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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL nova, muy en peligro por ser puerto de mucha industria de guerra, hubo quienes buscaron lugar más seguro. Parecía ob– vio. Y sin embargo, Pío XII recuerda en– tonces que el Evangelio describe al Buen Pastor, no huyendo del lobo, sino dando la vida por sus ovejas. Hasta se atrevió a afumar que el Papa, por más peligro que corriera, nunca abandonaría su puesto de servicio. c) La neutralidad de Pío XII se hizo patente en estas dos actitudes: 1) en de– clararse decididamente contra la guerra, por no admitir ninguna razón válida a su favor, ya que era posible arreglar todos los conflictos internacionales «vía pací– fica»; 2) en no haber declarado a ningu– na nación como única responsable. Pero en el desarrollo del conflicto Pío XII tomó ciertas decisiones que los contrarios a las mismas juzgaron no mantener la neutralidad. Al final de la primera encíclica, Summi Pontificatus tiene palabras de condolencia por los su– frimientos que han venido «sobre una nación amada, Polonia...». Hasta algu– nos de mis compañeros alemanes del Colegio Internacional lamentaban la mención elogioso de Polonia en dicha encíclica. El gobierno alemán , como era obvio, criticó duramente el supuesto par– tidismo del Papa, no justificado según ellos, por cuanto Polonia se mostró muy intransigente en las negociaciones pre– vias a la declaración de guerra. Menos discutible fue la decisión de Pío XII al enviar un mensaje de condolencia a los jefes de Estado de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, cuando fueron agredidas estas naciones por el III Reich. Se pedía, con todo, al Papa por una y otra parte actitudes más comprometidas ante el comunismo ateo y ante los atenta– dos diarios contra los derechos humanos en los campos de concentración. Y al pe– dir esto, hay que decir que todos tenían razón. Pero todos tenían también las ma– nos manchadas en sangre. Las fosas de Katyn, en las que fueron enterrados más de 4.000 oficiales del ejército polaco pregonaban uno de los crímenes más fríamente sádicos cometidos contra todo derecho de gue1Ta. Y, sin embargo, la parte aliada, ya unida a la URSS , ejecu– tora del crimen cuando éste se conoció al llegar las tropas alemanas a esta ciudad, hizo todo el silencio posible desde en– tonces hasta hoy. Por el contrario, los múltiples atropellos del III Reich han dado lugar a una perenne delación. Ante estos hechos se explican las pre– siones sobre Pío XII para que se declara– ra en pro o en contra de los unos o de los otros. Para comprender mejor la actitud del mismo, me siento obligado a hacer mención, aunque sea con no poco des– contento, de algunas, entre las muchas 58/ ANTH ROPOS 122/123 declaraciones clericales, que traspiran poca comprensión evangélica y mucha pasión partidista. No puedo, en verdad, hacerme car– go de cómo la inteligencia preclara de G. Ricciotti haya podido escribir una tal «prefazione» a su obra, Paolo Apostolo (Poliglota Vaticana, 1946). Ni el que la finne en marzo de 1946 puede justifi– carla. Avergüenza que haya sido pensa– da en Roma. Ver en Hitler una herencia de Lutero cuando muchos luteranos -ellos prefieren llamarse Evangelische Kirche- sufrieron hasta la muerte por su Iglesia Evangélica, no es ya sólo un despropósito histórico, sino un malen– tendido que frisa en lo cruel. Llevado de su manía «anti-tedesca» contrapone el furor teutónico de Hitler a la serenidad de San Pablo. En ello tiene razón. Pero no la tiene al vincular a Hitler con Lute– ro, cuando escribe de aquél que es: «un nuovo Ersatz o surrogato di Dio, fabbri– cato in clima luterano» (p. 10). Esta lí– nea es sólo para ser olvidada. El equili– brio y la imparcialidad se hallan de ella ausentes. Poco aprendió de la serena lección de neutralidad, dada por Pío XII, el sabio escriturista. Hiere más a nuestra sensibilidad hu– mana el apéndice que E. Leclerc añade a su obra El Cántico de las Creaturas. Cri– ticada esta meritoria obra - también por mí lo ha sido- en su intento de aplicar el psicoanálisis a Canto al Hermano Sol, apena sobremanera que sus últimas pági– nas describan con morosa lentitud su sa– lida del campo de concentración de Bu– chenwald en un tren de evacuados hacia el sur de Alemania. Macabro relato en– tre vida y muerte, presidido por los crueles asesinos de las SS . En el tren iban cinco franciscanos. Cuando uno de ellos se siente morir, sus hermanos en– tonan con santa placidez el Canto al Hermano Sol. E. Leclerc comenta así este pequeño y gran suceso: «Era esta visión -cristiana y franciscana- la que, cierta mañana de abril, en un lugar de Alemania, junto a nuestro hermano que se nos muere, nos hacía cantar al sol y a las estrellas, al viento y al agua, al fuego y a la tiena y también a cuantos perdonan por tu amor...». Qué bello final si el relato no estuviera impregnado de un partidismo inconsciente -¿conscien– te también?-, al que declaramos de fon– do antievangélico y antifranciscano. Ha– gamos mención de lo que aquí se silen– cia, tal vez ignorado por E. Leclerc en aquel su terrible mes de abril, pero no cuando se puso a escribir su libro fran– ciscano. Anota éste que en los primeros días de dicho mes divisaba desde los al– tos de Bucbenwald el fuego de los caño– nazos americanos. Y escribe con alegre recuerdo: «El cañón retumbaba y la es- peranza bacía trepidar nuestros corazo– nes» (p. 259). Comprendo este grato re– cuerdo por haber pasado por circunstan– cias análogas. También la música de guerra puede sonar a pascua de resurrec– ción . Lo que no comprendo es que E. Leclerc no baga la menor alusión a que en aquellos mismos días de abril, úl– timo mes de guerra, los angloamericanos arrasaban con la «saturation-bombing», decretada por Cburcbill, ciudades y pue– blos en que morían a millares seres ino– centes. Durante mi estancia en Alema– nia, año 1961, se comentaba aún que en la ciudad de Dresden perecieron en una sola noche trescientos mil. Y no todos eran criminales de guerra. Cuando en el mismo año visité el campo de concentra– ción de Decbau, uno de los de peor nom– bre, se erigía en el mismo una capilla vo– tiva en reparación de los crímenes allí cometidos. Tal iniciativa se la juzgaba muy motivada. Pero la prensa del día ba– cía notar por qué los británicos no levan– taban en Dresden otra capilla votiva por las víctimas del arrasamiento de la ciu– dad. Justamente E. Leclerc pone en relieve el terror de las SS. Pero basta donde lle– gaban en su criminal carrera lo dice bien este otro relato que me contaron en Alttitting, pequeña ciudad de Baviera, célebre por su santuario mariano. En el mismo mes de abril, de tan mal recuer– do, se decide en la pequeña ciudad poner bandera blanca sobre los tejados, pidien– do paz y defensa contra los bombardeos. Llegan los de las SS. y fusilan al párroco y a otros principales por haberse hecho responsables de las banderas blancas. Los esbirros de las SS. lo eran también para sus propios conciudadanos. Ante este mundo de crueldad y mal– dad por una y otra parte, no suena bien el Canto al Hermano Sol, entonado tan sólo por una de ellas. El ideal francis– cano pide en su programa de concordia que lo cante la humanidad entera, abra– zada a su Padre Celeste. Y que en este abrazo nos sintamos todos hermanos. Este excursus por mentes cristianas en las que no brilla la serena neutralidad evangélica, muestra lo difícil que le fue a Pío XII mantenerse en este fiel de la ba– lanza. Unos y otros tiraban de él. La pre– sión se hacía cada vez más fuerte por parte de los aliados cuando la guerra co– menzó a declinar claramente a su favor. Pero entonces precisamente tuvo lugar uno de los sucesos más crueles e incom– prensibles de la misma. Me refiero a la sublevación de Varsovia al final del ve– rano de 1944. Al avanzar de modo in– contenible los ejércitos rusos creyeron los polacos de Varsovia que llegaba la hora de su liberación. Y se rebelan con– tra su enemigo en lucha heroica por pla-

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