidad. En este segundo plano lo primero de notar en el amor es lo que en síntesis dijo San AgustÍn en su conocida sen– tencia: Amor meus pondus meum. Eo feror quocumqueferor. Se da, por tanto, entre las conciencias una ley de gravita– ción espiritual cuya fórmula es la de San AgustÍn. 25 Pero si la persona por el amor se inclina hacia el obje– to amado, es para actuar sobre él. Ortega ha descrito con impresionante realismo el encuentro de una persona con otra que puede estar inspirado por el amor o por el odio. Recogemos el momento central de su descripción: «El amor y el odio actúan constantemente; aquél envuelve al objeto en una atmósfera favorable, y es, de cerca o de le– jos, caricia, halago, corroboración, mimo. El odio lo en– vuelve con no menor fuego, de una atmósfera desfavorable; lo maleficia, lo agosta como un siroco tórrido, lo destru– ye virtualmente, lo corroe». 26 No se puede decir más con menos palabras de este primer encuentro del amor que tiene lamentablemente una correspondencia paralela en el odio, tema sólo de contraste en esta reflexión. Es de advertir ulteriormente que la abertura del amor tiene su historia: individual y social. Anotemos algo so– bre la individual. Me atrae porque dentro de la riquísima literatura filosófica del encuentro individual, España se halla excelentemente representada. Baste recordar a Rof SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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