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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN d) El tema judío. Contra mi propósi– to de nunca dejar inconclusa la lectura de un libro, recuerdo dos excepciones. Am– bas en torno al tema judío, pero de signo contrario. En mi juventud me incitaron a leer Los «Protocolos» de los «Sabios Ancianos de Sión». Me pareció un con– tenido de tal enormidad que no pasé de la página cincuenta. Lo malo del caso es que un colega me lo ha pedido hace unos meses. Y se empeña en darle valor. Peor, si cabe, que en la casa de una señora francesa -sobrina mía por afinidad– comentara con ella que L' Express lo ci– tara todavía, aunque sin darle valor his– tórico. Pero ello prueba que sigue enve– nenando mentes antijudías. En sentido opuesto me ofrecieron hace unos veinte años estudiantes universita– rios de la Pontificia de Salamanca, opuestos a Pío XII, la novela histórica de Rolf Hochhuth, Der Vertreter -El vica– rio-. Visceralmente opuesto a la misma no pude llegar a la mitad. Y no es muy larga. Escrita a favor de los judíos es un ataque a la actitud que tuvo ante los mis– mos el gran Papa. Sobre todo cuando lle– gó la hora de «la solución final». Se acordó por los jerarcas de las SS. el 20 de enero de 1942, en Wandsee, cerca de Berlín. Solución inicua, pero clara y fir– me: el exterminio radical de la raza judía a través de la deportación. ¿Qué hizo Pío XII ante tan fatídico programa? La novela de Hochhuth quie– re ser un vivo relato de sus indecisiones y cobardías. He dicho que visceralmente me ha repugnado esta obra. Y es que cuantos estábamos en Roma por aque– llos años teníamos la plena convicción de que la actuación de Pío XII a favor de los judíos era valiente y eficaz. Pero sa– turada de prudencia que busca en cada caso lo mejor posible. Las hirientes críticas contra Pío XII se desvanecen ante. este sencillo relato de sor Pascalina. Refiere ésta que el episcopado holandés protestó con vigor contra la persecución antijudía. El logro de tal protesta consistió en que cuarenta mil judíos fueran llevados a las cámaras de gas. Entre ellos Edith Stein, discípula de Husserl, más tarde carmelita, ya beatificada por Juan Pablo II. Al saber– lo, el Papa quedó pálido como la cera. Sigo ahora con la anécdota copiando a sor Pascalina: «El Santo Padre vino di– rectamente a la cocina con dos folios en la mano, apretadamente escritos. "Hay que quemar estos papeles. Son mi pro– testa contra esa cruel persecución anti– judía. Los había escrito para L' Osserva– tore Romano de esta tarde. Pero si la carta pastoral de los obispos holandeses ha costado cuarenta mil vidas humanas, mi protesta quizá cueste doscientas mil. Lo mejor será callarse en público y se- 60/ANTHROPOS 122/1 23 AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL guir como hasta ahora, ayudando clan– destinamente a esta gente." -"Santo Padre, me permití objetarle-, ¿no será lástima quemar lo escrito? Quizá servi– rá un día." "Lo he pensado, pero si por casualidad cae en manos de cualquie– ra... La protesta es de tono más subido que la carta pastoral del episcopado ho– landés. ¿Qué será entonces de los po– bres judíos y católicos bajo el poder nazi? Lo mejor es quemarlo." Y el San– to Padre vio cómo ardían los dos fo– lios» (op. cit. , p. 138). Qué transparente e histórico este relato que da a conocer la obra de Pío XII «desde dentro». «Desde fuera » acreditaron la obra de Pío XII grandes rabinos de diversos paí– ses, los cuales se dirigieron reiterada– mente al Papa para agradecerle lo mucho que estaba haciendo a favor del pueblo judío. Me remito a lo que sobre el tema escribe J.E. Schenk en la obra que he– mos citado y comentado. Por mi parte, básteme aquí traer a la memoria lo que un día me fue de mucho gozo, estando ya en España: el bautizo del gran rabino de Roma, quien, en agradecimiento a Pío XII (Eugenio Pacelli) cambió su históri– co nombre judío Israel Zolli en el cristia– no Eugenio Zolli. En este ir a Dios de E. Zolli advierto dos caminos. El primero y principal lo señala él mismo en su obra: Jesús llama. Se ha dicho que hay en ella «piu lacrime che inchiostro» -«más lágrimas que tinta». El segundo fue la bondad de Pío XII. De Francisco Cantera (prólogo al libro de E. Zolli, Mi encuentro con Cristo , Rialp, 1948, p. XXIX) tomo este informe. Pío XII completó el dinero ne– cesario para cubrir el pedido que se le exigió a la comunidad judía de Roma, la cual, si antes de 24 horas no lo entrega– ba, vería a sus principales jefes deporta– dos. Se comprende que la gracia de Dios corra por estos canales. El mismo E. Zo– lli confiesa: «Tras decenas de años he vi– vido un momento seráfico de vida místi– ca» (op. cit. , p. 30). Desde las alturas de la vida mística del rabino, ahora cristiano, E. Zolli descien– do a la sencilla prosa de mi vida para dar cuenta de mi cálida, si bien, mínima aportación a la lucha antijudía. Tuvo ésta lugar con motivo de mi re– greso a España, verano de 1943. Fue en– tonces cuando el P. Marie-Benolt de Bourg d'Iré, capuchino francés, que resi– día en mi Colegio Internacional y estaba muy entregado a las obras de ayuda a los judíos, me dio un paquete de cartas para que las entregara en Barcelona a una fa– milia judía. Esta entrega, motivada por la confianza que en mí tenía el rector del Colegio, me llenaba de satisfacción y de responsabilidad. También llevaba en sí algún peligro al tener que pasar por el sur de Francia, zona entonces ocupada por las tropas ítalo-germanas. Cierto que, al estar organizado el tren de nuestro re– greso por la embajada española de Roma, no era de temer una detenida inspección de maletas. Pero a ello estaba expuesto. Y en verdad si dan con mi alijo de cartas, estaba seguro de dar con mis huesos en un campo de concentración. Pero me sentía satisfecho de hacer algo por los hi– jos de ese pueblo del que brotó la Hija de Sión y el retoño de Jesús. Al fin todo sa– lió bien. Y al llegar a Barcelona me fui a la calle de Egipto donde se hallaba la fa– milia judía. Me agradeció sobremanera mi entrega del paquete de cartas. Satisfe– cho de haber cumplido el encargo confia– do, ya no supe más del suceso, realizado más cara a la eternidad que al tiempo. Como complemento insustancial y de reír pero muy grabado en mi memoria, quiero referir la jugarreta que me hizo aquella mañana mi biografía. Desde la calle de Egipto donde entregué el paquete de cartas, me voy a San Gervasio para to– mar el tranvía que me llevaría al pie del Tibidabo. Pero al querer subir al funicular noto que me han robado la cartera. Con– trariado y más que mustio desando el ca– mino hasta el convento de Capuchinos de la Diagonal, «un rato a pie y otro andan– do», como dice el chiste popular. Allí mi anécdota fue tema de cuento y risa. La benevolencia del Superior suplió con cre– ces el dinero perdido por mi ingenuidad. Para colmo de dicha, unas horas después telefonean desde un convento de monjas que ha aparecido en su huerta la cartera de un P. Capuchino que parece venir del extranjero. Me voy por la cartera. Y todo remediado, menos mis incurables distrac– ciones a beneficio de los «listos». Después tomo el tren para Madrid donde paso unos días. Más largos y más dulces en familia durante la última dece– na de agosto. De allí a León.en los prime-– ros días de septiembre para iniciar mi do– cencia como profesor de filosofía el día tres del mismo mes en el Colegio Filosó– fico-Teológico de PP. Capuchinos. Fini– rá esta docencia 41 años más tarde, en la Universidad Pontificia de Salamanca, cuando el día 29 de mayo de 1984 tuvo lugar mi «última lectio» con este título: «Las formas fundamentales del amor». Con mi docencia, siempre querida y valorada, mi vida pasó del hórrido am– biente de la guerra, al clima alborotado y simpático de las aulas. Segunda etapa: desde 1943 a 1970. Largos años en la gestación de mi propio pensamiento Durante esta etapa culminó mi actividad docente. En demasía, tengo hoy que de– cir. Fue debido a un doble motivo: por

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