BCCCAP00000000000000000000451

ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN zas y calles, de casa en casa. He aquí cómo el experto español R. García Vali– ño, La campaña de Rusia (Historia de la Segunda Guerra Mundial, t. VII, Ma– drid, 1947, p. 121) comenta esta lucha en la que los valientes polacos tuvieron que rendirse ante la vista de los rusos que no quieren darles ayuda: «Esta detención de las poderosas fuerzas soviéticas frente a la destrozada ciudad de Varso– via presenciando casi impasibles la des– trucción sistemática de las fuerzas del general Bor, se ha explicado como un ardid político de Stalin, que refleja la frialdad y la falta total de calor humano en los métodos de la dirección de la guerra por parte del dictador rojo». De nuevo nos hallamos ante un diluvio de sangre. Y quienes podían y debían aca– bar con él, lo contemplaban impasibles y calculadores. Sucesos como éste res– taban fuerza moral a los aliados para exigir decisiones a Pío XII a favor de otras víctimas de la guerra, cuando ellos no tuvieron un reproche oficial para su aliada la URSS, impasible ante el aniquilamiento de la gran ciudad. La pacífica actitud neutral de Pío XII es tanto más de admirar en los años de guerra por cuanto fueron años de incon– tables conversaciones diplomáticas, de notas y contranotas al más alto nivel con los diversos gobiernos, directamente o por medio de las nunciaturas o delega– ciones apostólicas. Tengo que confesar que de este maremagnum tan encrespa– do apenas llegó su rumor a mis oídos. Tan sólo me era conocida alguna ola que venía a romperse en la playa de L' Osservatore Romano. Más tarde, por mis lecturas, en especial por la obra de J.E. Schenk, Pío XII y Juan XXIII, ya ci– tada anteriormente, ha crecido mi alta estimación histórica por Pío XII, de mi siempre admirado, aunque sólo lo entre– veía en las pequeñas ondas que hasta mí llegaban. Tenaz fue Pío XII en sus gestiones por salvar a Roma de los horrores de la gue– rra. Sus llamadas hallaron más eco en Washington que en Londres contra el posible bombardeo del centro de la cris– tiandad. Al fin, no hubo modo de evitar– lo y el Papa lloró, tinto en sangre, sobre su ciudad. Los aliados quedaron esta vez en peor situación que el eje. Al avanzar éste por Grecia y Egipto, se le pide que sean respetadas Atenas y El Cairo, vene– rables por su cultura milenaria. Y lo fue– ron. Roma, tan venerable en arte y cultu– ra como las mentadas, y más sacra que ellas, no obtuvo de los aliados la misma gracia. Para enjuiciar históricamente las pre– siones sobre Alemania pedidas a la San– ta Sede, es impresionante y alecciona– dor recordar la actitud del embajador AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL PioXII alemán Weizsacker ante el Secretario de Estado, Maglione, al indicarle éste el in– terés del Papa por unos rehenes italia– nos. El embajador se negó a comunicar– lo al Führer porque temía que si hablaba de la cuestión de los rehenes en nombre de la Santa Sede, no conseguiría otra cosa que provocar reacciones contrarias a lo que se pedía. Las represalias de Hitler en contra de las tomas de posi– ción del Papa, aunque ineficaces, podrí– an llegar a revestir una violencia terrible y desde luego incalculable (Schenk, op. cit., pp. 316-317). Ante tales declaracio– nes del embajador alemán, Pío XII tuvo que extremar las medidas de prudencia hasta tener que silenciar males graves para evitar otros mayores. Apena, de veras, que en situación his– tórica de tanta responsabilidad la con– ciencia de algunos católicos estuviera embotada. En Inglaterra, más fría que otras potencias aliadas ante el posible bombardeo de Roma, el obispo anglica– no de Chichester se pronunciaba en con– tra del mismo, mientras que un lord ca– tólico se declaraba por los bombardeos indiscriminados. Para colmo de obceca– ción. Si el cardenal Tardini envía por el delegado apostólico de Washington un telegrama muy duro a los responsables de la destrucción de Monte Cassino, tie– ne uno que leer con vergüenza este in– forme de signo contrario: «¿No habían acaso aprobado el bombardeo de Monte Cassino incluso algunos abades bene– dictinos?» (Schenk, op . cit., p. 323). Hasta esta monstruosa falta de neutrali– dad ha llegado la pasión política de al– gunos estamentos intraeclesiales. Momento de máxima gravedad fue para Pío XII la represalia de las Fosas Ardeatinas. Todo se consuma en 24 ho– ras. Pese a haber sido declarada Roma ciudad abierta, a las tres de la tarde del 23 de marzo, 1944, estalla en Via Rase– lla una bomba que mata a 32 soldados alemanes. El alto mando de la Wehr– macht lo considera un desafío y manda ejecutar a diez italianos por cada soldado alemán. Al mediodía del 24 todo se ha– bía trágicamente cumplido. Ante tal hecho Pío XII guarda silen– cio. Cuán duramente se le ha reprocha– do. Pero ante la complejidad de tal hecho debieran tenerse presentes tanto el as– pecto jurídico del mismo cuanto la verti– ginosa rapidez del suceso. En el aspecto jurídico la tragedia se origina por una grave trasgresión del de– recho de guerra por la ciudad de Roma. Con su agresión los romanos justifican el llamado derecho de represalia . Unos años más tarde, en 1953, P{o XII habla en estos términos al VI Congreso Inter– nacional de"Derecho Penal: «La fusilla– de en masse d'innocents par représailles par la faute d'un particulier n'est pas un acte de justice, mais une injustice sanc– tionnée» (AAS, 35 [1953], 733). Admite, pues, Pío XII el derecho de represalia, pero dentro de límites precisos. ¿Dónde llegaban estos límites por e! atentado en Vía Rasella? Se insiste en que las vícti– mas eran inocentes respect0 del atenta– do (Schenk, op. cit., p. 399). Pero doctos teólogos, como Vitoria y Molina, afir– man que se da solidaridad en la comuni– dad ciudadana. Por tanto, si las víctimas como personas no eran culpables, perte– necían a una comunidad que se había he– cho culpable. Es cierto que no todos los juristas admiten esta responsabilidad co– munitaria. Pero esto mismo muestra la poca claridad de la doctrina sobre el de– recho de represalia que dificulta su apli– cación a este caso singular. A este embrollo teórico ::¡ue pudo pe– sar en la clara mente de Pío XII, aunque viera como enormemente excesiva la re– presalia, hay que tener en cuenta el lado práctico de la rapidez del suceso. Parece que el Papa llegó a ignorar el ultimatum de las 24 horas y se vio desbordado por el fulminante sucederse de los hechos. Pedir, por lo mismo, resp-:msabilidad a Pío XII es poco justo. Y poco conforme con su criterio y praxis constante. Por otra parte, una protesta ulterior -la que tantas veces se ha pedido- no hubiera remediado nada y tal vez hubiera des– encadenado otras represalias ulteriores. Testigo de ello el embajador Weizsak– ker, según ya hemos anotado. En perspectiva histórica este es un he– cho para el silencio. Momento de recor– dar que sólo Dios es el Señor de la histo– ria y el supremo Juez de la misma. En éste y en otros casos a Él tenemos que remitirnos en nuestro deseo de una su– prema y última justicia. 122/123 Aí\ TH ROPOS/59

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz