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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO ticos. No fue así, y a veces desgracia– damente fueron a remolque de las polé– micas entre seglares; aunque, esqui– vando en lo posible dichas polémicas, hubo centros que hicieron labor más positiva como los de San Cugat del Va– llés, Comillas, El Escorial, y la Pontifi– cia Universidad de Salamanca entre otros, hablando siempre de lo que yo conozco. Cuando llegué a Salamanca en 1950, en la Universidad Pontificia de esta ciu– dad enseñaban profesores eclesiásticos y religiosos muy notables y algunos ex– cepcionales, como los escriturarios PP. Colunga OP y M. García Cordero OP, mariólogos como el P.G. Fraile OP, teó– logos como el claretiano P.A. Andrés Ortega, psicólogos como el P.M. de Iriarte S.J.; luego vendría el P. Muñoz, gloria de la lógica española y muchos más; y por razones obvias no cito a los que se dedicaron a las lenguas clásicas. Aún resultaba más notable el clima de respeto científico: el P. Colunga explica– ba la formación y evolución del texto del Antiguo Testamento de acuerdo con los más avanzados trabajos de investigación (y no sin escándalo de algunos pazgua– tos); el P.A. Andrés Ortega citaba a Zu– biri en sus clases de teología; y cuando se me invitó a dar el primer curso que impartí en dicha Universidad, que trató del concepto de ser y metafísica en Avi– cena, Averroes y Santo Tomás, nadie me puso condición alguna; todo ello mucho antes del Concilio Vaticano 11. Domina– ba en la Pontificia una cierta idea de la fi– losofía cristiana, pero cada cual la mati– zaba a su modo y nadie molestaba a quienes, siendo fieles creyentes de la Iglesia Católica Romana, no participa– ban de tal idea. En este clima apareció, y luego descubrí, al P. Rivera de Ventosa O.F.M.C. Ante el clima general antes expuesto, júzguese ahora el mérito y va– lentía de su labor. 3. La vuelta a la «Sapient.ia» Con sencillez franciscana, el Prof. E. Ri– vera de Ventosa considera que ha alcan– zado su madurez intelectual «en tiempo tardío». La lectura de su obra permite sa– ber que se refiere esencialmente al pU)l1tO de culminación de su autovaloración é:rí– tica, a la plena conciencia de su pensa- San Buenaventura miento que no es otro que la Sapientia: la sabiduría cristiana. Se trata, pues, de una clara autoconciencia de una vuelta a lo más peculiar del pensamiento cristia– no. Como éste se apoya en tres raíces: la sabiduría de Cristo a la que se refiere San Pablo, blasfemia para la sabiduría vetus testamentaria de los judíos, locura para la de los gentiles; la sabiduría del Antiguo Testamento como concreción de la voz de Dios a sus escogidos; y la sabi– duría que buscan los griegos: la filoso– fía. La primera interpretación de la sabi– duría de Cristo dio origen a la teología cristiana, «leyendo» desde ella el saber encerrado en las obras sapienciales, y re– vistiéndola del armazón estructural y dialéctico de la filosofía griega. Un modo singular de ver así la Sapientia fue el de San Agustín, y fue tan grande el es– fuerzo dialéctico y la pasión intelectual de Aurelio Agustín, y fue tan primera en lo que se refiere a su presentación en la– tín, la lengua culta de la Edad Media, que todo el pensamiento cristiano, esco– lástico o no, considerado como ortodoxo o sospechoso de desvío, que todos so– mos agustinianos. Pero en lo que se re– fiere al momento central de la escolásti– ca cristiana, el siglo XIII, no hay duda que la escuela franciscana fue la médula de dicha situación y tuvo plena concien– cia de ello. Bastaría citar el nombre pre– ferido por Rivera de Ventosa, el de San Buenaventura; pero como historiador del pensamiento debo agregar que los historiadores de la sabiduría del Medioe– vo han hablado con razón de una escuela agustino-franciscana, y que E. Gilson llamó al avicenismo latino, agustinismo avicenizado. Junto a la anterior interpretación ha existido otra que ha sido vista como más filosófica: el tomismo. Recuérdese que un excelente trabajo de E. Gilson se titu– ló Pourquoi Saint Thomas a critiqué Saint Augustin? Ciertamente, el llamati– vo título no es totalmente adecuado des– de el punto de vista estrictamente doctri– nal e histórico, y el propio Doctor Com– munis lo hubiera rechazado; pero, de cualquier modo, Santo Tomás estaba muy convencido de que la filosofía era muy importante, que sin ella no se podía estructurar dialécticamente la teología, que nada le faltaba a parte ante y que su carácter incompleto le venía a parte post, o sea: tras de la Revelación. Como es sabido esta visión del Doctor Commu– nis tuvo un eco excepcional que llegó hasta nuestros días, tanto en lo que se re– fiere a la teología especulativa, como a la filosofía escolástica y aún a la idea de la Sabiduría cristiana. Más aún: muchas veces se han interpretado otros modos tan lícitos como el tomista desde éste úl– timo, incluidos San Agustín, San Buena– ventura y Suárez. Ante la idea de la sabiduría cristiana de cuño agustino-franciscano, numero– sos autores escolásticos y neoescolás– ticos y aún pensadores menos incasi– llables, incluidos bastantes estudiosos franciscanos, han mostrado un cierto complejo de inferioridad; más aún, a ve– ces parecía que la investigación sobre el beato Duns Escoto (y ya es una señal que a Santo Tomás de Aquino nadie le quita– se lo de santo y rara vez se pusiese la de beato al Doctor Subtilis) tenía un regus– to semi heterodoxo, o que el lulismo go– zase fama de propio de gente apasionada y fantástica, no digamos de loca, pues el beato mallorquín se llamó a sí mismo Ramon el foil. Rivera de Ventosa, baste con remitir a su bibliografía, fue de los que no tuvo tal complejo, y cuando el tiempo le ha permitido volver sobre su obra y su pensar ha cobrado conciencia del valor del pensamiento agustino-fran– ciscano, ha vuelto a la Sapientia; más aún: ha pensado que ésta, y así vista, constituye el modo de la sabiduría cris– tiana. 122/123 ANTHROPOS/81

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