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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO hombre pecador no puede aportar nada desde sí mismo. El P. Rivera encuentra la noción de Nygren demasiado parcial y yo creo que con toda la razón. Agápe en el Evangelio, en San Juan y en San Pablo, es una actitud de afirmación del sentido de la vida con alegría, de forma que se ama toda la creación por ser obra, trono y manifestación de Dios. En la concepción de agápe de Rivera y Nygren se reflejan las dos concreciones modernas del hu– manismo cristiano: catolicismo y protes– tantismo como formas de existencia. La agápe, como la concebimos los católi– cos, no es sólo un abrazo exterior de Dios, sino propiedad de la criatura por su participación en Dios. Podríamos repetir aquí las polémicas del siglo XVI sobre si el beneficio de Cristo es sólo extrínseco (luteranos) o también intrínseco, según «la enseñanza bíblica de la deificación por la gracia» (Rivera, art. cit., p. 295). El amor al orden es la afirmación me– tafísica del sentido del mundo. El huma– nismo cristiano es logocéntrico. Se fun– da en la voz y el silbo del padre creador y redentor. Desde él se constituyen como sobre una roca, el primer principio que funda el universo, los criterios de orden y jerarquía en la realidad, y el universo de la cultura. El amor al orden concibe a Dios como medida de todas las cosas y a las cosas como medida del hombre. El conocimiento es la reinscripción en la mente humana del orden del universo. Por eso el estudio entusiasmado tiene sentido. La cultura es despliegue de la obra de Dios y mediación contra las fuerzas negativas del instinto. Como es– tas formas fundamentales del amor se encuentran en San Agustín, en San Bue– naventura y Duns Escoto, sería intere– sante preguntar por su virtualidad para comprender las expresiones del amor cortés, del dolce stil nuovo, y la expre– sión neoplatónica de la mística en Ricar– do de San Víctor y San Buenaventura, por ejemplo. El amor al orden fundamenta una acti– tud afirmativa ante la historia, un senti– miento místico de la vida. Desde esta ac– titud el P. Rivera se enfrenta con el hu– manismo ateo y con la consiguiente alienación que supone para el individuo y para las sociedades donde es vigente, aunque sus individuos tengan fe religio– sa. En la vigencia del ateísmo ve la ca– rencia de alma o deshumanización de 88/ANTHROPOS 122/123 nuestro mundo. Por eso ha estudiado en honda comunión otra forma o expresión de humanismo: el sentimiento trágico de la vida de Unamuno. El libro Unamuno y Dios, culminación de varios estudios so– bre el pensador español publicados antes, es un esfuerzo de asunción e integración de Unamuno por la sed de Dios que refle– ja toda su obra. Como es natural, el senti– miento trágico no puede ser para el P. Ri– vera la última verdad que sostiene la vida humana. Si el sentimiento místico se fun– da en Dios como piedra segura, la fórmu– la del sentimiento trágico de Unamuno está dada en el capítulo VI de El senti– miento trágico de la vida : «en el fondo del abismo». Pero, sin hacer suyo el sen– timiento trágico, el intelectual cristiano reconoce su lugar y su lógica. Después de todo, el cristianismo ideal no es el que vi– vimos la mayoría de los cristianos. La historia europea es historia cristiana por– que tiene el dogma y moral cristianos como ideal. Pero la realidad histórica ha sido precisamente la lucha entre el ideal y la realidad. El mensaje del Evangelio vive en perpetua guerra contra sus tres enemigos, el mundo, el demonio y la car– ne. El mundo es el interés, la avaricia, la sustantivación capitalista de la función económica del hombre. El demonio es el mal, la crueldad, la tortura, la mentira, el abuso del hombre por el hombre. La car– ne es la pequeñez que tortura, la timidez, la acidia, la cerrazón. El cristiano vive n01malmente caído, es decir, más en la duda y el sentimiento trágico que en la pre– sencia de Dios. Y socialmente el Cristo universal tiene que luchar con los dioses particulares: interés del individuo, de la raza, de la nación, encamados en los que se proclaman cristianos. La historia del cristianismo es en gran medida la agonía del cristianismo. Con muy honradas excepciones, el cle– ro español rechazó entre 1939 y 1960 aproximadamente, el pensamiento euro– peo moderno; con especial virulencia, el español no católico; y con desprecio pater– nalista, el español católico liberal. En los años cuarenta, la época que llamó Agustín de Foxá del nacional-seminarismo, el cle– ro abrigaba la convicción ingenua de que las bibliotecas de una nación podían selec– cionarse como las de un convento; esa ac– titud frente a Unamuno, Ortega y la vida intelectual española anterior a 1936, tuvo un impacto negativo en las escuelas e in– cluso en la Universidad. El P. Rivera, clé– rigo, fue una de las honradas excepciones. En aquellos años estudiaba la fenomeno– logía, el existencialismo, y estudiaba a Unamuno, a Ortega y a Zubiri, sencilla– mente como criaturas de Dios. Hizo reali– dad su profesión franciscana, amando a los hermanos amigos y enemigos. La expresión más concentrada del hu– manismo cristiano la ha dado el P. Rive– ra en su libro San Francisco en la menta– lidad de hoy (1982). Baste mencionar la lucidez del esquema: San Francisco en la poesía, en la historia, la filosofía y el pensamiento español: Unamuno y Orte– ga. El lector no podrá menos de admirar la erudición y la mesura de la erudición. No se ahorra lectura necesaria, pero no se alardea de ninguna superflua. Y es de admirar la universalidad, muy en con– traste con los pocos estudios que se ha– cen en España sobre pensadores y escri– tores de otros países. Aquí se estudian entre otros más conocidos, al poeta in– glés Francis Thompson (1859-1907), al filósofo francés Louis Lavelle y el portu– gués Leonardo Coimbra. De las diversas semblanzas del santo seráfico aparece el franciscanismo como una forma de humanismo cristiano con honda virtualidad para inspirar el pre– sente y futuro. Naturalmente, como cris– tiano San Francisco es sólo una realiza– ción personal de lo que enseña el Evan– gelio. Dios como padre y señor. San Francisco habla siempre de Dios con distancia y respeto. Dios crea y sostiene a las criaturas. Todas son hermanas y to– dos los hombres son hermanos. El fran– ciscanismo es goce en la naturaleza, uso de la naturaleza dada por Dios al hom– bre, y respeto a la naturaleza hermana:

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