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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN sional. En favor de la última desviamos nuestra atención hacia su obra. Admira y sorprende el número de re– censiones, que prueban generosidad y abertura, y admira y sorprende la canti– dad de autores y temas estudiados por el P. Rivera. La tragedia de Esquilo, la filo– sofía de Séneca, la mística del budismo y sus líneas de contacto con la cristiana, el pensamiento patrístico y medieval, la fi– losofía moderna en su dimensión euro– pea. En los últimos quince años es co– rriente atender en España a la literatura y filosofía anglosajonas. Pues bien, el pro– fesor Rivera muestra en escritos de los años sesenta su abertura a ese mundo. Y desde Salamanca ha hecho honra a una obligación que todo profesor salmantino debiera sentir: fomentar el diálogo con los pensadores y escritores portugueses. Abertura. Humanismo cristiano es la expresión unificadora de un esfuerzo que el profe– sor Rivera ha desplegado en tres direc– ciones: la filosofía de la historia, el amor en sus formas fundamentales y el fran– ciscanismo. Ha estudiado la idea de la historia en San Agustín, Joaquín de Fio– re, Hegel, Toynbee y otros autores. El humanismo cristiano ve y comprende to– das las fuerzas que actúan en la socie– dad: el bien y la gracia, el mal (interés, poder ilegítimo) y la casualidad. Pero, a pesar de las apariencias, el mal no es conmensurable con el bien. El mal es li– mitado y el bien es infinito. La historia humana está gobernada por la Providen– cia divina. Hoy la antropología nos obli– ga a ser cautos al emplear el término his– toria en singular. La diferencia de cultu– ras y la necesidad de comprender cada cultura desde sus propios supuestos, aconseja poner más de relieve la plurali– dad que la unidad. Y, sin embargo, para el intelectual cristiano la historia es «el gran teatro del mundo». La multitud de seres y culturas está inscrita eternamente en la inteligencia divina. La pluralidad incluso viene exigida por la limitación inherente a todo cuanto no sea Dios. Todo lo humano es particular, incluso lo universal. Los textos escolásticos de filosofía en los años cincuenta nos de– cían que las ciencias estudiaban objetos particulares y la filosofía, universales. Por eso ia metafísica era la reina de las ciencia§. Pero pronto nos dábamos cuen– ta de que los universales abstractos eran ARGUMENTO ,. /f·.··, "'·' ' ' ' . , ·:\: ,- -~·.- , -,- ·: ~,-; , ,_ '- _: - .. :,;· --_ . .,._. __ / .. . ··- . -. ·• . .:"·_ ·_-.. ../_'.:.:·' Ortega y Gasset nociones vacías si no se llenaban con sa– ber empírico. Los universales colectivos e historicoculturales sólo tienen sentido como invitaciones a percibir y organizar las diferencias. Conceptos como «el es– pañol» o «el barroco» son vacíos sin la experiencia de su realización en distintas formas . Todo lo que no es Dios es limi– tado; por eso el pluralismo es una exi– gencia intelectual y moral. Pero Dios es el creador y conservador de todas las co– sas y de todas las manifestaciones de la historia. En la medida en que la multitud de manifestaciones paralelas se encuen– tra en el infinito, cabe una filosofía de la historia. Es más, sólo desde la fuerza unificadora de Dios puede hablarse de una historia de la humanidad. Si se niega la voz del padre se hará una negación, una deconstrucción. También esa nega– ción es filosofía de la historia, pero tiene que tomar prestado el nombre y el tema de la tradición teísta para destruirla. La cultura europea se ha hecho desde el cristianismo y toda deconstrucción tiene que ser parásita de ella en la medida en que la negación supone aceptar dialécti– camente lo negado. En su trabajo «San Agustín, meditación de un centenario» (1987), el P. Rivera ve al mundo de hoy como necesitado de «un suplemento de alma». Con expresión más formalista di– remos que el llamado posmodernismo es la oposición radical al humanismo cris– tiano. Es el humanismo de las diferen– cias y las difer(i)encias (diferir en el es– pacio y en el tiempo) que no tienen uni– dad de origeri ni de fin. Desgraciadamente, muchos poderes e individuos en la historia se han apropia– do la voz unificadora de Dios. La con– ciencia de la limitación humana y del pluralismo esencial de la cultura, ha he– cho al P. Rivera lamentar muchas veces la incomprensión que los cristianos han tenido para las culturas y actitudes no cristianas. Desde el principio de la Igle– sia y en figuras tan preclaras como San Agustín, encuentra injusticias condena– bles. De San Agustín dice expresamente: «Cuántas páginas para ser pasadas de corrida pcr su insuficiencia, a veces de mal gusto». Por supuesto, el resenti– miento conservador, las inquisiciones son lacras de la historia cristiana contra– rias al humanismo cristiano que se defi– ne por el amor. Varios estudios y muchas referencias ha dedicado el P. Rivera al amor y sus «formas fundamentales ». Estas formas están enumeradas, por ejemplo, en el ar– tículo «Hacia una fenomenología del amor en el pensamiento de J. Duns Esco– to», de 1966. Las formas que allí se estu– dian son el amor de concupiscencia, amor liberal o agápe, amor de compla– cencia, amor de amistad y amor de la justicia o del orden. En el artículo del año siguiente «La Ciudad de Dios a la luz de las formas fundamentales del amor» clasifica las siguientes: amor– cariño, amor-amistad, amor-agápe y amor al orden. El amor cariño es el que tiene la madre al hijo, el que se tiene a los seres queridos. Es en realidad el sen– timiento de amor, como se realiza en el amor cortés, por ejemplo. El amor de amistad es el deseo del bien para todas las personas y la confianza en el amigo porque le consideramos bueno: «Sólo al amigo bueno abrimos el corazón cuando sangra en la ruta del ideal. Sólo su com– pañía nos aquieta». Naturalmente, los llamados amigos reciben la expresión explícita de este amor, pero el cristiano lo extiende a toda la humanidad. El amor agápe es el del Nuevo Testamento. So– bre el aoor como agápe, clave de su pensamiento, el profesor Rivera ha pen– sado y precisado un elevado número de matices en consonancia con su método fenomenológico. El agápe es el amor del Nuevo Testamento. Pero en el conocido libro de Anders Nygren, que popularizó la expresión, se da una lectura estricta– ,mente luterana ,de . agápe, es decir, la aceptación que Cristo hace gratuitamen– te del pecador. La agápe está definida por la gratuidad del beneficio de Cristo, presuponiendo la tesis luterana de que el 122/123 ANTHROPOS/87

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