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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO me ha hecho cada vez más exigente. De aquí la desazón que ha motivado en mí este juicio histórico de Ortega: «La verdad es que lo que hubiera sido la auténtica y ori– ginal filosofía cristiana ha quedado nonato, y con ello ha perdido la humanidad una de sus más altas posibilida– des».1 Como profesor del pensamiento medieval me sien– to en el deber de decir que el juicio de Ortega, en este su radicalismo, queda desautorizado por la obra de los grandes escolásticos. Pero lo acepto como válido por cuan– to aquella obra quedó a medio hacer cual otra Almudena del espíritu. El que el gran filósofo M. Blondel haya es– crito en nuestros días una obra con este tÍtulo: Exigences philosophiques du Christianisme, 2 prueba que estamos a medio hacer en lo tocante a filosofía cristiana. A nadie maravillará que como profesor de esta asignatura durante más de 40 años -comencé a explicarla el año 1943 en el Colegio de Filosofía de mi orden capuchina, provincia de Castilla- desee contribuir a realizar lo que M. Blon– del propone en su obra; más programa, en este caso, que realización. Un tema me ha atraído desde mi tesis doctoral, muy parcialmente publicada: «El voluntarismo de San Buena– ventura».3Es el tema del amor. Al leer en la primera car– ta de San Juan (4, 16): o theos agápe estin -Dios es amor– y contraponer esta definición con la que nos brinda la metafísica: Ipsum esse subsistens, no he podido menos de preguntarme por el sentido del amor-agápe en cuanto apli– cado a Dios. (Entre paréntesis advierto que en la pronun– ciación de la palabra griega agápe me atengo al acento que tiene en su lengua. Sigo en ello a Zubiri y a su escuela.) El preguntarme por el amor-agápe me era tanto más im– prescindible por cuanto la metafísica griega, y más en con– reto Platón, ensalza como supremo amor al Éros ¿Qué relación se da entonces entre el amor-éros y el amor-agápe? Ya es bien significativo, al tomar unas concordancias bíblicas, 4 que el vocablo agápe, con el verbo agapáo y el adjetivo agapethós, vengan mentado en el NT de 300 a 400 veces. Sucede, por el contrario, que el vocablo eros y sus derivados verbales, eráo, erastéw, erómenos, tan fre– cuentes en la literatura griega y sobre todo en Plat6n, no se hallen mentados ni una sola vez. Esto es más de notar por cuanto el NT se hallaba envuelto por un ambiente cultural saturado del canto al eros: al ascendente, hijo de la Venus urania, o al descendente, hijo de la Venus demótica. Esta simple constatación nos habla de un claro con– traste entre el amor-agápe del NT y el amor-éros de la cul– tura clásica. Es obvia entonces la pregunta: ¿qué novedad ofrece el amor cristiano respecto del amor vigente hasta entonces? Esta pregunta, ya muy seria desde una perspectiva me– ramente cultural, pone en vilo al pensador cristiano ante la obra del teólogo luterano, de Suecia, Anders Nygren: Eros und Agape. En esta obra intenta probar que el catoli– cismo ha traicionado el mensaje neotestamentario del amor por haberse dejado impregnar del éros griego hasta casi eliminar la agápe cristiana. Todavía hace más acre el problema este teólogo _cuando afirma que con Lutero tie- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor ___________ ne lugar una revolución copernicana en el tema del amor cristiano, por cuanto con la Reforma protestante se torna de nuevo al motivo auténtico y primero de la agápe neo– testamentaria. 5 Durante los últimos quince años esta obra de A. Ny– gren ha estado presente en mi espíritu cual otro desafío, más grave aún que el citado de Ortega. En media docena de breves estudios sobre el amor en San AgustÍn, San Bue– naventura, Duns Escoto, el místico fray Juan de los Án– geles, en Platón y en Sófolces 6 he intentado ir dando respuesta a la obra de A. Nygren, monumental desde el punto de vista de la investigación técnica. Creo que ha llegado el momento de volver sobre mis reflexiones y sin– tetizar mis estudios con el fin de dar una respuesta funda– da al alegato de A. Nygren, que él juzga muy motivado. Por mi parte me veo forzado a decir que lo veo en gran parte inconsistente. Me place constatar que los biblistas se han enfrentado con la obra de A. Nygren. Tanto C. Spciq como V. War– nach, por citar a los más conocidos, le han dado una res– puesta en sus obras, imprescindibles hoy para conocer el mensaje del NT, sobre el amor. 7 No podemos decir lo mismo de la filosofía y teología. La obra de J. Lotz, Die Stufen der Liebe, Eros Philia Aga– pe. Tal vez lo mejor que se haya escrito, es insuficiente. 8 Con mayor motivo otras varias que cito en mis estudios. Y también el mismo A. Nygren al presentar la segunda edición de su obra. 9 Ahora bien; ante este status questionis nadie se maravi– llará de que me haya embarcado en la obra que estoy re– dactando y que llevará el mismo título de esta lección. Quizá sea algo extraño que en una ultima lectio se pre– sente un programa. Sin embargo, es lo que quisiera hacer brevemente. No cierto para desarrollarlo como profesor titular, sino para escribirlo como profesor «jubilado». En– tendido este asendereado vocablo en su virginal sentido: «lleno de júbilo». Mi planteamiento inicial era muy amplio, pues inten– taba exponer en una misma obra el amor impersonal y el amor personal. El famoso verso de Dante, el último de la Divina Comedia: «Eamor che move il sale e l'altre stelle» me forzaba a abordar en serio el amor impersonal o amor cósmico. Es tan grato a un pensador cristiano sen– tir invadido todo el cosmos por el amor. Pero advertí que el tema del amor impersonal está pidiendo otra obra. So– bre todo si se tiene en cuenta que frente a la unidad ar– mónica de las fuerzas espirituales del amor, tal como las percibe el pensador cristiano, ha habido desórdenes y con– fusiones. El pensador alemán Th. Haecker afirma que este desorden se manifiesta en los tres enunciados siguientes: «El sentimiento lo es todo» (Fausto); «el pensar lo es todo» (el idealismo alemán, Hegel); «la voluntad lo es todo» (Schopenhauer, Nietzsche). 10 Durante el otoño pasado me ocupé en exponer esta vertiente del amor imperso– nal. Pero en la Navidad advertÍ y me advirtieron que ha– bía para rato y que me era imprescindible enfrentarme cuanto antes con el amor personal. 103
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