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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL oponerse a la superpotente Gestapo - der physichen Uebermacht der Gestapo en su terminología-. Me place extrac– tar algunas notas que conservo de la do– cumentación de este gran obispo. El día 13 de julio de 1941 tiene una emocionante alocución a su pueblo. Sie– te días antes la ciudad de Münster ha su– frido un devastador bombardeo. La Ges– tapo, alegando razones políticas, cierra dos residencias de jesuitas y a éstos los destierra de Westfalia. Lo mismo hacen con otra casa de religiosas. El obispo Von Galen denuncia como injustas estas expulsiones y declara a sus miembros «treue deutsche Volksgenossen» -fie– les compañeros del pueblo alemán-. Una anécdota me facilita vincular la nota de fidelidad que Von Galen subraya a fa– vor de los jesuitas con el motivo político de la Gestapo. En mis coloquios por los pasillos de la universidad pregunto a un joven jesuita del Tirol cómo no se halla movilizado. A lo que me responde: «Me han permitido dejar Alemania y venir a Italia porque nos han declarado a los je– suitas indignos de llevar el uniforme del soldado alemán por estar vendidos a otra potencia contra el Estado». Pobres jesui– tas, dije para mí. En España su cuarto voto les valió que la Constitución Repu- - blicana de 1931 los declarara disueltos. Para los nazis ni merecían llamarse ale– manes. Ante esta mentalidad el califica– tivo «treue» dado por Von Galen a los jesuitas está cargado de sentido y de in– tención contra la pérfida acusación nazi, al responsabilizarlos de algún modo con el bombardeo enemigo. En la misma alocución protesta de que dos miembros del Capítulo Catedralicio y el obispo de Rottenburg, anciano de 70 años, quien iba a celebrar sus 25 años de episcopado, hayan sido internados en un Konzentrationslager. Afirma ser consciente de lo que les puede acaecer. Pero como ciudadano, como católico y como obispo de casi 2.000.000 de católi– cos no puede callar. Con decisión heroi– ca desafía la «Uebermacht der Gesta– po», enviando al día siguiente, 14 de ju– lio, un comunicado a la Cancillería de Berlín, en el que protesta de las actuacio– nes de la Gestapo. Se le responde tres días después, notificándole que su comu– nicado ha sido puesto en manos del jefe de policía para tomar nuevas decisiones. Replica Von Galen el 22 del mismo mes de julio, haciendo ver el absurdo jurídico de que su protesta contra la Gestapo haya sido puesta en manos del jefe de ésta, Himmler. Venía a ser éste juez en pro– pia causa -zum Richter in eigenere Sache-. Con este heroico desafío pedía el gran obispo que, sobre el poder físico -Uebermacht- de la Gestapo, hay que actuar siempre «in Namen der Majestiit 54/ANTHROPOS 122/123 der Gerechtigkeit» -«en nombre de su Majestad la Justicia»-. Para lección eterna de todos los detentadores del po– der físico que no quieren ponerlo al ser– vicio del poder del derecho. Pocos días después Von Galen sale en defensa de otros derechos primarios, conculcados por las instituciones nazis. Se encara especialmente con el asesinato de enfermos e inválidos. Recoge el cali– ficativo que se les daba para justificar tal crimen: «Unproduktive Volksgenos– sen»-«Lebensunwertes Leben». Ante ta– les agresiones a la vida humana el indo– mable obispo recuerda que sigue firme y vigente el quinto mandamiento: «No matarás». Para probar que su denuncia está muy fundada, alega una negra lista de hechos consumados. Por mi parte he hallado de esta denun– cia de Von Galen una confirmación que crispa en la obra de Hellmut Laun, Cómo encontré a Dios (tr. esp., Rialp, 1986). Recuerda este autor en su obra autobio– gráfica que tenía un familiar íntimo con cuatro hijos, todos ellos enfermos men– tales. Se los quisieron llevar. Pero sa– biendo que iban a la muerte los defendió hasta llegar a decir más tarde: «antes hu– biera muerto que renunciar a mi propia carne y sangre». He aquí ahora el co– mentario de H. Laun a este suceso: «Era la época en que aquellos cuyas vidas se consideraban "inútiles" eran llevados a la muerte... La firmeza de mi familiar me impresionó con enorme fuerza. Era un hombre que había soportado una carga aplastante durante años por causa de sus hijos lisisados y ahora estaba dispuesto a correr el riesgo de ir él mismo a un cam– po de concentración para protegerlos» (p. 69). Estas líneas que he leído este año me dicen que madrugué a conocer la mentalidad nazi, de la que vengo afir– mando desde hace varios años que entre las muchas desgracias del siglo XX ésta ha sido la mayor: por inhumana y anti– cristiana. Termino estas notas sobre el obispo Von Galen con una anécdota que mis compañeros alemanes me contaron. Lo retrata al vivo y en vivo. Llegan policías a detenerlo una mañana. Les pregunta sereno: «Esto, ¿por ciudadano alemán o por obispo católico? Por su actuación como obispo», le responden secamente. Entonces aguarden unos momentos. Se retira. Y minutos después regresa vesti– do con todo su atuendo episcopal. Al co– rrerse el intento, el pueblo se congrega en la plaza, alborotado y en protesta. Los policías tuvieron que escurrirse sin cum– plir su misión. ¿Qué les diría desde Ber– lín su jefe Himmler? Esto ya no interesa saberlo. Pero sí lo es mucho dejar cons– tancia de la entereza heroica de este obispo contra las fuerzas del mal. Sobre la actitud del episcopado ale– mán conservo en mi archivo dos Cartas Pastorales colectivas, firmadas en Ful– da, junio de 1941 y marzo de 1942, «am Grabe des hl. Bonifatius». La primera lamenta el obstinado pro– pósito de los estamentos oficiales por separar al pueblo alemán del cristianis– mo. Conscientes de este intento, los obispos alertan a sus fieles, pues se ven– tila en ello el ser o no ser del cristianis– mo y de la Iglesia en Alemania. Dicho con sus mismas palabras «Es geht um Sein oder Nichtsein des Christentum und der Kirche in Deutschland» . Y de– nuncian a continuación el libro vendido por centenares de millares -aluden al de A. Rosenberg, Der Mythus ... , ya cita– do anterimmente- en el que se da esta proclama: «Wir Deutschen hatten heute zwischen Christus und dem deutschen Volke zu wiihlen» - «alemanes, tene– mos que elegir entre Cristo y el pueblo alemán». Tal proclama la comentan los obispos en estos términos: «Queridos diocesanos. Con llameante -"flammen– der"- indignación rechazamos tal pro– clama. Nuestro pueblo está dando su apmtación a la patria hasta morir por ella. Pero también todos nosotros quere– mos vivir y morir por Jesucristo «und wollen wir in dieser Zeit und für alle Ewigkeit verbunden bleiben» -«y que– r,emos ahora y por siempre permanecer a El unidos». La segunda circular reafirma en su primera parte lo dicho en la anterior con– tra el intento estatal de aniquilar el cris– tianismo. Recuerdan a las autoridades que «bei der lezten Volksziihlung» --en el último censo-- el 95 % de los alema– nes --en Babiera el 98 %- se declara– ron cristianos. (Es patente que los obis– pos incluyen en esta cifra a los hermanos separados.) Respaldados por esta esta– dística, los obispos piden una elemental comprensión para los derechos de la Iglesia. Señalan especialmente el dere– cho de ejercer la caridad a través de sus instituciones; el que se imparta la ense– ñanza cristiana en los centros docentes según lo pactado; el poder defender la moral juvenil y matrimonial; el que los centros religiosos y seminarios puedan organizar libremente sus establecimien– tos, etc. La segunda parte de la circular, a años de distancia, impresiona mucho más. En la historia de la proclamación de los derechos humanos en este siglo, de– biera tenerse en cuenta que esta Carta Circular que los defiende está firmada en marzo de 1942. Es decir; seis años antes de la proclamación de los mismos en San Francisco. Téngase en cuenta ade– más que esta declaración tiene por fondo la placidez de la «franciscana» bahía,

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