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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN blicaciones. Unas han sido recogidas di– rectamente de mi tesis, como lo escrito con este título: «La metafísica del bien en la teología de San Buenaventura», Naturaleza y Gracia, 1 (1954), 7-38, es– tudio que ha sido utilizado por otros in– vestigadores de San Buenaventura. Otras publicaciones, si no repiten la te– sis, están bajo su influjo de modo muy eficaz. Pero estas largas reflexiones ulte– riores hacen imposible que hoy repro– duzca mi tesis sin esenciales comple– mentos. Dos de ellos me place señalar. Por lo que atañe al voluntarismo psicoló– gico, el análisis de las cuatro formas fun– damentales del amor, tema de un libro próximo a ser publicado. Sobre el volun– tarismo ontológico mi perspectiva actual lo completa y en parte lo corrige. En mi tesis este voluntarismo lo contemplaba inserto en el movimiento platónico de la Idea del Bien, de signo radicalmente im– personal, signo tardío en mi mente. Hoy, sin negar la presencia del platonismo en San Buenaventura, advierto que es más prevalente en su pensamiento el Deus Bonus y el Pater Sancte, de signo pro– fundamente personalista y dialógico, como se lo exigía su inserción en el pensamiento cristiano y su vivencia del mismo. Concluyo este informe sobre la tesis aceptando el reproche que se me ha echado en cara por no haberla publicado a tiempo. Pero debo declarar igualmente que ha sido en mi vida intelectual mentor y levadura. Mentor que me ha llevado de la mano a los hondos problemas de la metafísica. Levadura por hacer fermen– tar en mí un pensamiento en busca de una madurez siempre ulterior. Actitud muy difícil en quien se ha comprometi– do, al publicar su tesis, con una doctrina determinada. Hoy, con lo poco que he hecho, me siento feliz. Y mantengo la pretensión -tal vez ilusa- de que me resta larga vía por hacer, siguiendo la alta senda metafísica por la que entré en buena hora con la tesis doctoral, elabora– da y defendida en mi alma mater univer– sitaria. Mi vivencia de la Segunda Guerra Mundial Varias veces en mi autobiografía he alu– dido a la guerra que me tocó vivir muy de cerca en estos años universitarios de Roma. Ha llegado el momento de ofre– cer, no la historia de la misma, sino mis propias vivencias ante la tragedia. Tengo la satisfacción de iniciar este penoso recuerdo con el pláceme que me dio el director de la tesis, G. Delannoy, por la calma con que, pese a todo, prose– guía en mis estudios. Él mismo me daba AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Enrique Rivera de Ventosa en el I Congreso Luso-Brasileiro de Filosofía. Braga, febre·o de 1982 ejemplo. Cuando la injusta invasión de su patria, Bélgica, por los nazis alema– nes le manifesté mi condolencia. Dentro de su pena continuaba sereno cumplien– do su deber de profesor. Por mi parte sentía en el alma la tragedia, al tiempo que mi conciencia repelía las razones, más especiosas que válidas, dadas por los contendientes. Esta fría reflexión contribuyó a tenerme tranquilo. El día 10 de junio de 1940 Italia se decide a entrar en lucha con Inglaterra y Francia. En mi diario escribo lacónicamente: «Italia de– clara la guerra. No salgo aquella tarde». No quise ver el jolgorio callejero de aquella hora, tristemente histórica para Italia. Durante los tres primeros años la gue– rra en Roma fue más de fastidio que de terror. Las incontables alarmas de las quejumbrosas sirenas, tando de día como de noche, era uno de los motivos de este fastidio. Llegaron a hacerse tan frecuentes que ya preferíamos quedar– nos en la cama y volar por los aires si venía la bomba, que bajar a la supuesta defensa del sótano. Otro motivo de fas– tidio muy serio era lo de «primum vive– re», la cuestión de los alimentos diarios. Sólo la sagaz maña del administrador del Colegio, italiano de Trento, pudo lo– grar, mal que bien, que pudiéramos ir ti– rando. Cómo, lo dice esta anécdota. Un compañero del Tiro!, alto y corpulento, a media mañana bajaba al comedor a re– coger las migas -nuevo Lázaro del si– glo XX- con la tenue ventaja frente al evangélico de que las migajas se halla– ban sobre las mesas de nuestro frugal desayuno. De mal en peor llegó el verano de 1943. El fascismo se tambaleaba. Los aliados creyeron darle la puntilla bom– bardeando Roma, como de hecho lo con- siguieron. El bombardeo tuvo lugar el 19 de julio y B. Mussolini es detenido a la salida del palacio real el día 25, entrada la noche. El fascismo no reacciona ante la captura de su jefe y aquella misma no– che agoniza políticamente. Al margen de estos efectos políticos el bombardeo de la ciudad sacra del catoli– cismo vino a ser una demostración cruel de que los cálculos humar.os de conve– niencia no se detienen ante lo sacro. Roma bombardeada fue el atestado maca– bro de nuestra de-sacralización. Cuando tuvo lugar, de las 11 horas a las 14-doy mi experiencia contra otros datos fal– sos-, me hallaba en Piazza Essedra. Regresaba del consulado alemán que me había negado el paso por Francia para re– gresar a España. Me acogí a la vecina Iglesia de Santa Maria degli Angeli, donde de tiempo en tiempo, durante tres horas inacabables, me empavorecía el retumbar explosivo de las bombas. En mi diario anoto este increíble contraste, vivido en el refugio: «Muchachos altivos que injurian y maldicen, sin preocuparse de sí mismos, ni compadecer a nadie. Yo, en mi oración continua, renovaba mis mejores propósitos». Y sigo anotan– do: «Salgo corriendo del refugio sin nin– guna serenidad». Titubear;.do por la calle y con escalofríos en mi interior, llego a mi Colegio para poder comer algo. Lue– go me retiro. Y pude descansar con mi siesta, nunca más benéfica. No tuve re– sorte, ni físico ni moral, para ir con mis compañeros que salían a besar la mano del Papa entre las ruinas 2.ún llameantes. Sor M.' Pascalina, 40 años al servicio del Papa Pacelli, refiere que, al verle salir a la zona bombardeada, habla por teléfono al cardenal Secretario de Estado. Éste j uzga que eso no puede ser. Que es im– posible. El gesto de Pío XII era absurdo 122/123 ANTH ROPOS/51

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