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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Punto de partida del amor personal: el amor a sí mismo Respecto del amor personal reparé de entrada que era ne– cesario salir en defensa del amor a sí mismo, del amor a la propia persona, es decir, reivindicar al calumniado amor propio. Si el Evangelio exige amar al prójimo como a sí mismo, como ya lo pedía la Ley de Moisés, 11 esto indica que el amor a sí mismo es el punto de partida de todo legítimo amor. Por consiguiente también lo debe ser del estudio sobre el mismo. Es esto lo que he iniciado en este invierno en las horas que mis lecciones me han dejado libres. Divido el tema del amor a sí mismo en cinco aparta– dos. En el primero salgo en defensa de este amor contra los múltiples reproches de que es objeto, reproches bien merecidos cuando se rebaja a ser mero egoísmo. La mejor apología de este amor la he hallado en la Ética de Aristó– teles, al hacer el análisis de la philautía, nombre que toma el amor propio en griego. Dedica a estudiarla el capítulo 8 del libro IX. Para el vulgo, razona Aristóteles, la philau– tía, el amor a sí mismo es ir en pos de las riquezas, place– res y honores. Frente a estas apetencias que tanto han deshonrado al noble amor de sí mismo, Aristóteles pro– clama que este amor, cuando es recto, busca los bienes es– pirituales. Antes este amor, Aristóteles sentencia: «Es necesario que el hombre bueno se ame a sí mismo, pues, al amarse, ama los bienes superiores y con ello se benefi– cia a sí mismo y a los demás». 12 Dos notas parecen primarias en este amor a sí mismo que expongo en el segundo apartado: La primera es la afir– mación del propio ser frente a la nada. Aquí, en Salaman– ca, M. de Unamuno ha sentido este tema como un continuo escozor de su vida: ser, serse, ser más, serlo todo, ser siempre. 13 Esto pide, en primer lugar, este amor. Pero a la vuelta de la esquina nos topamos con que el suicidio parece negar esta nota primaria. Es obvio que el filósofo se pregunte entonces por la raíz última de este tétrico su– ceso humano. De él se han dado muchas respuestas, sus– citadas por la trágica tendencia de la humanidad de hoy que, según A. Camus, va camino del suicidio. La mejor motivada me parece ser la que considera el suicidio como problema ontológico a la luz de una metafísica profun– da. La de X. Zubiri nos habla de que la religación es algo constitutivo del ser humano. Pienso que la negación de esta religación deja al pobre hombre, nunca más pobre que en su contingencia metafísica, en manos del vacío, de la oquedad sin fondo de que habla tantas veces Una– muno. Ahora bien; la oquedad, el vacío empujan hacia sendas tortuosas que llevan muchas veces al abismo suicida. La segunda nota del amor a sí mismo es la aceptación de sí. Con este título R. Guardini escribió un libro pe– queño, pero encantador. Lo dirige a las almas en lucha consigo mismas para que se acepten como son. Y desde esta aceptación realicen el plan divino que Dios tiene so– bre ellas. 14 104 Formas fundamentales del amor ___________ La actitud del desesperado contradice esta aceptación cristiana. La obra de Soren Kierkegaard, La enfermedad mortal (O de la desesperación y el pecado) analiza de modo insuperable esta vertiente negativa del amor. Dis– tingue una doble desesperación: por debilidad, en virtud de la cual uno no se acepta como es, como Dios ha queri– do que sea; y la desesperación por obstinación, yo diría mejor, por soberbia, motivada por la pretensión de ele– varse a lo que uno no es capaz de ser. 15 Es la desespera– ción de Nietzsche y de tantos super-hombres de la historia. En un tercer apartado trato de cómo el auténtico amor a sí mismo con las dos notas de afirmación y aceptación tiene que insertarse en la persona. Sólo, en efecto, la per· sona puede realizar este amor cuando es recto. Pero en la persona es necesario distinguir un doble plano: el de la independencia y autoposesión, y el de la apertura y la comunicabilidad. El de la persona como apertura ser~ pun– to referencial en las diversas formas del amor hacia el otro. El de la persona como independencia y autoposesión nos fundamenta la primera vertiente del amor, que es el amor a sí mismo, al declarar que la persona es última solitudo con Duns Escoto, soledad radical con Ortega, personeidad con la fórmula metafísica acuñada por Zubiri. 16 Con es– tos conceptos metafísicos se significa que en un primer momento la persona es plena y total responsabilidad. Por ello, es capaz el hombre de tener hacia sí un amor por el que afirme su ser y acepte el propio destino. Por otra parte, juzgo de capital importancia situar el problema del amor en la persona. Un descenso del amor en la escala antropológica puede trocarlo en nefasto. En el apartado cuarto expongo un ejemplo tÍpico de ello. Me refiero al filósofo francés F. Le Dantec, cuyas obras pedía M. de Unamuno a su amigo en París Giménez Ilundáin para irritarse con su lectura. Desde su materialismo evo– lucionista estudia Le Dantec las tendencias humanas ex– clusivamente como meros impulsos biológicos. Y sentencia que no hay otro amor que el egoísmo. Todo eso de la vida ética humana individual y social, los ideales y convenciones humanas, no son más que disfraces de un egoísmo claro o larvado. El título de una de sus obras pro– clama esto bien alto: J;égoi'sme seule base de toute société. 17 Esta obra de Le Dantec tiene el mérito en su ruda clari– dad de hacer patente que si las tendencias humanas se in– sertan en la biología, se acaba ineludiblemente en lo que Th. Hobbes proclamó cínicamente: Homo homini lupus. Vio bien claro que en biología no hay otra ley que la ley del más fuerte: the struggle for life, como dos siglos más tarde diría Ch. Darwín. Concluyo este capítulo con un análisis de la disputa en torno al amor puro, al polo opuesto del egoísmo de Le Dantec. Enfrentó esta disputa del siglo XVII a dos gran– des jefes de la Iglesia de Francia: Bossuet y Fenelon. En este momento me permito exponer un intento de supera– ción de esta disputa desde la exposición dada del amor a sí mismo. Por la metafísica, y más en concreto por la de Zubiri, sabemos que por el amor vamos a Dios. Pero es porque hemos venido de Él. Es decir, que Dios no es SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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