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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO luego la filosofía de los valores o el pen– samiento de H. Bergson. También el sacerdote profesor Asín Palacios inició los estudios de la islamología científica. Recordemos, empero, que el primero fue llamado por los tradicionales «el cape– llán de la Institución Libre de Enseñan– za» por su labor en la Escuela Superior del Magisterio y más tarde por su partici– pación en el Instituto Escuela; en cuanto al segundo, recuérdense los ataques por sus trabajos sobre El averroísmo teoló– gico de Santo Tomás de Aquino, o sobre la influencia de la escatología islámica en la Divina Comedia y del tasawwiif sobre la mística cristiana. Pese a todo ello, antes de 1936, la labor de estos sacer– dotes y profesores universitarios no era un hecho aislado sino que a ellos deberían añadirse los nombres de otros sacer– dotes, como el profesor A. Gómez Iz– quierdo, introductor y desarrollador de la lógica fenomenológica o el profesor X. Zubiri, que realizó su tesis doctoral sobre Husserl bajo la dirección de don José Ortega y Gasset y que ganó la cáte– dra de Historia de la filosofía de la Uni– versidad de Madrid cuando aún era sacerdote, y añadiré el nombre del pro– fesor García Bacca. Todos estos casos, singulares y nota– bles, pierden su significación a partir de la guerra de 1936-1939 que alineó a la Iglesia jerárquica española y a la mayo– ría de los eclesiásticos y órdenes religio– sas en el bando que resultó vencedor. Ciertamente, los dirigentes de la II Re– pública no fueron anticristianos y algu– nos de ellos fueron católicos practican– tes, como el presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora y el primer ministro de la Gobernación, don Miguel Maura; pero los hechos fueron muy dife– rentes: en mayo de 1931 ardieron las pri– meras iglesias y conventos, hecho que se repitió en agosto de 1932, octubre de 1934 y a partir del triunfo del Frente Po– pular en febrero de 1936; la Compañía de Jesús fue expulsada del territorio na– cional, y el anticlericalismo verbal fue considerable. Al producirse el Alza– miento militar del 18 de julio de 1936, la Iglesia y los católicos españoles casi glo– balmente fueron considerados como enemigos de la República; iglesias y conventos ardieron por doquier; casi 7.000 sacerdotes, religiosas y seminaris– tas fueron asesinados. La Iglesia jerár- 80/ANTHROPOS 122/ 123 Miguel Cruz Hernández quica que no había participado en la preparación y estallido del Alzamiento, ante tales hechos se adhirió a él (salvo en Guipúzcoa y Vizcaya), y al conver– tirse el Alzamiento en un movimiento político que intentaría organizar un Nuevo Estado, en su ideología incluyó las ideas tradicionales y católicas para estructurar un confuso ideario que lue– go sería llamado el nacional catoli– cismo. En lo que se refiere al punto del que nos ocupamos, se postuló oficialmente un pensamiento tradicional, español y cristiano cuyos «maestros» habrían sido Séneca, Gundisalvo, Llull, Vives, Suá– rez, Saavedra Fajardo, Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, etc. A ellos podían agregarse los andalusíes (Avem– pace, Ibn Tufayl, Averroes) y los sefar– díes (Ibn Gabirol, Maimónides), y natu– ralmente los maestros de la sabiduría cristiana de la patrística y de la escolásti– ca, y de un modo eminente, habida cuen– ta de las recomendaciones papales, San– to Tomás de Aquino. La «filosofía» de todos ellos era lo que debía impregnar la enseñanza tanto en los centros eclesiásti– cos como en los estatales, y en lo que se refiere a estos últimos, el preámbulo de la Ley de Ordenación Universitaria de 20 de julio de 1943 es bien tajante: «todas sus actividades habrán de tener como guía suprema el dogma y la moral cris– tiana y lo establecido por los sagrados cánones respecto a la enseñanza». Si ello se hubiese cumplido totalmente, los pro– fesores universitarios hubiéramos debi– do prestar el juramento antimodemista que sí fue exigido en los centros ecle– siásticos. Como es sabido, algunos pensadores españoles hubieron de enseñar fuera de la Universidad (Ortega, Zubiri, Marías) y bastantes de los que enseñamos dentro de ella no aceptamos una concepción tan simplista como voluntarista (Aranguren, Asín, Conde, Corts Grau, Frutos, Gómez Arboleya, Laín, Maravall Caresnoves, Muñoz Alonso, Ollero, París, Ruiz Jimé– nez, Sánchez Agesta, Tovar y yo mismo, entre otros,* por no rebasar el período 1945-1955). Por el contrario, fue mucho más difícil la situación de los profesores sacerdotes y religiosos, aunque también existieron los que se resistieron a la «ideología establecida», como en el caso de los sacerdotes profesores Asín Pala– cios, Mindan y Zaragüeta, los jesuitas, Alonso , Ceñal y Hellín, el claretiano A. Andrés Ortega, el agustino Rubirosa, etc. Pero ello no impidió la campaña por la inclusión en el Index de libros prohibi– dos, de dos obras de Unamuno, o la or– questada para llevar a dicho artefacto la obra de Ortega y Gasset, ya casi en vís– peras del Concilio Vaticano II. Lo que padeció así, y a ello iba, era la idea de una sabiduría cristiana (que algunos lla– maban filosofía cristiana) y el carácter mismo de la historia del pensamiento ex– cogitado en España; y muy duramente hubimos de trabajar en los años sesenta y setenta para plantear y desarrollar cientí– ficamente la historia del pensamiento en España. 2. Un «oasis» en la Universidad Pontificia de Salamanca Si en algún lugar debiera haberse plan– teado el problema científico de la sabi– duría cristiana, acaso hubiera sido en los centros culturales y educativos eclesiás- * Y ello aunque muchos de nosotros, antes o des– pués y durante más o menos tiempo, aceptáramos la política del Generalísimo Franco, o la ideología jose– antoniana y aún ocupásemos cargos políticos. Aun– que en mi caso nunca aceptase dicha significación ideológica de la historia del pensamiento en la Pe– nínsula Ibérica, como puede verse en todos mis es– critos, deseo decir que lo expuesto aquí no es una crí– tica política, sino la expresión de una realidad; y ni me he arrepentido, ni pienso hacerlo de ninguna de mis posiciones políticas: ni la de 1936-1939 en el bando perdedor, ni la de 1958-1975 en el de los here– deros del ganador, como se ve en Anthropos, 86-87, julio-agosto (1988). Je ne regrette rien, que cantaba Edit Piaff.

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