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ceder en provecho del hombre, y estar en cierto modo sujetas a él», 4 deben obtener la verdad. La verdad es, por ello, un bien a que tienden, o aquello a que estan orde– nados por su naturaleza los seres hu– manos. Con la colocación de la verdad en la línea del bien, la misma verdad queda constituida como bien, como la perfec– ción última del entendimiento y también de la persona, que es quien conoce por medio de él. Afirma, por ello, Santo To– más al iniciar su comentario a la Metafí– sica de Aristóteles que: «Todas las cien– cias y las artes se ordenan a algo uno, a saber, la perfección del hombre que es su felicidad». 5 Esta última tesis, profundamente hu– mana porque pone todas las creaciones culturales, incluida la filosofía, al servi– cio del hombre, ha sido también asumida . por el Dr. Rivera. Toda su extensa y va– liosa obra intelectual puede considerarse como la realización de este mensaje del humanismo tomista. En toda su obra es– crita y en su magisterio oral se descubre siempre que su intención más profunda ha sido la de procurar la felicidad de los hombres. Perfección que tanto se refiere a la que puede conseguirse en este mun– do como a la felicidad absoluta y eterna. Ante la actual pérdida de la fe en la verdad, Rivera ha acogido la filosofía de la verdad de Santo Tomás. En ella, por un lado, se afirma que la verdad, igual que el bien, existe, y pueden discernirse objetivamente del error y del mal. Por otro, que el hombre es capaz de conocer– la y poseerla, aunque en distintos grados. La coherencia del pensar lleva a afir– mar la existencia de la verdad, porque, como argumenta el aquinate: «Es evi– dente que existe la verdad, pues quien niega su existencia concede que existe, ya que si la verdad no existiese sería ver– dad que la verdad no existe, y claro está que, si algo es verdadero, es preciso que exista la verdad». 6 La misma necesidad de certeza del conocimiento intelectual sostiene la existencia de la verdad. Ade– más, desde la metafísica del conoci– miento, se prueba que la inteligencia puede llegar a la verdad y, con ello, evi– tar el relativismo, que es siempre parali– zante, y el escepticismo, que es comple– tamente vacío. Tesis que han sido para el profesor Rivera convicciones arraigadas desde su temprano descubrimiento del tomismo. Benignidad y afabilidad Además del amor a la verdad, que ha asi– milado de Santo Tomás, el profesor de Salamanca lo ha hecho también, y en co– nexión con este «appetitus veritatis», ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ANÁLISIS TEMÁTICO con su actitud afable en el trato y en sus escritos. La afabilidad o cordialidad comporta una disposición de respeto y de diálogo con los demás. Sin embargo, ni en el aquinate ni en Rivera de Vento– sa, estas posturas han implicado una po– sición relativista o agnóstica respecto a la verdad. Sí, en cambio, una gran com– prensión de las dificultades enormes que se le presentan a cada hombre para con– quistar la verdad y el bien. Su apertura y su consiguiente actitud dialogante no les ha conducido a la renun– cia de las propias convicciones. Es más, juzgan los errores, porque el respeto, e in– cluso amor, al que yerra no implica la aceptación de su error. Por ello advertía Balmes que: «La caridad nos hace amar a nuestros hermanos, pero no nos obliga a reputarlos por buenos si son malos», ni tampoco admitir que expresan la verdad si no la tienen.7 La misma verdad obliga a tener un profundo y constante respeto a los demás, pero no dimitir de la verdad. Ésta exige que se llegue a un entendi– miento con la apelación a la razón, al sen– tido común, y precisamente por conside– ración al otro, ya que la verdad libera au– ténticamente al hombre, por apartarle de la ignorancia y del mal. Y, como Santo Tomás, Rivera de Ventosa ha presentado siempre la verdad de una manera audaz, pero con una gran sencillez, totalmente compatible con su espíritu franciscano. A este respecto se ha dicho que: «El Príncipe Angélico de las escuelas [.. .] contradijo por necesidad las opiniones de los filósofos y teólogos, a los que se había visto obligado a confutar en nom– bre de la verdad, pero lo que completa admirablemente los méritos de un doctor tan grande es que nunca se le vio despre– ciar, herir o humillar a ningún adversa– rio, sino al contrario los trató a todos con gran bondad y respeto. En efecto, si las palabras de aquellos contenían alguna dureza, ambigüedad, oscuridad, él las endulzaba y explicaba interpretándolas con indulgencia y benevolencia. Y si la causa de la Religión y de la Fe le impo– nía rechazar sus ideas, lo realizaba con tal modestia, que lo hacía no menos dig– no de elogio cuando se separaba de ellos que cuando afirmaba la verdad católi– ca». 8 Tal modestia y modo benevolente de tratar a los adversarios son los mode– los con que Rivera ha conformado toda su producción filosófica, cualidades que llaman poderosamente la atención de to– dos los que se benefician de ella. El mismo Santo Tomás, al tratar la virtud de la afabilidad, que caracteriza como un modo de amor de benevolencia o de querer el bien para alguien, según la definición de Aristóteles, 9 indica que: «tiene por objeto propio agradar a quie– nes rodean al hombre». 10 También ex- 122/123 ANTH ROPOS/97

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