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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO ecología. Para los hombres el francisca– nismo es equilibrio desde la roca de Dios y alegría personal, que rebosa en amor a todo y a todos. El amor-agápe del Evangelio, que produce la inundación de alegría, no es sentimentalismo ni eros, es «estar dis– puesto a dar la vida por el amado». El amor es compromiso y, por tanto, posi– ble cruz. San Francisco introdujo el be– lén para celebrar el nacimiento de Cristo niño, pero sufrió también la muerte del hijo del hombre, recibiendo sus mismas llagas en manos y costado. Para la razón no cristiana la cruz es «locura»; es ab– surdo pensar que un Dios sea crucificado. Y sin embargo, para la razón cristiana la cruz de Cristo-Dios es la aceptación del dolor como inherente a la naturaleza. Porque a nadie se nos ahorra el dolor: la guerra, el accidente, la enfermedad, la despedida de los seres queridos, Dios nos precedió asumiéndolo. Y la vida hu– mana es cruz, porque nada se nos da re– galado. Todo lo humano exige media– ción, maceración, trabajo. El sacrificio en el humanismo cristiano está lejos del masoquismo, del instinto de thanatos y de la violencia arbitraria; es la exigencia de perfeccionamiento y la conciencia del sufrimiento pasajero de este valle de lá– grimas. Como dice el P. Rivera contra– poniendo San Francisco a Heidegger, «ser para la vida, no para la muerte». La palabra que resume las relaciones humanas en el franciscanismo es frater– nidad. Desde la Revolución francesa la modernidad se propuso conquistar tres ideales: libertad, igualdad, fraternidad . Europa hoy, en su fusión de liberalismo y socialismo, ha logrado al menos en teoría la aceptación irreversible de las dos primeras ideas. De la tercera no te– nemos aún en el mundo moderno ni teo– ría. El pensamiento secular puede llegar a las ideas de libertad e igualdad sosteni– das por el miedo a la mutua aniquilación. Pero la fraternidad no puede fundarse sobre el miedo, exige el reconocimiento del mismo padre y de la misma madre. La moda desde Freud es la eliminación de la voz del padre que ordena en el sen– tido de mandar y organizar. El papel del intelectual cristiano es actualizar el men– saje del Evangelio en una forma colecti– va de vida organizada por la voz amoro– sa del padre, «altissimu, omnipotente, bon signore». Enrique Rivera de Ventosa Socratismo cristiano Diego Gracia La disputa bajomedieval entre dominicos y franciscanos a propósito de la primacía de la inteligencia o de la voluntad en Dios y en el hombre, ejemplifica bien, a mi modo de ver, una de las tensiones funda– mentales que se dan siempre en el seno de cualquier filosofía que intente ser, a la vez, cristiana. Es la tensión entre conoci– miento y amor, o entre razón especulativa y razón práctica o, también, entre scientia y sapientia. Ni qué decir tiene que los fi– lósofos franciscanos bajomedievales op– taron por esta segunda alternativa, y con ello pusieron las bases de la doctrina filo– sófica conocida desde entonces con el nombre de «voluntarismo». Incipiente en · San Buenaventura, más elaborado en Es– coto, y desbordante en Ockam, el volun– tarismo liberó a la filosofía de la gran hi– poteca que pesó sobre ella desde sus mismos orígenes, la del racionalismo na– turalista, es decir, la de que los primeros principios de la razón natural tienen ca– rácter absoluto, inmutable y eterno y se le imponen hasta al mismo Dios. Esta es idea que se encuentra ya en el propio Só– crates, como lo demuestra la lectura del Eutifrón platónico. Recordemos breve– mente su argumento. Poco antes de su en– carcelamiento y muerte, Eutifrón encuen– tra a Sócrates lejos de su Liceo, en las cer– canías del Pórtico del Rey, el lugar donde se celebran los juicios. Extrañado, le pre– gunta si alguien ha formulado alguna acu– sación contra él, y Sócrates le responde que un tal Méleto «dice que soy algo así como un artífice de dioses, y aduciendo que hago nuevos dioses y que no creo en los antiguos, lanza conn·a mí esta acusa– ción» (Eut.; 3a-b). Sócrates,pues, sería un «impío» por fundamentar la moral y la re– ligión no sobre las tradiciones teogónicas de Homero y Hesíodo, sino sobre la natu– raleza y la razón, es decir, sobre la razón natural. En el diálogo, Eutifrón toma el papel de defensor e intérprete de las creen– cias olímpicas tradicionales, en tanto que Sócrates se convie1te en valedor y paladín de la nueva religiosidad fisiológica. Tras largas discusiones, Sócrates consigue for– mular la diferencia de las dos posturas en términos dilemáticos: el problema está en saber si lo santo lo es por el hecho de que los dioses lo quieran, o si, por el contra– rio, los dioses lo quieren porque es santo. Dicho en otros términos, de lo que se trata es de saber si los principios de la razón na– tural se le imponen al mismo Dios, o si es– tos principios son así, simplemente, porque Dios los ha querido. Es la primera escara– muza dialéctica entre el racionalismo natu– ralista y el volunta.rismo. Ni que decir tiene que la tesis defendida por Sócrates fue la primera, que a paitir de entonces se convir– tió en santo y seña de la filosofía occidental. Para un cristiano, acostumbrado a defi– nir a Dios como amor, la postura socrática no deja de resultar un tanto desazorante. A finales del siglo I el autor de la primera carta de Juan había escrito: «Todo el que ama, de Dios ha nacido y conoce a Dios. Quien no ama no conoció a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn, 4, 7 ss.). ¿No parece afirmar este texto, lo mismo que otros que podrían aducirse, que hay en Dios y en el hombre una primacía del amor sobre el conocimiento, de la voluntad sobre la in– teligencia? Donde la traducción citada dice «amor», el texto griego pone agápe, que es amor liberal y desinteresado, amor de efusión, como tan minuciosa y erudita– mente ha documentado el P. Enrique Ri– vera en una gran cantidad de artículos y trabajos. Ahora bien, ¿no es de algún modo contradictoria con la idea del amor liberal la afirmación de que los principios de la razón natural son tan absolutos que se le imponen hasta al mismo Dios? Digo todo esto para poner de manifiesto lo que yo considero es la paradoja máxima de la filosofía cristiana: si es cristiana, no puede defender el racionalismo naturalista griego en todo su rigor, y si defiende ese 122/123 ANTHROPOS/89

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