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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL J. Carballo, a quien no se le ha hecho suficiente justicia por su perspicaz aportación a la prehistoria hispánica. Más influyentes en mi pensar filosófi– co han sido mis amistades de Salaman– ca. En primer término, con mis colegas de la Universidad Pontificia. Incontables han sido nuestros encuentros, celebrados no siempre en acuerdo, pero en todo caso con dignidad y provecho. Más fre– cuentes han sido mis charlas de las que he obtenido materiales muy valiosos. Sin poder mencionar a todos mis cole– gas, siento una deuda especial con los profesores J. Riesco, G. Fraile, P. de Za– mayón, etc. Con ellos discrepaba en di– versos puntos de mi visión histórica del pensamiento cristiano. Pero ellos me ayudaron en gran manera con sus datos y sus reflexiones. Igualmente alicientes y provechosas me fueron las amistades con los profeso– res de la Universidad Civil. Me introdujo en ellas el profesor M. Legido, hoy sa– cerdote diocesano. Recuerdo su invita– ción a que expusiera mi visión de la filo– sofía de G. Marcel. Un vivo diálogo si– guió al final de la misma en el que el profesor M. Fartos Martínez me pregun– ta qué puede decir esta filosofía al que acepta la concepción lógico-positivista de hoy. Al margen de si di entonces una respuesta adecuada, se inicia en aquella feliz circunstancia la organización de diálogos periódicos, cada quince días en los años de 1964 a 1976, a los que asis– tían profesores de ambas universidades. Los planeaba el infatigable Cirilo Flórez Miguel sobre los problemas filosóficos más en el ambiente del día. A ellos asis– tió varias veces el profesor M. Cruz Her– nández, respaldando con su intervención estos encuentros, obra en gran parte de sus propios alumnos. ¡ Entrada al convento e iglesia de Montehano 62/ANTHROPOS 122/123 Actualmente se está ultimando la or– ganización del Instituto Seminario de Profesores de Historia de la Filosofía Española bajo la dirección del profesor A. Heredia Soriano. Se han tenido ya seis semanas de estudio, cuyas actas han sido publicadas. Me siento muy vincula– do a la laboriosidad de este amigo. De fuera de Salamanca muchas han sido las amistades que han contribuido a mi quehacer filosófico. Sólo me es posi– ble recordar algunas. Hace más de treinta años allá por la fecha de 1956, comencé a intimar con el hispanista Alain Guy, profesor de fi– losofía en la Universidad de Toulouse. Más tarde fue el decano de filosofía y director organizador del Centro de Es– tudios Iberoamericanos en dicha Uni– versidad. Esta amistad ha ido siempre in crescendo. Invitado a intervenir va– rias veces en dicho centro por él mismo, mi amistad se extendió a sus colabora– dores, cuyos nombres tengo muy pre– sentes. No me atrevo a mentarlos aquí por no herir a alguno con mi silencio. Más tarde A. Guy fue declarado doctor honoris causa por la Universidad Civil de Salamanca. Al recordar en su discur– so de agradecimiento sus amistades sal– mantinas, tuvo para mí una especial mención que llevo muy en el alma. Re– conozco que de él he aprendido mucho. Más en las charlas amigables que en las múltiples conferencias que a lo largo de los años le he oído. Mi preocupación por el pensamiento hispano en toda su amplitud me ha li– gado a profesores hispanoamericanos. Muy cordial mi amistad con el profe– sor cubano Raúl Fornet-Betancourt, hoy docente en la Universidad de Eichstatt (Alemania). Ya de alumno universitario, colaboró conmigo hasta llegar a formar un círculo de estudios que funcionó varios años. Más tarde hemos seguido en una intensa colabo– ración, muy meritoria por parte suya al presentar, en nuestras reuniones, las direcciones actuales del pensamiento iberoamericano. En menor escala me he relacionado con Mario Casaña, otro cubano profesor en la Universidad Ca– tólica de Lovaina; con A . Basave Fdez. del Valle, de cuya metafísica de la «ha– bencia» he dado un comentario; con la profesora de Buenos Aires C. Lértora Mendoza. También he dialogado con los dos pensadores cristianos, Mons. Derisi y A. Caturelli, si bien no he podi– do compartir su visión demasiado me– dieval del tomismo. Otra amistad que me ha beneficiado sobremanera ha sido la del matrimonio alemán Strobl, Wolfgang y Else, en los largos coloquios que he mantenido con ellos. Durante los meses de mi estancia en Alemania me facilitaron, tanto en Múnich como en Kaiserlautern (Palati– nado) el acceso a los centros culturales. No puedo olvidar haberme puesto en re– lación con algunos de los pastores pro– testantes en los que pude percibir su hondo sentido religioso y algunas de las raíces de su discrepancia con nosotros, los católicos. Valiosa me fue también en aquellos meses la amistad de mi ex alumno, Ciríaco Morón Arroyo, que ter– minaba entonces sus estudios en Munich y preparaba su estancia en los Estados Unidos en donde es ahora profesor en la Cornell University. Debido a mi formación en la Grego– riana me ha sido siempre fácil entablar amistad con los profesores jesuitas. De dos hago especial mención: de S. Cuesta (difunto), saturado de metafísica sua– reciana pero abierto y comprensivo, y L. Martínez Gómez, infatigable en su quehacer bibliográfico, con quien he hecho cuestión del pensamiento cristia– no en el momento actual, enunciando juicios que sólo ante él me he atrevido a hacerlos oír, para mejor acrisolarlos y, si fuera el caso, rectificarlos. Otras amistades más temporeras he cultivado dentro de las sociedades filo– sóficas a las que he dado mi nombre, y con ocasión de congresos nacionales e internacionales junto con semanas de es– tudios. De estas mis relaciones debo dar alguna información. Pero antes debo ce– rrar este tema de las amistades con una referencia a las más íntimas: a las de casa. Por amistades de casa entiendo las que he mantenido con mis compañeros en los centros de estudio de mi orden. De todos ellos he aprendido mucho en una convivencia ejemplar de dar y recibir. Subrayo estos dos verbos que en mi en– torno se han conjugado alta y beneficio– samente. Mi conciencia me testifica cuán fácilmente nos hemos prestado, en mutuo servicio, libros, notas y cualquier clase de informes. Dos ya difuntos quiero recordar: Agustín de Corniero y Gabriel de Sotie– llo. Mi sentido crítico lamenta en ellos no haberse atenido a lo que pide hoy una metodología exigente. Sin embargo, A. de Corniero dio respaldo a mi activi– dad intelectual. La revista Naturaleza y Gracia, de la que fui su primer director, debe mucho a su impulso y tenacidad. Por su parte Gabriel de Sotiello tenía do– tes innatas de escritor, tanto desde el pun– to de vista científico como literario. Los escritos publicados lo demuestran. Pero no tuvo tiempo ni método para una plena madurez. De él he escrito que fue «clari– dad de inteligencia en acto». En sus cla– ses, en sus escritos y en sus charlas dia– rias la utilizaba para iluminar problemas.

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