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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL carencia de profesorado en los años que siguieron a nuestra guerra; y por mi difi– cultad para declararme por el «no» ante agobiantes peticiones. Pude, con todo, dedicarme a una intensa lectura medita– da, la cual, hecha metódicamente, me fue dando conciencia de ir camino de una posible madurez. Madurez cierta– mente tardía pero que ha motivado que mi mente haya yivido desde 1970 en una reposada meseta intelectual. Confieso, con todo, que esta meseta de madurez la estoy viviendo,¡estilo platónico, siempre de camino, con tenso anhelo de plenitud ulterior. Tiene incrustada dentro de sí esta mi supuesta madurez lo que para mis aden– tros llamo «humildad intelectual». Con– siste esta humildad en el sedimento que me han ido dejando los grandes genios del saber, quienes iluminan el cielo de la ciencia con fulgurantes verdades, pero acompañadas no pocas veces de inci– pientes errores./¿Quién, entonces, puede pretender estar en la verdad? Dentro del mismo pensamiento cris– tiano, tema preferente de mis meditacio– nes filosóficas,/topamos con esta históri– ca realidad. Y~ha sido muy de lamentar que una inepta metcxlología haya hecho inviable pode cerner debidamente en los grandes doctores cristianos su rica harina doctrinal de las hilachas y salva– dos sin valor alguno. Un caso típico de esta torpe metodo– logía es San 4"gustín. Si el ponderado K. Jaspers le ha contado entre las seis mentes rectoras de nuestro pensamien– to occidental, es de justicia histórica re– conocer su a~ta calidad de pensador. Personalmente siemo un contenido en– tusiasmo por sus grandes ideas que he tratado de comentar y aclarar en diver– sos estudios. Pero tales ideas geniales no autorizan a que se pondere la pre– sencia e influjo de San Agustín en los siglos XIV al XVIII, cuando el agusti 0 nismo, excepto en el oasis de Fray Luis de León y de 1 1 a escuela francesa que va desde el Card/. BeruHe a Malebranche, declinaba al nominalismo, a la concep– ción luterana de la «massa damnata» y al pesimismo ljansenista, que ha atena– zado la vida /cristiana hasta nuestros días. ¿Por qué no separar definitiva– mente el «ag,ustinismo eterno» de ese otro agustinisino al que terminamos de alúdir? Ante éste, )'1 parecidos ejemplos histó- . ricos, el lecto¡r avisado cala fácilmente en la raíz de mi «humildad intelectual». Si, a veces, a \os grandes genios el subir les ha derretido las alas... Debo, con todo, igualmente confesar que a mi con– ciencia se le lia ido imponiendo la obli– gación que tefgo de exponer neta y cla– ramente lo que mi mente reflexiva cree haber hallado en los diversos periplos de su navegación. La larga ruta de estos años, de 1943 a 1979, me fue señalada por la pequeña obra de A. Gratry: Les sources. Conseils pour la conduite de l' esprit (París, 1861). Abre su libro de este modo termi– nante: «Ces conseils ne s'adressent pasa tous. Ils s'adressent a cet homme de vingt ans, qui, au moment ou ses com– pagnons d 'études ont fini, comprend que son éducation commence». Este consejo inicial fue un rayo de luz que me hizo ver en perspectiva mi vida intelectual. Comprendí que mis estudios anteriores, mi aparatosa borla de doctor, no eran más que un preámbulo si quería llegar un día a cierta madurez de pensamiento. A. Gratry, como buen agustiniano, men– ta en la cuarta página el De Magistro de San Agustín. Decenas de veces he co– mentado a mis alumnos el contenido del mismo. De mí tengo que decir que he in– tentado sencillamente vivirlo. Con este temple y talante inicié la an– dadura de estos largos años de gestación hacia la deseada madurez para mi pensa– miento. Mi circunstancia: Condicionado por mi circunstancia, según la conocida tesis orteguiana, advierto una diferencia muy notable entre la exterior y la interior. Ambas importantes por su influjo en la forja de mi mentalidad, la circunstancia interior tiene prevalencia destacada. Sin embargo, debo informar de ambas para dar cuenta objetiva de mi autopercep– ción intelectual. Circunstancia exterior: Tres de estas circunstancias quiero poner en relieve. l) Profesor atareado. Debido a la es– casez de profesorado que siguió a nues– tra guerra, tuve en estos largos años muy intensa docencia, como acabo de Comunidad de Montehano, 2 de febrero de 1954 indicar. Junto con mi cátedra, Historia del Pensamiento, tuve que dar lecciones de Antropología, Criteriología, Metafí– sica, etc. Las lecciones eran bien recibi– das por los alumnos, con los que siem– pre mantuve un vivo diálogo. Pero con– tra lo que ellos pensaban, ois lecciones eran más repetición de los cursos uni– versitarios por mí oídos que expresión de un pensamiento propio y original. El engaño que yo produje en mis alumnos es frecuente en la docencia universi– taria. 2) Amistades intelectuales. Tempera– mentalmente abierto, he cultivado inten– samente la amistad de mis colegas. Re– cordaré tan sólo algunas. En mis ocho años de docencia en Montehano (Cantabria) viúaba periódi– camente la Biblioteca de Menéndez Pe– layo, en la que Enrique Sánchez Reyes, el benemérito editor de Obras Completas (edición nacional) del gran maestro, me hizo saber sabrosas y múltiples anécdo– tas del mismo. Éstas le reflejaban, como hombre, en sus logros y en sus fallos. En dicha Biblioteca trabé también amistad con Marcial Solana, entusiasta de la Bi– bliotheca Vetus et Nova de Nicolás An– tonio. Por aquí hay que comenzar, me decía ante uno de los volúmenes que te– nía sobre la mesa. Más intensa fue en Santander mi amistad con el fundador y director del Museo de Prehistoria, Jesús Carballo, quien, varias veces, después de dar a mis alumnos de filosofía en Monte– hano una semana de lecciones, nos acompañaba a visitar la riqueza prehistó– rica de la provincia de Santander: Alta– mira, en primer término, Puente Viesgo, El Pendo, etc. En lo íntimo celebré so– bremanera que el materialismo evolu– cionista darwiniano quedara sin consis– tencia en las lecciones autorizadas de 122/123 Ai'.THROPOS/61

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