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EDITORIAL dición sea ésta de haber de descender a los abismos para as– cender, atravesando todas las regiones donde el amor es el ele– mento, por así decir, de la trascendencia humana; primeramente fecundo, seguidamente, si persiste, creador. Creador de vida, de luz, de conciencia. [...] Resplandece en Antígona uno de los más felices hallazgos de la conciencia religiosa griega: la pasión de la hija. [...] La pasión de Antígona se da en la ausencia y en el silencio de sus dioses. Se diría que bajo la sombra del Dios Desconocido a quien los atenienses no descuidaron de erigir un ara. Como se sabe, San Pablo al pie de ella anunció la resurrección ante el si– lencio de los atenienses. La vertiginosa promesa creó un silencio en vez de una ciega precipitación, de las muchas en que se en– gendra la historia apócrifa -no por ello menos cierta- que recu– bre la verdadera. Y así la historia apócrifa asfixia casi constantemente a la ver– dadera, esa que la razón filosófica se afana en revelar y establecer y la razón poética en rescatar. Entre las dos, como entre dos ma– deros que se cruzan, sufren su suplicio las víctimas propiciatorias de la humana historia. Ya que en el símbolo de la cruz podemos en– contrar el eje vertical que señala la tensión de lo terrestre hacia el cielo, como la línea más directa de influjo del cie lo sobre la tierra, eje igualmente de la figura de la humana atención en su extrema– da vigilia, y de la decisión en su firmeza. Y en el eje horizontal la di– rección paralela al suelo terrestre en que el mismo suelo se alza y aprisiona los brazos abiertos, signo de la total entrega del media– dor; de esa entrega completa de su ser y de su presencia, en virtud de la cual el ave puede ser capturada, supliciada. [María Zambrano, Senderos.] Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mis– mo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encon– traban . Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que divi– diéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos lle– nos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, se– gún el Espíritu les concedía expresarse.(...] [Hechos de los apóstoles.] Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva -porque el primer cie– lo y la primera tierra desaparecieron , y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lá– grima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado . [Apocalipsis.] Con admiración y aprecio a la persona y obra intelectual de E. Rivera, preparamos este número y Suplementos de la re– vista Anthropos. Son múltiples los recuerdos que acuden a nuestra memoria, los textos releídos, autores y obras que hemos repasado al ponernos en contacto directo y vivo con sus pre– ocupaciones e intenciones, tanto en su docencia como en su obra escrita. Una trama íntima y sutil unifica el tiempo trans– currido en una labor ingente compartida con entusiasta entre– ga y humilde dedicación; pero en constante brega y dilucida– ción de aquellas cuestiones que verdaderamente le han inte– resado como proyecto de vida y propuesta intelectual. Una imagen permanece constante en lo más hondo de nuestro re– cuerdo: su figura vivaz, dinámica, afectiva, que encierra en sí el entusiasmo de un pensamiento creador que paulatinamente se va declarando con profunda novedad y a punto de exclamar feliz ¡eureka ! Es el signo de una vida intelectual que brota des– de la raíz del ser y se muestra esplendente en el árbol del saber con múltiples y fecundos frutos de ciencia y, sobre todo, de una determinada «sapientia» o sabiduría interior, muy personal , que sabe a peculiar experiencia de un tú , encuentro y diálogo, que trasciende toda temporalidad vital. No podemos olvidar su afán de comunicación, de participación de conocimientos e in– quietudes , su constante animación de una investigación seria y rigurosa; su diálogo con todo el pensamiento moderno y abierto siempre a cualquier contacto humano e intelectual; su continua preocupación por una visión ecuménica de la realidad, su aprecio y contribución al diálogo intercultural. Todo ello forma parte de un proyecto más vital de situar el pensamiento cristiano a la altura de la cultura contemporánea, dejando de lado las pequeñas disputas internas y de escuela; elaborar un pensamiento propio, formar una escuela de pensamiento cris– tiano «con continuidad creadora», pensamiento que surge de una profunda libertad interior. Mantiene una lectura abierta e innovadora de los grandes autores de la tradición y concibe la Universidad Pontificia como una «Escuela de formación con continuidad creadora». Propósitos todos ellos que marchan ca– mino de su plenitud realizadora en su actual trabajo intelectual y en el de sus discípulos que investigan en sintonía con sus di– rectrices. Especialmente la visión cristiana de la historia como uno de sus temas más queridos. Así en su obra-programa Pre– supuestos filosóficos de la teología de la historia acepta de la corriente personalista de E. Mounier, como de la concepción dialógica de M. Buber, elementos valiosos para construir esta dimensión cristiana de la historia, cuya fuente fundamental es la Biblia. Se señalan aquellas características que Mounier in– dica como elementos de la persona, tales como vocación, su– peración, libertad y comunión. «La vocación - dice-, como llamada, se la siente por doquier en la historia bíblica, tanto en su resonancia individual como comunitaria. Individuo y pueblo son invitados por Yahvé a colaborar. Este colaborar lle– va siempre consigo una perspectiva de algo ulterior y más per– fecto. En la historia bíblica hay siempre un intento de supe– ración permanente. Y todo ello actuando la libertad humana con plena responsabilidad ante la llamada de Dios, que invita pero nunca coacciona. Finalmente, la historia bíblica es aber– tura en comunión: hacia Dios en el coloquio del silencio íntimo; hacia el prójimo en la común actividad y ayuda.» Por todo ello, la corriente personal puede llegar a ser «uno de los basamentos firmes para una reflexión sobre teología de la historia. [... ] El pensamiento cristiano ha visto la historia desde esta concepción personalista», como se muestra ejemplarmente en La Ciudad de Dios de San Agustín. Ciudad del Bien que constituyen aquellos que responden con amor a la llamada de Dios y Ciudad del Mal la que forman aquellos que se repliegan sobre el amor propio. La visión dialógica es otra fuente en que encuentra ele– mentos vitales para esta visión cristiana de la historia. Señala aquel pensamiento de M. Buber en que concibe al hombre como «constitutivamente correlación con otros hombres», im– portancia del vínculo, de la religación con toda otredad. El tú de los cotidianos avatares de nuestro vivir se trartsforrna «en Tú con mayúscula cuando el hombre entabla el más solemne e ín– timo de todos los diálogos: el diálogo con Dios». Destaca cómo tanto el mecanismo profético como el escatológico, «ambos 122/123 ANTHROPOS/5
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