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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN blos tiene idénticos interrogantes sobre el destino humano. Hoy tenemos con– ciencia de que un Gandhi conviene en puntos muy esenciales con San Francis– co. Estos puntos esenciales debieran destacarse en nuestras relaciones inter– nacionales de convivencia. Mis cuatro años en el Colegio Internacional me ayu– daron a sentir con hondura lo humano frente a raquíticos localismos. Por lo que toca a la vida interna del Colegio, ésta me dio muchas facilida– des, en perfecta inteligencia con mi cen– tro docente, la Universidad Gregoriana. Complemento de la misma eran los pro– fesores internos del Colegio para aclarar cuestiones y resolver los múltiples pro– blemas prácticos de los ejercicios esco– lares. Respaldo de aquel ambiente de es– tudio era su excelente Biblioteca, com– pleta en temas franciscanos y bien nutrida en libros de las diversas faculta– des eclesiásticas. Sentía placer en traba– jar en ella. Y me sirvió de pauta para el uso de otras bibliotecas. Las tres que más frecuenté fueron la de la Universi– dad Gregoriana, la Biblioteca dello Stato y laBibliotheca Vaticana. Subrayo el nombre de esta biblioteca porque en ella hice el curso de Bibliote– conomía y obtuve el diploma que impar– tía después de dos años ejercicios teóri– cos y prácticos, que culminaban en un examen final. Mi ejercicio práctico que me valió el título versó sobre los índices de libros prohibidos, publicados por la Inquisición romana y española. De las grandes salas de la biblioteca me place recordar la de consulta. Propó– sito de la misma era poner en manos del investigador los primarios instrumentos de su trabajo a través de ficheros, dic– cionarios, libros de información gene– ral, revistas, etc. Ante su recuerdo, gran pena he sentido al manejar otras presun– tuosas salas de consulta general. En la Vaticana un sentido práctico se admira– ba por doquier, acorde con la enseñanza que se daba en las clases al tercamente insistir en que la obligación primera de la biblioteca era facilitar el contacto di– recto del investigador con el libro . Alma de esta función debía ser el bi– bliotecario. Pero se nos hacía notar la mentalidad distinta del europeo y del americano. El europeo se siente ante todo el guardián de los libros, su «can– cerbero». El americano mira al lector: a orientarlo y ayudarlo. Y si se le reprocha que le roban muchos libros, contesta que también los niños tronchan las plantas en el jardín y éstas no dejan por ello de re– ponerse una y otra vez. Tiene disculpa el bibliotecario europeo en que su bibliote– ca es muchas veces un archivo de libros antiguos y muy valiosos. Por el contra– rio, las bibliotecas americanas son mo- AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL dernas y pueden reponer con facilidad los libros desaparecidos. En línea con este espíritu de ayuda que debe tener todo bibliotecario me pla– ce referir lo que me acaeció veinte años más tarde en la Staatsbibliothek, Mu– nich. Miraba y remiraba en el fichero ge– neral cuando he aquí que un oficial se acerca y me pregunta: ¿Cuál es el tema de su investigación? Le respondo en una palabra: Geschichtsphilosophie. Se reti– ra y unos minutos después viene del inte– rior otro oficial que me hace la misma pregunta y al que doy la misma respues– ta. Pasan otros cinco minutos y el mismo oficial me trae dos grandes cartapacios en los que se elencaban todos los libros existentes en la biblioteca, desde fines del siglo XVIII, sobre Geschichtsphilo– sophie. «Pero si esto es lo que he venido a buscar aquí desde España», me dije. Y me puse con redoblado esfuerzo a mane– jar aquella gran bibliografía en los quince días que me restaban hasta mi regreso. No pude obviamente dominarla. Pero tomé conciencia de lo que sabía y de lo que me restaba por saber en uno de mis temas preferidos. Gran conocimiento para mi futuro. Y mil gracias a aquellos anónimos oficiales de la Staatsbiblio– thek, Munich, que tan serviciales fueron. Quede aquí consignado para lección y re– proche. Después de este largo excursus sobre las bibliotecas retorno a recordar las fa– cilidades que hallé en mi Colegio Inter– nacional. De las más aprovechosas el que pudiera hacerme asistente incansa– ble de las doctas lecciones y conferen– cias que se daban en la ciudad. Dieron un complemento a mi formación univer– sitaria, exclusivamente filosófica. Me abrí con ellas de modo preferente al campo del arte. Inolvidables las leccio- nes de Kirschbaum, el que trabajaba en– tonces en la cripta de San Pedro. Como si fuera ayer recuerdo cómo hacía ver en el Greco al gran artista cristiano, que asume plenamente el espíritu de Trento, vivido en tierra española, especialmente en Toledo. Con el esquema ternario de Hegel: idealismo, realismo y subjetivis– mo, daba Kirschbaum un grandioso pa– norama del desarrollo que, si bien en ocasiones parecía algo forzado, era siempre incitante y aleccionador. Mi añoranza española, muy sensible en el ambiente internacional de mi Cole– gio, me llevaba con frecuencia al Co– legio Español, dirigido por los Operarios Diocesanos. Allí se nos brindaban co– mentarios a la situación española, tanto eclesial como popular y política, a través de conferencias, obras de teatro, cantos regionales, etc. Mi preocupación inte– lectual hizo que se grabara en mi mente la observación del P. Ulpiano López, profesor de moral en la Gregoriana, al subrayar éste, desde el proscenio del tea– tro, que los alumnos españoles obtenían excelentes calificaciones en los centros universitarios de Roma. Pero que la apor– tación del clero español a la cultura no correspondía a tan altas calificaciones. Preguntaba dicho profesor a qué era debi– do. Muy prudentemente no quiso respon– der, si bien todos conocían la respuesta. Tampoco es el momento de escribir ésta aquí. Pero sí de declarar lo que reitera– damente he dicho a más de un colega de mi Universidad Pontificia de Sala– manca: el clero español no está en pro– ducción intelectual a la altura que le pide su pueblo cristiano. Recuerdo la obser– vación que me hizo, al despedirme de la Gregoriana, el P. Muñoz Vega, mi profe– sor de cosmología y psicología, más tar– de rector de la Universidad y finalmente Enrique Rivera de Ventosa y la familia de su hermana Benita 122/123 ANTHROPOS/47

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