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(53) LOS C0NVENTOS DE RETIRO EN LA ORDEN CAPUCHINA 179 hojeando estas páginas para convencerse de lo contrario. La Iglesia ha reconocido ya solemnemente le heroicidad de las vir– tudes de los venerables Lorenzo de Zibello y J esualdo de Reg– gio, y la historia ha clasificado en la galería de los generales más ilustres de la Orden a los PP. Pablo de Colindres y Erardo de Radkersburg. Al lado de estas personalidades sobresalientes se movían, oteando con idénticos afanes la alturas de la per– fección, otros muchos religiosos de conducta intachable, predi– cadores de renombre, profesores eruditos y escritores fecundos, sacerdotes ejemplares y hermanos legos fervorosísimos. No fal– tó, es verdad, alguno que otro espíritu fanático y exaltado; pero éstos ni dieron carácter a la obra ni se tomaron en considera– ción. Si como la eizaña nacieron junto al trigo, como la eiza– ña fueron desechados. Aunque, como antes indicábamos, la simiente arrojada en el surco no produjo el fruto apetecido, este capítulo de historia, sin embargo, pone de manifiesto una vez más la pujante vita– lidad del auténtico espíritu franciscano, que en los momentos de mayor peligro para la humanidad y para la Iglesia suscita siempre f'nngías insospechadas que orientan las almas hacia el rf'torno a los tiempos heroicos del más puro y genuino fran– ciscanismo. Sin duda fué una lección saludahle para los espí– ritus indiferentes, influenciados sobremanera por las corrien– tes naturalísticas de la época que juzgaban acaso como una uto– pía, bella si se quiere per irrealizable como todas las utopías, la realización concreta del ideal de S. Francisco de Asís en su nota más característica y evangélica, es decir, la práctica inte– gral y totalitaria de la altísima pobreza. Pero los corazones ge– nerosos, que en el estahlecimiento de los conventos de Retiro entrevieron el secreto y ensayaron la posibilidad <le aquella praxis heroica, les dieron un solemne mentís y con ello se hicie– ron acreedores a nuestra admiración. Si la experiencia no dejó huellas indelebles en la historia cambiando el derrotero de los aconteeimientos, el historiador cumple con su deber reivindi– cando del olvido en que yacía este esfuerzo generoso por la conquista de un noble ideal de perfección religiosa.
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