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EDITORIAL huerto los dejara sin trabajar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y la vistosidad de las flores predicasen al hermosísimo Pa– dre de todos los seres. Ordenaba asimismo que en el huerto se señalase una partecita para plantar hierbas aromáticas y flores, para que a cuantos las contemplasen les evocara el recuerdo de la suavidad eterna. Recogía del suelo los gusanillos para que no fue– sen pisoteados , y a las abejas en tiempo de invierno, a fin de que no pereciesen de frío y escasez , hacíales dar miel y vino genero– so. A todos los animales daba el nombre de hermano, si bien sen– tía preferencia por los mansos. Pero ¿quién podrá referir todas las cosas? Pues , en verdad , aquella Fuente de toda bondad que se manifiesta completa en todo y para todos, se comunicaba a nues– tro Santo también en todas las cosas. [Celano, Vida de San Francisco (Vida segunda).] [...] primeramente invito al lector al gemido de la oración por medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pe– cados, no sea que piense que le basta la lección sin la unción , la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación , la industria sin la piedad, la cien– cia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad , el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada. [...] No siendo la felicidad otra cosa que la fruición del sumo bien , y estando el sumo bien sobre nosotros, nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo, no con subida corporal , sino cordial. Pero levan– tarnos sobre nosotros no lo podemos sino por una fuerza superior que nos eleve. Porque por mucho que se dispongan los grados in– teriores, nada se hace si no acompaña el auxilio divino. Y en verdad, el auxilio divi no acompaña a los que de corazón lo piden humilde y devotamente ; y esto es suspirar a él en este valle de lágrimas, cosa que se consigue con la oración ferviente. Luego la oración es lama– dre y origen de la sobreelevación. Por eso Dionisia en el libro De mys– tica theologia, queriendo instruirnos para los excesos mentales, pone ante todo por delante la oración . Oremos, pues, y digamos a Dios Nuestro Señor: Condúceme, Señor, por tus sendas y yo entraré en tu verdad; alégrese mi corazón de modo que respete tu nombre. Orando, según esta oración , somos iluminados para conocer los grados de la divina subida. Porque, según el estado de nuestra naturaleza, como todo el conjunto de las criaturas sea escala para subir a Dios, y entre las criaturas unas sean vestigio, otras imagen , unas corporales, otras espirituales, unas temporales , otras evi– ternas , y, por lo mismo , unas que están fuera de nosotros y otras que se hallan dentro de nosotros, para llegar a considerar el primer Principio, que espiritualísimo y eterno y superior a nosotros, es ne– cesario pasar por el vestigio, que es corporal y temporal y exterior a nosotros, y esto es ser conducido por la senda de Dios ; es ne– cesario entrar en nuestra alma, que es imagen eviterna de Dios, es– piritual e interior a nosotros, y esto es entrar en la verdad de Dios ; es necesario, por fin, trascender al eterno, espiritualísimo y superior a nosotros mirando al primer Principio, y esto es alegrarse en el co– nocimiento de Dios y en la reverencia de la majestad .[...] Y en este tránsito, si es perfecto , es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y ésta es ex– periencia mística y secretísima, que nadie la conoce, sino quien la recibe, ni nadie la recibe , sino quien la desea ; ni nadie la desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la medula. Por eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el Espíritu Santo. [...] Y si tratas de averiguar cómo sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo pero no al entendimiento; al gemido de la oración , pero no al estudio de la lección ; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla, pero no a la claridad ; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego , que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. 4/ANTHROPOS 122/123 Fuego que , ciertamente, es Dios y fuego cuyo horno está en Je– rusalén y que lo encendió Cristo con el fervor de su ardentísima pa– sión y lo experimenta, en verdad, aquel que viene a decir: Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos la muerte. El que ama esta muerte, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna, son verdade– ras estas palabras: No me verá hombre alguno sin morir. [ltinerarium.] Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comuni– ca Dios allí al alma en un instante y el grandísimo deleite que sien– te el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de que -a cuanto se puede entender- que– da el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios , que como es también espíritu , ha querido Su Majestad mostrar el amor que nos tiene en dar a entender a algunas personas hasta adónde llega, para que alabemos su grandeza; porque de talma– nera ha querido juntarse con la criatura, que ansí como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar Él de ella. [Las Moradas.] Piensa el sentimiento, siente el pensamiento; que tus cantos tengan nidos en la tierra, y que cuando en vuelo a los cielos suban tras las nubes no se pierdan. Peso necesitan, en las alas peso, la columna de humo se disipa entera, algo que no es música es la poesía, la pesada sólo queda. Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido. ¿Sentimiento puro? Quien ello crea, de la fuente del sentir nunca ha llegado a la vida y honda vena. [ ... ] Querría, Dios, querer lo que no quiero; fundirme en Ti, perdiendo mi persona, este terrible yo por el que muero y que mi mundo en derredor encona. Si tu mano derecha me abandona, ¿qué será de mi suerte? prisionero quedaré de mí mismo; no perdona la nada al hombre, su hijo, y nada espero. "i Se haga tu voluntad, Padre!» -repito– a/ levantar y al acostarse el día, buscando conformarme a tu mandato, pero dentro de mí resuena el grito del eterno Luzbel, del que quería ser, de veras, ¡fiero desacato! [ ... ] Hay que vivir con toda el alma, y vivir con toda el alma es vivir con la fe que brota del conocer, con la esperanza que brota del sentir, con la caridad que brota del querer. (Unamuno) Ninguna víctima de sacrificio pues, y más aún si está movida por el amor, puede dejar de pasar por los infiernos. Ello sucede así, di– ríamos , ya en esta tierra, donde sin abandonarla el dado al amor ha de pasar por todo: por los infiernos de la soledad , del delirio, por el fuego , para acabar dando esa luz que sólo en el corazón se en– ciende, que sólo por el corazón se enciende. Parece que la con-

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