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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AIJTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL exige que las naciones se vean libres de esa opresora esclavitud, que es la carrera en los armamentos. El tercero demanda organismos internacionales que garanti– cen la convivencia pacífica entre las na– ciones. El cuarto insta al respeto hacia las minorías étnicas. El quinto, final– mente, reclama máxima responsabilidad a los agentes en sus decisiones. El deseo de Pío XII era que esta paz lograda llegara a estructurar un «nuevo orden». Pío XII hizo de este nuevo orden tema de su segundo radiomensaje navi– deño de guerra en 1940. Resumió las exigencias del «nuevo orden» en estas cuatros consignas: 1) la victoria sobre el odio; 2) la victoria contra la desconfian– za; 3) la victoria sobre el funesto princi– pio de que la utilidad es la base y la regla del derecho y de que a éste lo cree la fuerza; 4) la victoria sobre los gérmenes de conflictos; 5) la victoria sobre el espí– ritu del frío egoísmo. Se grabó en mi mente esta idea del «nuevo orden», proclamada por Pío XII. Años más tarde, al comentar la Pacem in terris de Juan XXIII, distinguí entre el «ordo factus» , dispuesto por Dios, y el «ordo faciendus», que debe ser obra de los hombres. Los cristianos, a lo largo de los siglos, se preocuparon más del «ordo factus» que del «ordo faciendus». Desde que Pío XII dio las consignas para un nuevo orden y Juan XXIII las amplió y actualizó, el tema presiona sobre el pen– sador cristiano. Absurdo negar colabora– ción a tan alto programa. la nieve de su estepa, se acercaban sin ser vistos al campamento de los italia– nos. Éstos, al tomar tarde conciencia del gravísimo peligro, salían a contenerlos. Pero sus uniformes de color servían de excelente blanco a los tiros enemigos. Inútil ya exponer el resultado de la lu– cha. La anécdota religioso-moral es tam– bién impresionante desde otra perspecti– va. Al llegar en su primer avance los ítalo-germanos a la ciudad ucraniana de Yorochilovgrad, no hallaron en la mis– ma, con más de doscientos mil habitan– tes, casas de tolerancia. Al intentar abrir– las, aquellas mujeres, fieles al icono que presidía el hogar y al marido ausente en guerra, se resistían tenaces hasta el he– roismo. Qué difícil que sea vencido un pueblo de tales mujeres, que han nacido para ser madres de héroes y no para estar al servicio de viles caprichos. ¿Cómo explicar esta alta moral de la ll\Ujer rusa cuando en mi juventud seco– mentaba tanto el desenfreno de los prime– ros quinquenios de la Revolución soviéti– ca? Así fue en efecto como reacción a una moral, a la que se achacaba de angosta y rutinaria. Pero soplan en el año 1933 vientos fuertes a favor de la procreación en el centro de Europa. Stalin, que en po– lítica tenía poco de ingenuo, presto tomó conciencia del peligro que se cernía so– bre Rusia. Y en torno a esa fecha la pren– sa mundial anuncia en grandes titulares que Stalin hace una visita a su madre. >fo negamos fuera un acto de su cora– zón de hijo. Pero fue ciertamente el cambio de signo en su política fami– liar. Una serie de medidas la promue– ven. Y otra serie muy enérgica reprime cuanto le fuera perjudicial. El cierre de las consabidas casas fue una de estas medidas. En Vorochilovgrad se cum- plía. Pero pensamos que el hondo sentido casero de la mujer rusa ayudó más que ninguna otra medida a esta alta morali– dad pública. Así también me lo hacía ver mi buen capellán por tierras de la «santa» Rusia. Así ellos la llaman. Su piedad lo refrenda. Y esto pese a la monstruosa propaganda atea que rebasa con mucho el medio siglo. Volvemos de nuevo a mi relato de los esfuerzos de Pío XII para aminorar tanta desgracia. Pero para ulteric-res detalles, que fueron innumerables, me remito a las grandes historias. Una de ellas he te– nido muy presente: J.E. Schenk, Pío y Juan XXlll (ed. esp. Valencia, Edicep, 1983). El lector hallará aLí la historia que rebasa mi experiencia de guerra. Sin embargo, quiero sLbrayar aquí dos decisiones de Pío XII. Me calaron en lo hondo. La primera hoce relación a su actividad benéfica, programada por él como silenciosa y eficiente. La bon– dad evangélica es de suyo silente: recela siempre que la mano izquierda estropee de mil modos lo bueno de la derecha. A esta razón hay que añadir la circunstan– cia histórica que hace muy posibles ma– las interpretaciones. Sólo a la exquisita p::-udencia de Pío XII se debe que hallaran cauce en su efectividad las múltiples ayudas que se organizaron a favor de :antos desva– lidos. Pero la citada sor Pascalina anota que, en lo tocante a infor:naciones so– bre prisioneros de guerra, s:Rusia y Ale– mania ponían toda suerte re obstáculos. Pero se hacía lo que se podía». La segunda decisión de Pío XII que me place subrayar fue su :nsistencia en exigir que todos los responsables del pueblo cristiano siguieran en sus puestos ante el peligro. Con motive de uno de los fuertes bombardeos de la ciudad de Gé- b) Si, como hemos notado, la doctri– na de Pío XII va tomando distintos mati– ces al filo de los acontecimientos, éstos condicionan aún más su incansable acti– vidad práctica. Primeramente, ésta tuvo por meta evitar lo que al fin se hizo ine– ludible, la guerra. Después, fue un febril intento para suavizar por todos los cami– nos la inconmensurable tragedia. Sobre estos caminos de alivio se oía hablar en Roma diariamente. Eran relatos emocio– nantes de auxilio a prisioneros, familias , poblaciones, etc. La organización am– plia y eficaz se llegaba a conocer por in– formes de quienes intervenían en los mismos, especialmente por los capella– nes italianos que hacían servicio en Italia y fuera de Italia. Alguno de ellos, com– pañero de Colegio, tomó parte en la reti– rada invernal de Rusia, después de la ba– talla de Stalingrado. Los relatos de este amigo-compañero pero hermano en reli– gión, me hicieron sentir, estando lejos, la inmensa tragedia de los grandes pueblos de Europa en suicidio colectivo. Dos de sus anécdotas, entre otras muchas, me vienen a la mente: estratégica, una; la otra, religioso-moral. La estratégica la contaba entre llanto y risa irónica. Los rusos, con sus uniformes blancos como Orla del último curso de Enrique Rivera de Ventosa como profesor universitario, 1984 122/123 M.JTHROPOS/57

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