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EDITORIAL profundamente bíblicos», han de conjugarse siempre en una auténtica visión cristiana de la historia. Y formula en este pun– to una de sus tesis más coherentes y precisas en lo que se refiere a un sentido de la historia. Dice así: «Encarnacionismo y es– catologismo, visión horizontal o vertical de la vida cristiana, el más acá de la acción temporal frente al más allá de la con– templación de lo eterno: he aquí una serie de conceptos, que son claves en una teología de la historia y que, sin embargo, motivan ásperas polémicas entre quienes comparten una mis– ma fe fundamental». Pero lo que sí importa es destacar el diá– logo como algo fundamental en la vida humana. La teología de la historia debe asumirlo «plenamente y hacer de él una piedra clave del edificio espiritual que está llamada a levantar ante las conciencias vigilantes del momento presente». La filosofía to– davía no ha elaborado «una visión integral de la historia» pero sabemos dónde se «hallan los materiales necesarios y el modo y manera de llegarlos a ordenar». No en vano la historia es la «gran faena de la libertad». No es esta la primera vez que una revista se ocupa de la obra intelectual de E. Rivera, aunque sí sea la primera que ín– tegramente se refiere al análisis de su obra. Pero hemos de se– ñalar cómo Cuadernos Salmantinos de Filosofía en 1984, al cumplir el autor los setenta años, le dedica un número home– naje que, en edición aparte, las Publicaciones de la Universi– dad Pontificia de Salamanca titula significativamente: Amor sapientiae versus Philosophicum. No se logra en el número homenaje de su jubilación académica, un índice temático ho– mogéneo. Sin embargo, «todos los títulos tienen algo que ver con uno u otro de los campos de estudio por los que el profesor Rivera de Ventosa se sintió atraído y a los que preferentemente ha dedicado su magisterio», dice la dirección de la revista en la presentación de la misma. Destaca también las áreas temáticas fundamentales de su dedicación: Historia de la filosofía me– dieval, Filosofía de la Historia e Historia del pensamiento his– pánico. Bebe en la tradición de la filosofía antigua y medieval «lo más hondo y permanente de la inspiración de su obra. Abierto a las corrientes actuales de pensamiento, no rompe con las raíces clásicas. Sus convicciones mantienen una línea de continuidad claramente perceptible, aunque modulada siem– pre de nuevo. Estar en posesión de una cultura de amplitud en– vidiable le facilita esa renovación enriquecedora». Esta acti– tud abierta a la renovación le ha llevado a entender el diálogo como método de trabajo intelectual. Nos parece fundamental señalar otra observación muy pre– cisa que se hace en dicha presentación. Dice así: «sus convicciones teóricas quedan anudadas en la base por el amor». Ello le ha per– mitido mantener una firmeza intelectual, «tiene muy claros los puntos claves de su ideario», compatible con «una vocación de concordia» y diálogo, sentido crítico y humilde tolerancia. Se recoge en este volumen una completísima y destacable bibliografía. En sus respectivos trabajos, citan su profundo sen– tido de amistad y reconocimiento de su valía intelectual, entre otros, A. Pérez de Laborda, quien le considera «el delicioso culpable» de haberse visto en la obligación de adentrarse por caminos que no le son habituales, la investigación del «cuer– po infinito en la Física de Aristóteles». Diego Gracia en su trabajo sobre «Persona y comunidad» le reconoce su deuda en el enfoque del tema «contraída a lo lar– go de una amistad que ya dura más de veinte años». 6/ANTHROPOS 122/123 Enrique Llamas, en su estudio «Presupuestos o base fi– losófica de la teología de los salmanticenses», dice: «por mu– chos títulos me siento ligado a su persona y a su labor como profesor» .. ., pero sobre todo por su voluntad de ser un pensa– dor cristiano a la altura de los tiempos. Alain Guy manifiesta en su dedicatoria su aprecio como eminente filósofo y amigo de los hispanistas tulesanos y le rin– de un homenaje muy afectuoso. C. Morón Arroyo le recuerda como profesor, quien «encarna perfectamente fundidas la lec– ción del saber y la lección del entusiasmo». M. Partos apunta una cuestión de Heidegger que retoma E. Rivera como pro– grama de vida. «¿Por qué es más bien el ente y no la nada?» Y por fin, Noboru Kinoshita le dedica su estudio «Notas sobre el pensamiento actual japonés» de quien como director de tesis -dice- «pude aprender no sólo filosofía sino la vida misma». Y de él, de su intimidad y contacto como alumno dice: «me ha abierto con detalle a los problemas de la unidad de las culturas, dentro de su múltiple variedad[... ]». Todo ello expresa la relación de amistad, diálogo y con– sideración por su obra y su docencia. Lo que queremos decir es que nuestro aprecio y estima por la obra de E. Rivera tiene una sólida fundamentación y en él quisiéramos poner en el hori– zonte cultural actual toda una forma de trabajar y pensar, una tradición viva que sigue con su luminosa creación de novedad atrayendo las mentes y los corazones de los hombres de paz y buena voluntad. Nos hacemos solidarios, pues, de su tradición y su pensamiento que continúa conformando una visión cris– tiana del mundo y de la historia, un patrimonio vivo, concreto y universal que pertenece a las entrañas de los seres humanos , especialmente a aquellos que son marginados por los pode– rosos: los pobres, los nuevos «leprosos» y derrotados de la his– toria. En ellos habita todavía una luz y una esperanza, la figura de Jesús de Nazaret, Alfa y Omega, devenir comprometido de un tiempo nuevo, una mañana inocente sin día ni fecha, pero que en algún momento aparecerá como aurora y resplande– ciente amanecer, como el encuentro plural y colectivo, la co– munión del Espíritu, como inmanente trascendencia de la pre– sencia de una comunidad originante, de un Nosotros, culmen y revelación de plenitud escondida en el trabajo entrañable de la historia. Los textos que abren este editorial constituyen un medio, una situación capaz por sí misma de acercarnos a la sensibili– dad y finura intelectual de la investigación y los temas más vi– tales que empeñan los afanes y proyectos de la escritura y la do– cencia de E. Rivera. Un conjunto de breves referencias que abren el camino de algunos de sus autores y temas más queri– dos. Son sólo caminos, mojones que indican la dirección y el sentido de una lectura de la historia y de la cultura, su fe mejor guardada y la dinámica afectiva que subyace a las mejores re– glas de la Razón. El texto de Gaudium et spes abunda en una de sus más ín– timas preocupaciones: el valor de la cultura actual y el diálo– go intercultural para configurar un verdadero y auténtico pen– samiento cristiano. Sabe perfectamente lo que el documento ra– tifica. La cultura nos sitúa en el nivel de la persona humana. Naturaleza y cultura configuran una estrecha unidad. Pero tan– to s son los cambios que afectan al hombre moderno que pue– de hablarse de «una nueva época de la historia humana». Con– lleva todo ello una mayor exigencia de espíritu crítico, una pro-

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