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del racismo alemán. Casi no podían comprender mi actitud. Alguna disculpa tenían en la carencia de información so– bre el cruel paganismo nazi. Por lo que a mí toca estaba muy de vuelta del nazismo desde antes de ir a Roma. Fuentes autorizadas me hicieron ver lo que otros no podían o no querían. En el verano de 1939 viví en Bilbao, donde tomé relación con una familia ale– mana que me inició en su lengua. Muy cristiana y enemiga de la ideología nazi, me hacía llegar documentos de los obis– pos alemanes. Traduciéndolos, me iba soltando en dicha lengua. Al mismo tiempo .iba tomando conciencia clara de la mentalidad nazi con estas informacio– nes autorizadas. Todavía conservo en mi pequeño archivo el discurso del obispo de Tréveris en su catedral, Pascua de 1937. Hizo tema central del mismo la defensa de la escuela confesional -die konfessionelle Schule- frente a la im– posición gubernativa de la escuela co– mún -die Gemeinschaft Schule-. Al final les comentó la encíclica del Papa, que ya hemos citado: Mit brennender Sorge. Firmada por el Papa el Domingo de Pasión fue leída en todas las iglesias el Domingo de Ramos. Por un prodigio de organización y sin que hubiera nin– gún Judas traicionero, la policía estatal, la Gestapo, no fue capaz de olfatear el duro golpe. Pero reaccionó drásticamen– te, vetando su lectura y su publicación hasta en los boletines oficiales de las diócesis. Esta encíclica, cuya importan– cia me hizo ver el obispo de Tréveris, la leí entonces con máxima detención en el boletín oficial de mi orden, Analecta... Desde esta lectura -verano de 1939- mi visión del nazismo alemán fue clara y objetiva. A mi sensibilidad reflexiva le repugnaba sobre todo la tergiversación del lenguaje sacro, de que hacían gala los nazis: revelación, fe, inmortalidad, redención, cruz, humildad, gracia. Estas realidades sobrenaturales eran torcida– mente vistas como procesos naturales e históricos. Veía ya reflejada esta menta– lidad en escritores españoles que habla– ban más de la «fe en la patria» que de la <efe en Dios». Mi experiencia romana acreció mi oposición mental al racismo. Estudié de– tenidamente Der Mythus des 20. Jahr– hunderts de A. Rosenberg y su refuta– ción por el órgano oficial del arzobispa– do de Colonia. Por su lectura tomé conciencia de que la categoría histórica de mito no la entendía A. Rosenberg a estilo de la Ilustración como cuento o fá– bula, sino como fuerza emotiva que im– pulsa a los pueblos en sus decisiones his– tóricas. La tesis de A. Rosenberg era cla– ra: Si en la edad media el mito de Cristo suscitó cruzadas, hoy, en el siglo XX, los ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN pueblos no tienen otra fuerza impulso– ra que la voz de la sangre, que procla– ma cada raza. De aquí la implacable lu– cha de éstas, cumpliendo la ley biológi– ca formulada por Darwin: The struggle for life. Una crítica serena no debiera prescindir de los orígenes sajones del racismo alemán. Dos nombres denun– cian primariamente estos orígenes: Darwin y St. H. Chamberlain. A mi pensamiento cristiano nada ha repugnado tanto como esta concepción meramente biológica del hombre. Hecho éste a imagen de Dios, ya en el mero or– den natural, todo ser humano participa de esta imagen, raíz de la mejor fraterni– dad universal. Mis últimos estudios me han hecho ver hasta la saciedad que esta gran idea de la fraternidad humana, por– que todos somos hechos a imagen de Dios, ha sido la gran aportación hispáni– ca a lo mejor de la civilización moderna. Pero sólo en nuestros días, muy tardía– mente, nos abrimos paso a esta fraterni– dad universal. A años de luz de este ideal humano se hallaba la mentalidad racista, denuncia– da por la Congregación de Seminarios y Universidades, 13 de abril de 1938, en estos términos: «Las razas humanas, a causa de sus caracteres naturales e in– mutables, son de tal modo diferentes que la raza inferior de ellas está más le– jos de la más elevada que de la especie animal más alta» (sigue otras siete pro– posiciones, precisando el sentido de esta primaria). En Roma vi a muchos solda– dos del Afrikakorps, que iban a enfren– tarse en África con seres que creían in– frahumanos. Así pensaban muchos. No todos, ni con mucho. Para mi enojo, y advirtiendo nefasta irradiación, leí lo que un español -de cuyo nombre no quiero acordarme- escribió en aque– llos días: «El mayor pecado cometido por Inglaterra en esta hora histórica es haber puesto en manos de seres inferio– res, indios y negros, el arma sacra de la civilización: la técnica». Resume gráficamente la dura mentali– dad nazi esta anécdota. En la central Piazza Barberini, por la que yo pasaba en paso forzoso a la Universidad, hubo un cambio en un comercio de tejidos ali– brería. Ésta, al servicio del Afrikakorps y de todo público. Pues bien; en el recua– dro del escaparate se veían cuatro figu– ras: Schopenhauer y Nietzsche en los án– gulos superiores; Krupp y Siemens, en los inferiores. El pesimismo atroz de los de arriba parecía pedir armas mortíferas a los de abajo. G. Sobejano, Nietzsche en España (Madrid, Gredas, 1967, p. 653) hace saber que la hermana de Nietzsche, señora Forster-N•envió este télegrama a Mussolini en sus 50 años: «Al más ad– mirable discípulo de Zaratustra que AUTOPERCEPC IÓN.1NTELECTUAL Nietzsche pudo soñar». A su vez, A. Phi– lonenko, Schopenhauer. Una filosofía de la tragedia (Barcelona, Anthropos, 1989, p. 323) informa que los soldados alemanes -Hitler entre ellos- metían en su macuto un ejemplar de El mundo como.. ., obra principal de Schopenhauer. Buen refrendo a la vitrina de Piazza Bar– berini. ¿ Y qué actitud tomó la Iglesia ante el nazismo? Muy discutida ha sido. Me toca aquí declarar lo que percibí desde mi circunstancia romana tanto en los obispos alemanes como en Pío XII. De los obispos alemanes leía los documen– tos que mis compañeros de aquella na– ción periódicamente recib:an. Los co– mentábamos reiteradamente en nuestras charlas en las que ellos añadían los in– formes de las cartas privadas de sus fa– miliares, hermanos en religión y ami– gos. Dada mi óptima relación con estos compañeros alemanes -ur.o de ellos te– nía seis hermanos en el frente y llegó a ser prefecto apostólico en la misión chi– lena de la Araucania- mi información era amplia y muy autorizada. Conservo en mi pequeño archivo algunos de los principales documentos que entonces leí. Seleccioné los que juzgué de mayor significación. Ellos me hacen recordar lo que entonces pensaba de las relaciones de la Iglesia con el nazismo. Entre los cardenales creados por Pío XII en el consistorio de febrero de 1946 -antes del año desde el cese de la Gue– rra Mundial- suena el ncmbre de Cle– mente Augusto van Galen, obispo de Münster. La prensa diaria se hizo eco de la ovación con que este cardenal fue honrado, al recibir el capelo de manos del Papa. En verdad, la merecía. Tuvo la entereza de hablar alto y claro al enso– berbecido Hitler. Y lo que es más: de Enrique Rivera de Ventosa 122/123 A"..JTHROPOS/53

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