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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Sobre el pensamiento cristiano del Dr. Enrique Rivera. Entrevista Vicente Muñiz Rodríguez Desde su juventud, el Dr. Enrique Rive– ra ha ido construyendo su propio itinera– rio intelectual, fundamentándolo sobre la base del pensamiento cristiano. De hecho, una de sus mayores preocupacio– nes ha sido, y continúa siendo, la crea– ción de círculos -escuela, llama él- en los que dicho pensamiento ejerza in– fluencias provechosas para la sociedad. No cabe duda de que, en gran parte, lo ha conseguido al dejar tras de sí un amplio número de discípulos que, en la actuali– dad, participan de estas mismas ideas y propósitos. En un gesto de amistad para quien esto escribe -que agradezco muy sin– ceramente- el Dr. Rivera me ha faci– litado el manuscrito en que refleja su trayectoria filosófica en torno a la evo– lución que ha seguido su visión del mundo y de la historia, de Dios y del hombre. La lectura de este manuscrito ha suscitado en mí un conjunto de pro– blemas en él subyacentes y un deseo de clarificar ciertas afirmaciones que me parecen deben ser matizadas. Con este fin, me ha concedido algunas ho– ras de su valioso tiempo, para que, a través de una charla amistosa y disten– dida, queden dilucidadas las cuestio– nes, objeto de mis dudas. Me recibe en su habitación francisca– na de trabajo, cargada de libros. Espero que sus palabras no sean, en modo algu– no, falseadas en su transcripción a mi bloc de notas y que no sean susceptibles de interpretaciones diversas. Con esta buena intención comenzamos nuestro coloquio fraterno. ¿En qué contexto se originó su preocupa– ción por el pensamiento cristiano? ¿Qué peligros de índole intelectual le acecha– ron en los comienzos, a la hora de plan– tearse, como proyecto ideal filosófico, una visión cristiana del mundo? Todo empezó con la lectura de Bal– mes y de Menéndez Pelayo. Tenía yo, entonces, 17 años y cursaba el año se- 68/ANTHROPOS 122/123 Enrique Rivera de Ventosa con Vicente Muñiz Rodríguez, su antiguo alumno, más tarde colega y hoy su superior gundo de Filosofía. Me impresionó, en Balmes, la idea de que en su tiempo la religión estaba librando sus máximas batallas allende sus fronteras . Especial– mente, porque algo muy similar vi que acontecía en el tiempo que a mí me ha– bía tocado vivir. El Discurso al Congre– so Nacional Católico, de Menéndez Pe– layo, leído el 2 de mayo de 1889, meco– rroboró la afirmación de Balmes. Todavía me acuerdo de algunas frases de este discurso: «los católicos españo– les, distraídos en disputas estúpidas, en amargas recriminaciones personales, ven avanzar con la mayor indiferencia la marea de las sabias impiedades, que cada día abren más brechas, y no acudi– mos a la metafísica, ni al campo de la exégesis bíblica, ni a la de las ciencias naturales, ni a la de las ciencias históri– cas, ni a ninguno de los campos donde se dilatan los pulmones con el aire gene– roso de las grandes batallas». Estos pen– samientos me hicieron comprender, ya entonces, que era preciso situar el pen– samiento cristiano a la altura de la cultu– ra contemporánea. El mismo Menéndez Pelayo reforzó mis propósitos filosóficos iniciales con la lectura que llevé a cabo de su obra Las ideas estéticas. Esta lectura me hizo entrever las variadas perspectivas del pensamiento moderno. Desde en– tonces, me sentí obligado a conocerlas con hondura, según las posibilidades asequibles a mi situación. Pero tendien– do, como meta, hacerlo «desde dentro» , en sus propios textos. En el aspecto lite– rario, el comentario a la campana de Schiller del políglota santanderino tam– bién me dejó una huella imborrable en la que se plasmaba un deseo acuciante y permanente hacia la perfección. Y mi conciencia me testifica que, con el co– rrer de los años, el ideal de un pensa– miento cristiano me ha ido subyugando cada vez más. Lo sentía hasta como una «vocación» o «llamada». Hoy, ha– blaríamos de «carisma» . A este ideal de elaboración de un pensamiento cris– tiano propio, he dedicado muchos años de mi vida, especialmente desde la cá– tedra en Salamanca. Y he trabajado siempre -hoy con mayor dedicación y afán- en la formación de una escuela de pensamiento cristiano con continui– dad creadora. Sin continuidad, no se da eficacia. Y si no es creadora, se va al estancamiento y al marasmo. ¿Hubo peligros de índole intelectual o crisis en mi incipiente programa filosófi– co? He de señalar que ni los hubo en aquellos momentos, ni después. Nunca. Desde siempre he opinado que los gran– des pensadores cristianos, pese a sus múltiples limitaciones y hasta errores, son excelentes mentores de la vida del espíritu. Tal vez los que más han contri– buido a mantenerme en tranquilo sosie– go intelectual hayan sido Sto. Tomás y Leibniz. (Aquí, el Dr. Enrique se levanta, bus– ca entre sus carpetas, y me muestra entre orgulloso y feliz una de ellas en la que todavía conserva con los trazos de su es– critura juvenil, los apuntes y esquemas de la Suma Teológica. No sin cierto re– gocijo, recuerda que ya a sus 17 años hizo la lectura de Leibniz y fue reprendi– do por un profesor, ya que según éste, no había todavía llegado el tiempo de hacer tales lecturas.)

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