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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ,-- Revista de 51 FILOSOFIA ,\.,.~O XVII NU!' .1.li :R 51 ~ CM Filo«tfí1 Ut1~lberoitMJiun, SF.P'rl~:r-.1BRII.--01tlE!\lBRE, 1904 lSSN0UlS-3461 que se convirtieran en verdaderos discí– pulos? Por otra parte ¿la Universidad Pontificia de Salamanca ha sabido for– mar pensadores cristianos? A los nueve años ayudaba a mi padre en la escuela, atendiendo a los niños de seis. Éramos ¡80! Desde entonces, se me ha dado muy bien el enseñar. He tenido siempre fácil comunicación con el alumno. Éste ha respondido, sin jamás decepcionarme, al interés puesto por mí en él. ¿Alumnos? ¿Discípulos? Es una pre– gunta un poco maliciosa. Pero debo con– fesar que esa distinción la he experimen– tado en todos estos años de enseñanza universitaria. Así, a modo de ejemplo y sin segundas intenciones, he de recono– cer que, en general, las religiosas que han asistido a mis clases fueron óptimas alumnas, pero poco aventajadas discípu– las. Su interés era aprender las lecciones y obtener buena calificación. A este res– pecto, pienso que la mayoría de los uni– versitarios son, como las religiosas, bue– nos alumnos y nada más. Pero, por fortu– na, a mí me ha tocado también enseñar a «verdaderos discípulos», deseosos no sólo de asumir mis lecciones sino igual– mente de colaborar en mi trabajo intelec– tual. Con varios de ellos continúo toda– vía mi labor investigadora. El estímulo y la alegría que me han proporcionado nunca se lo podré pagar. Ellos saben bien quiénes son y no hay que citar nom– bres. En ellos cifro mi mayor y mejor es– peranza de poder hacer todavía algo más por el «pensamiento cristiano». Acerca de la Universidad Pontificia de Salamanca, en su misión de orienta– ción humanista y cristiana, he tenido en todo momento una alta idea que, por desgracia, no he visto realizada. Yo hu– biera querido, para ella, que fuera una escuela de formación con continuidad 70/ANTHROPOS 122/ 123 AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL creadora. Sin embargo, la crisis inicia– da con la «huelga de teólogos» el día 3 de diciembre de 1969 puso de manifies– to una profunda crisis de ruptura inter– na. Yo la sufrí en silencio con profunda repugnancia, alimentada por el recuer– do de mi larga experiencia en la Univer– sidad Gregoriana, polo opuesto de lo que aquí ocurrió. Me viene a la memo– ria una conversación mantenida por aquellos días con el Dr. Sánchez de Muniain y con el Dr. W. Strobl. El pri– mero me preguntó: «¿De verdad es ne– cesaria una reforma en la Universidad Pontificia?». Serenamente, le respondí que debía ponerse más al día, pero que a mi conciencia le era inaceptable la manera como se inició, se desarrolló y se solucionó la crisis. Sería largo hablar de su génesis y desarrollo. Quizás lo peor de la misma. Me limito a señalar a la exclusión que, entonces, se llevó a cabo con algunos profesores beneméri– tos. En mi Universidad Gregoriana bien sabían utilizarlos al llegar a la edad en que el trabajo diario se les hacía difí– cil. Aquí, se optó por una solución de– primente para ellos y estéril para la Universidad. Sólo por poner un caso: el del P. Luis Arias. La Orden Agustina le dedicó un libro-homenaje. Y yo me he preguntado reiteradas veces: desde que él dejó la Universidad en el año 1970 ¿ha habido en la Pontificia algún agus– tinólogo que le haya suplido ventajosa– mente o que, siquiera, haya alcanzado su altura? La solución de la crisis no propició una continuidad creadora, sino una ruptura. Y estancamiento. Incluso, retroceso, al menos en este campo tan importante de la Patrística . Denunció este bache hace unos meses otro agusti- nólogo, J. Oroz Reta. Que no sea ese el único caso, todos los que vivimos la cri– sis lo sabemos. No rezuma la Universi– dad Pontificia la continuidad creadora que en su seno debiera florecer. Tal vez este parecer mío, severo para más de uno, se deba a lo que antes dije: mi alta idea de la misión a la que está llamada una Universidad de índole Pontificia. Pese a lo cual mis años de universidad fueron de buenas relaciones con mis co– legas. Y debo recordar a dos rectores a los que estoy sumamente agradecido por la confianza que en mí depositaron: Lorenzo Turrado y Tomás García Bar– berena. En estos últimos años ¿qué aspiraciones intelectuales le mueven? ¿Se siente a gus– to entre sus hermanos franciscanos en la labor investigadora y le aprecian en los ámbitos universitarios? Por lo que toca a mi vida íntima con– ventual, no sería sincero si no proclama– ra que estoy pasando por el mejor mo– mento de mi vida. Pese a mis muchos achaques corporales, mi espíritu se en– cuentra mejor que nunca. La conviven– cia con los hermanos de mi Orden Fran– ciscano-Capuchina me es muy grata, aunque a veces esté condimentada con alguna salsa picante. Y es excepcional el instrumento de trabajo que tengo a mi lado: la biblioteca conventual que cons– ta de unos 40.000 volúmenes y más de 200 revistas. Una biblioteca que puedo visitar a cualquier hora del día o de la noche -mis visitas nocturnas pueden testificarlo--. Respecto a mi nombre, crédito y fama, he tenido, por convicción y voca– ción, poco interés. Hasta, con frecuen- Enrique Rivera de Ventosa en coloquio amigable con su antiguo alumno Noboru Kinoshita, actualmente profesor de Filosofía en la Universidad de Nanzan (Japón). Septiembre de 1990

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