BCCCAP00000000000000000000451

ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN mo agustiniano dada por el profesor Van Steenberghen. Queremos recordar aquí otras dos rectificaciones, que tienen tanta o mayor importancia: su interpretación de la conversión y la del amor. Prospere Alfaric, que fue seguido por otros muchos, por lo general fuera del campo católico, 8 formuló la tesis de que San Agustín se convirtió de modo inme– diato más a la filosofía neoplatónica que al simple cristianismo. El P. Charles Bo– yer combatió justamente esta tesis. 9 Pero el pensador salmantino la ha considera– do desde las relaciones de San Agustín con el neoplatonismo. 10 A este sistema el profesor Rivera le objeta su radical impersonalismo y su ausencia total del sentido de la historia: salida del Uno y retorno como movimiento único de toda la realidad, y sin proyección temporal al– guna, ni al pasado ni al futuro. Por lo que toca a la conversión, el pro– fesor salmantino lamenta que el año del centenario, 1987, muchos estudios ha– yan comentado insistentemente el es– quema neoplatónico de la epistrophé. 11 Hemos de admitir que esta vuelta sobre sí mismo es innegable. Lo que sucede es que en el neoplatonismo la epistrophé es un esfuerzo de la propia mente, mientras que en San Agustín se da además una respuesta a la llamada personal que Dios hace al hombre. En su estudio, Dialécti– ca de Platón, 12 Rivera contrapone el es– fuerzo platónico a la Belleza eterna, can– tada por Diotima, al ascenso agustinia– no. No cabe diálogo alguno en las meditaciones o reflexiones platónicos. Qué contraste con San Agustín, quien se refiere a la Belleza eterna, cuando dice en su diálogo con ella: «Sero te amaui, pulchritudo tam antiqua et tam noua, sero te amaui. Et ecce intus eras et ego foris, et ibi te quaerebam et in ista formosa, quae fecisti, deformis irrue– bam. Mecum eras, et tecum non eram... Vocasti, et clarnasti, et rupisti surditatem meam.. . et duxi spiritum et anhelo tibi, gustaui et esurio et sitio, tetigisti me, et exarsi in pacem tuarn». 13 Veamos, en cambio, el correspondiente texto de Pla– tón: «El que ha sido educado en las cues– tiones amorosas... adquiere de repente la visión de algo que es admirablemente bello..., que existe siempre, que no crece ni decrece... , sino que es la propia belle– za en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, en tanto que to– das las cosas bellas participan de ella». 14 Para el profesor Rivera de Ventosa la presencia del pronombre te o la repeti– ción de los verbos en segunda persona hacen patente la irreductibilidad del pen– samiento agustiniano a las categorías platónicas o neoplatónicas. Y si alguien objeta que este texto de las Confesiones es ya algo tardío, a ese tal le aconseja el 94/ANTHROPOS 122/123 ANÁLISIS TEMÁTICO profesor salmantino que lea la entraña– ble oración con que Agustín se dirige a Dios al iniciar sus Soliloquios, escritos a raíz de su conversión. Se trata de la ex– presión más íntima de la vivencia perso– nal de Agustín con su Dios. Esta plegaria, totalmente ajena al neo– platonismo, solamente ha podido salir de unos labios o mejor de un corazón que proclaman un profundo sentido cristia– no. Hasta siente irritación el P. Rivera de que pasajes tan profundamente cristia– nos, como el éxtasis de Mónica y Agus– tín, asomados a la ventana del jardín de la casa de Ostia, hayan podido ser inter– pretados al estilo platónico. Es claro que tuvieron que emplear, en su tierno colo– quio con Dios, algún lenguaje humano para expresarse. Y no tenían a mano más que el neoplatónico, y de él se sirvieron. Pero, corno se expresa nuestro pensador de una manera jocosa, eso equivale a confundir los naipes con el juego o jue– gos posibles que con ellos se hagan. Eso es lo que resulta de confundir dicho éxta– sis, empapado de cristianismo, con el éx– tasis de Platón, pese a la semejanza ine– ludible de ciertas fórmulas , que han des– cubierto y puesto de relieve los autores modernos. Vinculado con el neoplatonismo agustiniano se halla la interpretación de Anders Nygren acerca de la concepción del amor cristiano por San Agustín. Re– conoce que se halla el amor en el centro de su cristianismo. Pero anota que es la fuerza del éros platónico y no el amor, caritas o agápe cristiano quien impulsa primariamente el alma de Agustín. En tan complejo problema el profesor Rivera parte de la clara distinción de Ny– gren entre la tendencia ascendente del éros, propio del hombre, y el descenso de la Bondad divina que, en virtud de su amor-agápe, se rebaja hasta el hombre. Indudablemente se ha subrayado en San Agustín su amor ascendente. La frase, mil veces repetida: Fecisti nos ad te et in– quietum est cor nostrum donec requiestat in te 15 pone de relieve este amor. Pero, si se lee al santo con reflexivo examen se advierte muy luego que todo ese conato ascendente agustiniano es ya una res– puesta a la llamada de Dios. Dios se ha acercado antes al hombre para incitarle a la subida. El capítulo 1 de sus Confesiones, donde leemos la frase citada, termina con estas palabras que da la clave del encuentro de San Agustín con Dios: lnuocat te, Domine,fides mea, quam dedisti mihi, quam inspirasti mihi per humanitatem Filii tui. Nada más cla– ro: la fe de Agustín por la que responde a Dios es un don y un regalo del mismo Dios. Ha sido Dios el que le comunicó esa fe , ha sido Dios el que la in-spiró en su corazón. Y éste es el Agustín de siern- pre. En busca de Dios aparece siempre Agustín, al que los franceses han llama– do «le chercheur de Dieu» o, como le ha calificado Johannes Hessen «der grosste Gottsucher der antiken Welt», esto es «el máximo buscador de Dios en el mundo antiguo». 16 Tendríamos que añadir, como nota nuestro pensador salmantino, que Agustín ha sido un buscador de Dios porque él mismo reconoce que Dios le ha buscado, a su modo, anteriormente. Responde así el profesor Rivera al teólogo luterano, Anders Nygren. Pero su respuesta vale igualmente para tantos de los incontables escritores y predica– dores católicos que se complacen en des– cribir los anhelos ascensionales de San Agustín, mientras que descuidan la gra– cia misericordiosa de Dios que le hosti– gaba y perseguía sin cesar. No se olvida que el mismo título de Confesiones, vul– garmente entendido como confesión pú– blica de sus debilidades, es también y so– bre todo un confiteor de acción de gra– cias.17 Como dirá siglos más tarde Santa Teresa de Á vila: Misericordias domini in aeternum cantaba. 4. Doctor y guía del pensamiento actual Un pensamiento cristiano a la altura y según las exigencias del siglo XX debe dejar a un lado raquitismos de escuela y asumir el magnífico legado que nos han trasmitido los grandes doctores cristia– nos. Y no cabe duda de que uno de los más preclaros pensadores cristianos de todos los tiempos es San Agustín. Ya al hablar de la historia, 18 anotó de nuevo lo que el gran pensador agustinia– no había reiteradamente escrito. La ge– nial concepción agustiniana expuesta en el De ciuitate Dei requiere un comple– mento actual mucho más pleno del que ha conocido a lo largo de la historia. El profesor Rivera piensa que un nuevo li– bro que exponga la Ciudad de Dios a la altura y según las exigencias de nuestro tiempo ha de ser la obra de un San Agus– tín colectivo, que aúne en buena hora mentes cristianas trabajadoras y decidi– das, dispuestas a realizar esta empresa. A esta observación tan importante que nuestro pensador ha repetido en muchas ocasiones, querríamos añadir los cuatro puntos siguientes. El profesor francisca– no los ha expuesto, en este estudio, que ahora resumimos aquí. Nos referimos a su trabajo señalado en la nota anterior. l. Nueva paideia Es indudable que el Vaticano II ha dado una gran flexibilidad hacia la vida con– creta y pastoral. Había exceso de intelec-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz