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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO lo de una soledad metafísica, pues está abierto y relacionado con Dios mediante la potencia obediencia!. Por eso, la persona tiene un doble pla– no metafísico: a) el de la plena y total autoafirma– ción, autorresponsabilidad y mismidad; b) el de la abertura y comunicabilidad con Dios y los otros. 28 Precisamente esta última dimensión nos lleva a la vertiente más existencial que E. Rivera ha vivido tan intensamente en su magisterio universitario y su vida perso– nal: abrirse, comunicarse con los otros, dialogar. Actitud vital que ha encontrado eco en sus reflexiones, como puede verse, por ejemplo, en «Temática fundamental del pensamiento de M. Buber» (Naturale– za y Gracia, 15 (1968], 3-31); «Dialéctica y diálogo. La historia de las palabras» (Naturaleza y Gracia, 19 [1972], 83-121); «Dialéctica y diálogo. La lógica integral, fundamento del diálogo» (Naturaleza y Gracia, 20 [1973], 31-53). Bonum est diffusivum sui El principio metafísico que enuncian las palabras que inician este apartado es uno de los temas que más se repiten en el pensamiento de E. Rivera. Este principio le entusiasmó desde que llevó a cabo su tesis doctoral, no tanto por su origen pla– tónico cuanto por la interpretación que hicieron los pensadores franciscanos, particularmente San Buenaventura y Duns Escoto. Cuenta en su autobiografía la impresión que le causó la crítica de M. Blondel a tal principio, 29 pero, a pe– sar de ello, E. Rivera sigue fiel a las ex– plicaciones de San Buenaventura como a uno de sus principios irrenunciables. Para comprender el principio «bonum est diffusivum sui» es preciso empezar mirando a la historia. E. Rivera hizo un magistral estudio sobre este punto ya en el año 1954 en un artículo publicado en Naturaleza y Gracia: «La metafísica del Bien en la teología de San Buenaventu– ra» (pp. 7-38). De él recogemos los si– guientes apuntes. El problema de Dios tuvo dos solucio– nes en la filosofía helénica. Una, intelec– tualista, representada por Aristóteles y cuyo antecedente es Anaxágoras. La otra se fija en la idea de bien y pasa por Sócra– tes, Platón y Plotino. 76/ANTHROPOS 122/123 cuadernos salmantinos· de filosofía OOC~ ...-C..-lltl-••V.,.,..., C, ~AllltSl:t $.\.."'l'JUUJn'A ~•lh ,w .... ,. t.•;•.,,.,. V-• 3- PICll1:Z íll,: L4lll>l'U)..\Cl,,_,.w....,..,. :aJ<i.kil ff A,,~ un,::.o i.JlAC~ ::;::- • <---M... c. -...i. • r- • ntOIIOllaru "-•"' ....... 1o..,,.,_,•'*""..,,. _..,... _s. J m~,.CI!) a\JIA.\'\'Á.'JIA -• la -i... _."',...• ff ,.,...,. >. -OA.l'WtAYüutC'IA ~-•• •- ••lo•~••1.t 1, ,,_ CUIU.U:l!Dll..1K V_ .,.....__...... .._•..,...... - ¡ !'.._,'--••-k_,~ .. ..,oc..,_• I' Lt•(;IA),I('¡ lll:'l'II/) ::::.i::: !";:._!!,=.::: =~ =..!: ,u ..~.- A l'l.. ,~·ltJllCOS lfio,..14, _,..,.,. ._ M, AL\',UU¡t("IOlfD i::.:.i• Ml~ ~ Hl•-• - r-... .., IIA..=M.lmA,'i U!<:A!I ~!: ~.,!_ ~ ,.__ ol ......... 1 M. 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Justamente del Pseudo-Dionisio está tomado el principio «bonum est diffusi– vum sui», no a la letra sino en su senti– do: el bien, en virtud de su poder comu– nicativo, viene a ser la causa universal de cuanto tiene realidad y tal bien difu– sivo es, al mismo tiempo, liberal. Co– mentando textos de Duns Escoto, escri– be así E. Rivera: «Reflexionemos sobre este primer encuentro con el amor libe– ra/is. Lo hemos hallado en el mismo hontanar de la metafísica y es aquí don– de adquiere perfecta luminosidad y transparencia. Ésta nos permite ver cómo el bonum desciende hasta las últi– mas profundidades del ser, para difun– dirse y desparramarse en los demás se– res. Y vemos, igualmente, cómo este proceso metafísico tiene su plena verifi– cación en el ser por antonomasia, en Dios, quien da de la plenitud de su abundancia, Duns Escoto subraya de modo peculiar que Dios no se comunica por motivo de indigencia alguna, sino por pura liberalidad» . 30 Ahora bien, rastrear el origen históri– co del principio lleva a plantearse una cuestión transcendental: el personalismo o impersonalismo encerrado en el princi– pio metafísico que analizamos. En su deseo de clarificar posiciones, E. Rivera distingue cinco clases de amor. El amor personal, del que encon– tramos cuatro manifestaciones: amor-ca– riño, amor-erótico, amor-amistad, amor– cristiano. El amor impersonal, que no tiene división alguna. Pues bien, una conclusión general y bien fundada en los textos es que, en Pla– tón , y con más razón aun en Plotino, nos encontramos siempre con el amor imper– sonal. E. Rivera dedicó un largo y docu– mentado artículo al estudio del amor en Platón. En el proceso descendente de los seres analizó los diálogos República, Ti– meo y Banquete. En el proceso ascenden– te del alma hizo lo mismo con los diálo– gos Lysis, Fedro y Banquete. En ambos casos se constata la frígida ausencia del amor personal. Como conclusión de sus reflexiones podemos recoger estas pala– bras, aunque sean de otro escrito: «Platón no quiso decir, al margen de si el to aga– thón es Dios o no lo es, que esta realidad metafísica sea en sí misma una reali– dad personal. En este sentido las compa– raciones que hemos recordado: el sol que se difunde, la fuente que se desbor– da, dice plásticamente que el Bien se da sin motivo ni reflexión, por simple des– bordamiento, de modo impersonal». 31 Esta misma orientación, aunque toda– vía más profunda, es la que mantiene Plotino con su panteísmo dinámico o emanatista. En estas fuentes platónicas bebió el pensamiento cristiano, pero introducien– do importantes correcciones, especial– mente para limpiar su limo de panteís– mo, esencialmente impersonal. Cuando se da este paso, en San Agustín, E. Rive– ra insiste una y otra vez en el personalis– mo que suponen las palabras del santo cuando dirigiéndose a Dios le repite en su lamentación amorosa: «Sero te ama– vi... sero te amavi», recalcando el valor del pronombre te. 32 San Buenaventura aplica el principio del que venimos hablando a la Trinidad, pero las emanaciones trinitarias se revis– ten de irrenunciable y consciente perso– nalismo. He aquí un texto del santo en su obra Itinerarium mentís in Deum: Bo– num est dif.fusivum sui; luego el Sumo Bien es sumamente difusivo de suyo. Pero la difusión no puede ser suma, no siendo a la vez actual e intrínseca, subs– tancial e hipostática, natural y volunta– ria, liberal y necesaria, indeficiente y perfecta. Por lo tanto de no existir una

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