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lí8 P. MELCHOR DE POBLADr1u (52) y dt>eidida hace pt>rdn t>l N¡uilibrio, al!.'ja dt>l fin o retarda la consenwi<ín del mismo. El PHtablecimit>nlo de los conventos de Retiro nunca se <·orn,idt>ró como prohl!.'ma oficial <le la Ordt>n, y los dos Generales qut> lo apoyaron con <lPci,;.ión no lograron encauzarlo definitivanwnte, ni aun en aquellas provim·ias ,londe Sf' había ensayado con algunos resultados positivos. Además la autonomía, aunque relativa, que se pret1:ndía dar a et"los conventos, les fué perjudieial. Las vPntajas que en ella eifrahan los oq:"!;anizadore,- hubieran sido rPale8 y efrctivas, si quien gohernaba la Jffovincia hubiera sido favorable. Una do– ble autoridad, y por añadidura en eontraste, whre los mismos súbditos, será siempre ¡wrj udicial, y en caso de conflicto vence siempre el más fm·rte, sin eonlar con qup los métodos adopta– dos pueden crear recíproca¡; diEcordias, desconfianzas y reeelos entre los miembros de una misma colectividad q1w dehen amarse como hermanos. El apoyo que los partidarios buscaban y con fr<'cueneia en– contraban fuera de la Orden para triunfar en sus plane8, fué otro escollo peligroso, contra el cual má8 pronto o más tarde dehía estrellarse. En efecto, las ingerencias políticas o laicas, qm' las autoridades eelesiástieas y religiosas toleraban para evi– tar male8 rnayon:'s o roC'es inútileb, podían asegurar un éxito inmediato o un compromiso pasajero; pero la estabilidad de la vida religiosa no podía ni debía quedar a la nwrced de golwr– nantes, que t'n su actuación perseguían firn•¡; muy diverbos de la santificación de las almas, aunque a¡;arentemente supieran ocultarlos. Los regali8üts y jansenistas más <luehos del siglo XVIII tenían l:iumo interés en presentarne al JHlt>hlo y a las en– tidades religio¡;as, como lob abanderados de la religión y eonw los v<:'rdaderos defensores d<:' la piPdad conculcada. Por último, eontrilmyó también a hacer fraeasar el intento la <'alamidad de los tiempos, continuamente tnrhados en las im,tituciones religiosas, políticas y soeialt>s. Para afianzarse y pro1,perar, el movimiento hubiera necesitado más tranquilidad espiritual y menos agitaciones intelt'ctuale8 y sociales que las que iban preparando y luego acompañaron y siguieron a la re– volución francesa. En Calabria, en donde el movünit•nto se prespntaba con cierta vitalidad prometedora, quedó aniquilado por las leyes de supresión que en 1784 emanó la Corte de Ná– poles. Y si en España, graeias a la aprobat'ión pontificia y al interesado y poderoso influjo de la Corlt' de Madrid pudo pro– longarse por algún ti1:mpo, no logró hacerse popular ni gene– ralizarse. Con todo, el episodio que acabamos de ilustrar en las pá– ginas que preceden, no fué, como alg-uien pudiera pensar, una veleidad caprichosa de algunos espíritus inquietos e idealistas <"n demasía. Bastarían los nombres que el lt>clor ha descubierto

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