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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO sólo nuestra meta sino también nuestro fundamento. Esta metafísica pudiera sensibilizarse en las torres de la cate– dral gótica. En ellas se ha visto una metáfora en piedra de la aspiración del alma cristiana que expresó para siem– pre la incomparable frase de San Agustín: Fecisti nos ad Te... Pero las torres hablan a nuestra conciencia cristiana no sólo de aspiración sino también de que es necesario un fundamento. En este fundamento se fija Zubiri para decirnos que estamos esencialmente religados. De esta re– ligación yo deduzco que la persona que reafirma su ser por el amor a sí mismo, reafirma al mismo tiempo, y con el mismo acto, su vinculación a Dios. Por lo mismo, si yo me amo rectamente a mí mismo, en el mismo acto en que me amo, amo a Dios que se halla inmanente en mí, dándome la posibilidad de ser. Luego al dirigirme a Dios por el amor, no ejecuto de suyo un doble acto, como pen– saban los teóricos del amor puro, sino uno sólo, por el que me reafirmo a mí mismo y reafirmo mi vinculación a Dios, inmanente en mí. Parece, pues, que desde la inmanencia de Dios en no– sotros como nuestra fundamentación, el problema del amor puro se resuelve en una única tendencia amorosa por la que la persona a la vez va hacia sí y hacia Dios. A igual conclusión parece posible llegar por la vía de la Trans– cendencia. Pues si venimos de Dios, que es inmanente a nosotros, vamos a Dios que nos es transcendente. Es esta segunda marcha ascendente de la persona la que ahora que– remos analizar para dar nueva luz en la disputa del amor puro. 18 Ante todo, es necesario tomar conciencia de que esta segunda marcha hacia la transcendecia implica, al mismo tiempo, un ir en pos de nuestra propia felicidad. ¿Qué conexión se da entonces, podemos preguntar, entre nues– tra felicidad última y Dios que nos espera en la meta? Uno de los máximos intentos de respuesta a esta pregunta den– tro del pensamiento cristiano nos parece hallarlo en San AgustÍn. Su comentador, E. Gilson, ha estudiado la filo– sofía de este doctor viendo en ella un itinerario de la mente hacia la beatitud suprema que sólo el alma puede hallar en Dios. Este itinerario se realiza tanto por la vía de la inteligencia como por la vía de la voluntad. 19 Por ser la vía de la voluntad la vía del amor nos vemos precisados a detenernos exclusivamente en esta vía. Ante el análisis de E. Gilson, lo primero que adverti– mos es una gran disconformidad entre este análisis y las direcciones mejores de la filosfía de este siglo, tales como el intuicionismo bergsoniano y la filosofía de la persona. Estas filosofías ponen en claro, ante todo, la unidad de vivencias en la persona, mientras que E. Gilson nos mues– tra el alma agustiniana escindida por los caminos de la inteligencia y de la voluntad. Estas escisiones se hacen más hirientes aún en la teología al uso hasta hace unos años, la cual trataba de determinar cuál era el «subjectum» y el «objectum» de cada virtud, distinguiendo con minu– ciosidad entre «objectum quod, quo, sub quo, in quo, etc.». Un acotamiento a S. Ramírez pone este tema en claro. Señala éste que entre fe, esperanza y caridad hay distin- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor ____________ ción por motivo del objeto: «el de la fe es la Veracidad Primera o Verdad Primera in dicendo; el de la esperanza es la Omnipotencia Auxiliadora o la Bondad Divina in auxiliando; el de la caridad es la misma Bondad Divina absolutamente o en sí misma» . 2 º Esta teología, a la que hay que declarar diáfana y trans– parente, muy en línea con Santo Tomás y toda la escolás– tica, presenta, sin embargo, otro cariz a la luz de los métodos de hoy. Uno de ellos lo preconizaba a princi– pios de siglo H. Bergson en su opúsculo: Introduction a la métaphysique. 21 Se le creyó por algunos años el Discur– so del Método de este siglo, pero no tuvo el efecto que se esperaba. Es, sin embargo, indiscutible que puso en claro cómo a la conciencia se la puede estudiar analizando con el intelecto los estratos solidificados que emergen de la mis– ma, como témpanos de hielo sobre el arroyo en invier– no, o penetrando dentro de ella para percibir por la intuición la Íntima unidad de su despliegue continuo, como agua del mismo arroyo en primavera, según la ima– gen sensible que utiliza el mismo Bergson. No es el momento de detenernos a exponer la sugesti– va teoría bergsoniana sobre el intelecto que analiza y la intuición que penetra en lo Íntimo hasta identificarse con lo que tiene el ser de único. Sí creemos muy oportuno hacer notar que la unidad de la conciencia, que H. Berg– son percibe con la intuición, hoy se ha puesto más en uso con esa palabra alemana que ha pasado ya todas las fron– teras filosóficas. Me refiero a la palabra Erlebnis, que Or– tega y su escuela han traducido por vivencia. Si durante siglos se prefirió analizar con el intelecto los diversos ac– tos de la persona, hoy interesa sobre todo intuir las vi– vencias primarias de la misma. Son estas vivencias las que dan la auténtica contextura espiritual al alma humana. Ahora bien; tanto la conciencia bergsoniana como las vi– vencias que analiza la fenomenología se caracterizan por estas dos notas: unidad y totalidad. De tal suerte que la vivencia tanto es más plena cuanto más aúna las virtuali– dades anímicas y cuanto más impregna la totalidad de la persona. Nos parece patente que desde el momento en que la vivencia atrae la reflexión de la mente, los análisis esco– lásticos pierden significación vital para trocarse en un muestrario de conceptos abstractos, claros, precisos, pero inertes. Veamos, si no, lo que acaece con las virtudes. Un cuadro de vida familiar, que todos hemos vivido, lo pone ante la vista. Recordemos el viaje que G. Marce! hace por la campiña, en uno de cuyos remansos encuentra a una madre atareada en su quehacer mientras sus niños juegan por el prado. Gratamente le sorprende cómo el más pe– queño y vivaracho corretea hacia su madre y chilla con palabras entrecortadas: «Mamá, mamá, yo he hecho este ramo de flores para ti». Intuitivamente vemos que el niño practica en este momento la teología humana de las tres virtudes teologales: cree en su madre a pies juntillas, lo espera todo de ella y por sus ojos y su sonrisa le sale todo su amor tierno. ¿Habrá alguien tan pedante que se atreva a escindir la unidad inmaculada de las tres virtudes del 105
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