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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ARGUMENTO que el método histórico-crítico parece que ya ha cumplido su misión, ahora se pre– senta la oportunidad al método fenomeno– lógico en una doble vertiente: a) Como método de conocimiento: por el camino de la fenomenología nos enfrentaríamos con la realidad en sí, con las cosas mismas, para que ellas nos di– gan lo que son. En esta vertiente, el método fenomeno– lógico «nos enseña a ver», eliminando prejuicios y apriorismos, devolviéndonos la inocencia mental. Las cosas se nos apa– recerían como en una epifanía perenne. E. Rivera considera maestros en esta labor a E. Husserl, M. Heidegger y X. Zubiri. De éste recuerda la frase «ate– nerse a las cosas», que es como un eco de la conocida y citada frase alemana «zu den Sachen selbst». Estos tres pen– sadores nos han aleccionado para que podamos leer en la intimidad de las co– sas a través de su inmediato aparecer: ver, sólo ver. Una actitud que tiene mu– cho de niños asombrados ante las apa– riencias, que son las cosas. 22 b) Como método de expresión: la fe– nomenología habría de enseñarnos a conseguir que la palabra, con su transpa– rencia, alcanzara que las cosas nos digan lo que son. Y, justamente, es aquí donde hay que cambiar la actitud filosófica ante las cosas. Porque, si durante siglos se ha hecho un uso casi exclusivo de conceptos claros y precisos, articulados en un sistema, ahora hay que emplear otras dos formas de presentación: la des– cripción y la narración. Recogiendo ideas de Julián Marías, que sigue en este punto a Ortega, E. Ri– vera nos recuerda que la descripción es el primer momento de toda reflexión que quiere penetrar en lo profundo de las co– sas. La narración nos acercaría al hecho histórico, contándolo y así aparecería «la vida humana en su articulación interna, en su conexión viviente». 23 No quisiera terminar este apartado sin recordar un ejemplo gráfico que E. Rive– ra ha expuesto en más de una ocasión en sus conversaciones y lecciones de clase. Después de explicar la perfección de los análisis escolásticos sobre las virtudes teologales, recuerda al niño que va co– rriendo hacia su madre a llevarle unas flores que ha recogido en el campo. Y comenta: «Intuitivamente vemos que el niño practica en este momento la teolo- gía humana de las tres virtudes teologa– les: cree en su madre a pie juntillas, lo espera todo de ella y por sus ojos y su sonrisa le sale todo su amor tierno. ¿Ha– bría alguien tan pedante que se atreva a escindir la unidad inmaculada de las tres virtudes del niño hacia su madre? En es– tos casos no cabe un análisis disecador. Y hay que acudir a otras categorías que las clásicas [...] Entre hijo y madre [...] se da un encuentro de plenitud en un ca– riño que mutuamente se desborda». 24 Personalismo cristiano La concepcion que de la persona tiene E. Rivera está unida íntimamente a los dos puntos que ya hemos expuesto: «Vi– sión cristiana de la historia» y «De lo abstracto a lo concreto». Para comenzar hay que manifestar el rechazo que tiene nuestro pensador de quienes disuelven a la persona en un fu– turo indefinido y prácticamente indefini– ble. Desenraizar al hombre es un gran pecado filosófico . De aquí su radical re– chazo de todo pensamiento que señale al hombre un camino de puro y simple de– venir sin cimiento alguno metafísico. La reflexión de E. Rivera parte, por un lado, de la propia experiencia del hom– bre manifestada en esos momentos cla– ves de toda vida humana en los que es preciso asumir responsabilidades que definen toda una vida. Situaciones en las cuales es imposible emprender evasio– nes paradisíacas o ensoñadoras que en– cubran o falseen la responsabilidad per– sonal. La primera valentía del hombre ha de consistir en situarse ante la propia existencia y, sin rebeldías inútiles o este- rilizadoras, superar soledades ficticias o incomunicaciones nocivas. Por el otro, es preciso señalar el influjo que han tenido en su pensamiento tanto J. Duns Escoto como algunos pensadores personalistas: E. Mounier, J. Lacroix, etc. Al primero de ellos, E. Mounier, le recuerda con respeto en su obra Presu– puestos filosóficos de la teología de la historia, analizando los cuatro caracteres que señala a la persona: vocación, supe– ración, libertad y comunión (pp. 78-80). Pero la fuente central de su pensa– miento es J. Duns Escoto, porque este pensador franciscano le dio la necesaria consistencia metafísica para explicar en qué consiste la persona. A Duns Escoto le llegan dos interpre– taciones de la persona. Una desde la esen– cia, lo formal y lo categorial, representada por pensadores como Boecio y Santo To– más. Otra desde la vertiente existencia!is– ta, en la que encontramos a Ricardo de San Víctor. Pues bien, Escoto, recono– ciendo la importancia de la metafísica o lo esencial, se apunta decididamente a la in– terpretación existencialista de la persona. Para comprender la dignidad de la persona hay que partir de~plano lógico– metafísico descendente: género, especie, individuo, hecceidad. Ésta individualiza el caudal quidditativo en el último mo– mento metafísico del orden esencial, en la naturaleza individual intelectual. Pero la grandeza de la persona va más allá de la hecceidad. Si la naturaleza in– dividual intelectual está sometida a la potencia obediencia! o relación trans– cendenta!, 25 está, sin embargo, libre de la dependencia actual y de la aptitudinal, con lo cual se transforma ~a hecceidad en subsistencia, en último acto: «el ser ra– cional existente se hace responsable ante sí, se reafirma en sí mismo y se cierra a las demás personas en la afirmación de su autonomía y autoposesión». 26 Y aquí llegamos a la ultima solitudo «por la que el hombre se enfrenta consi– go mismo para hacerse responsable de su ser y de su serse: de su realidad onto– lógica ya dada y del irse haciendo por un camino de ascenso hacia la plenitud de la madurez... Ultima, porque detrás de la persona no hay nada ni nadie. Solitudo , porque tiene ella, viviendo en solitario, en "ensimismamiento", que responde de sí y de cuanto en ella se realice». 27 Pero la persona no cae en el frío círcu- 122/ 123 ANTHROPOS/75

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