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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Dada su formación escolástica inicial ¿qué valoración le merece ésta? Debo reconocer que nunca he senti– do la necesidad de desprenderme de la escolástica, porque nunca la asumí como sistema cerrado. Es verdad que a ella me acerqué y la estudié con intensi– dad - desde el segundo año de filoso– fía-. Advertí que podía darme apoyo sólido mental, pero aceptando también sus limitaciones, tanto internas como externas. Particularmente, porque deja– ba marginados muchos problemas ac– tuales de capital importancia y, ade– más, por su deficiente presentación li– teraria. Con todo, confieso que, respecto a la escolástica, he sido agradecido, pero aprovechado. Agradecido a la formación que me dio; aprovechado, porque la he utilizado y la sigo utilizando, aunque siempre con afán de completarla en sus limitaciones. En su vida, durante el período de gobier– no del general Franco, se ha hablado mu– cho de pensamiento nacional-católico. Parece como si la Iglesia de aquel tiempo hubiera impuesto cierta uniformidad to– mista de pensamiento. De este fenómeno ha sido testigo privilegiado. ¿Cuál es la valoración que le merece esta visión re– trospectiva de aquellos años? Sobre el pensamiento español, en la época de Franco -me repugna por an– tihistórico que se hable de «nacional– catolicismo» por haber asistido y toma– do parte en casi todas las sesiones de la Sociedad Española de Filosofía, en las que tal nacional-catolicismo era inexis– tente- he realizado un estudio que, por cierto, ha sido publicado en 1978 en Ac– tas del I Seminario de Historia de la Fi– losofía Española con el título «Evo– lución del pensamiento eclesiástico de España (1939-1975)», 373-392. A tal estudio me remito. Pero quiero dejar constancia, aquí, como resultado de mi investigación, que sólo quienes no asis– tieron a las sesiones de la Sociedad Es– pañola de Filosofía, en las que escuché a pensadores como Laín Entralgo, Aranguren, los hermanos Joaquín y To– más Carreras Artau, Zaragüeta, Pini– llos, etc., pueden hablar de un <<nacio– nal-catolicismo» en el pensamiento his– pano. Y, si hubo, en este tema, algunos que cometieron atropellos, no debe car– garse este fenómeno a la gran mayoría de pensadores que trabajaban por poner el pensamiento español a la altura de los tiempos. Por otro lado, ese pensamiento ateo y laico tan cacareado hoy como progresis– ta, me da la impresión que se halla en ca– misa, medio desnudo. No tiene más que problemas sin perspectivas de solución. Es válido todavía, para él, el rudo ataque que M. Heidegger hizo contra las dos grandes potencias, USA y URSS, que con los ganchos de su tenaza amenaza– ban triturar a Europa. En su programa de elaboración de un pensamiento cristiano propio ¿no sub– yace el deseo de formar opinión dentro de la Iglesia, contra cualquier tipo de monopolio ideológico? Formado en un ambiente de acepta– ción y obediencia, me ha costado llegar a la libertad interior de que ahora justa– mente gozo en orden a creer no sólo líci– to, sino hasta obligatorio, enfrentarme a algunas opiniones de ciertos jerarcas de la Iglesia. Y esto, tanto en el plano teórico como en el práctico. Para mi complacencia, hoy, el canon 212, refi– riéndose a todos los cristianos, y el ca– non 218 de modo especial a los teólogos, han venido a dar razón a mi postura. Lo que sucede es que no estamos ni prepara– dos ni formados para asumir estas res– ponsabilidades. Dentro de lo que cabría, en la Iglesia, calificar de extrema dere– cha o extrema izquierda ideológicas, mi actitud intelectual es reflexiva y conci– liadora. La extrema izquierda me disgus– ta fuertemente por su espíritu de aniqui– lación; la extrema derecha, en cambio, por su cultivo de la adulación y el hala– go, uno de los mayores males internos históricos de la Iglesia. Realmente, para una crítica reflexiva y constructora no estamos formados. Se nos enseñó la au– tocrítica individual -examen de con– ciencia- pero no la colectiva. Y, para mí, es patente, con la historia bien abier– ta, que no hay posibilidad de progreso sin autocrítica: tanto en el plano indivi– dual como en el colectivo. El secular sesteo de tantas comunidades religiosas no tiene otro origen. Dejen hablar. Que se mueva la charca y se p;,irificarán las aguas. Pienso, por otra parte, que la clase in– telectual debería tener mucho más peso en la Iglesia de Dios. Sólo así se elimina– rían tantos ridículos bandazos como está sufriendo en sus instituciones. El monopolio tomista al que parece alude su pregunta no existió nunca para mí, ya que nunca entré en ese juego. Mi profesor A. Naber, en Roma, subrayaba la actitud ridícula de tantos discípulos de Sto. Tomás para quienes la autori– dad lo era todo, mientras el santo la co– locaba en el último lugar. Ante mi entu– siasmo por el gran doctor, en la cele– bración de su centenario, año de 1974, se me propuso formar parte de una or– ganización tomista internacional. Mi respuesta fue nítida: cor. Sto. Tomás como punto de partida, magnífico; con el tomismo del P. Ramírez, como meta, imposible el aceptarlo. Con esto quiero decir que el tomismo apenas ha influi– do en mí. Lo he tenido siempre margi– nado. Ello no quita la gran estima que siento por algunos tomistas, como el gran historiador medieval a quien tanto debo: E. Gilson. Mi relación con los pe:1.sadores fran– ciscanos ha sido de profunda simpatía. Pero por lo que toca a sus doctrinas, he sido muy independiente. En líneas gene– rales, he tratado de completar a San Bue– naventura con Juan Duns Escoto. Pero nunca ligado a la letra. Siempre con abertura hacia sus estupendas direccio– nes doctrinales. En torno a su enseñanza universitaria, quisiera me clarificara des cosas: ¿Qué relaciones e influjos ha ejercido en los alumnos? ¿Hubo entre ellos algunos 122/123 A.NTHROPOS/69

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