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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL doctrinal para el mismo. Especialmente las páginas geniales en que defiende el primer título que legitimaba la presencia de España en América. He resumido la doctrina de Vitoria en el programa de mi último curso universitario en este año de 1989: Del encuentro con América al en– cuentro con el hombre. Vitoria pone a plena luz que los aborígenes de América son primeramente hombres, hechos to– dos a imagen de Dios. Por lo mismo, an– tes que nada hay que pensar en los dere– chos y deberes que tienen como hom– bres. Después vendrá «lo demás». Pero «esto más» nunca podrá poner en litigio lo primero: su dignidad de hombres . Nace con Vitoria el universalismo hispa– no, como un gran mensaje aportado a la humanidad. Las mu(;has deficiencias de la obra hispánica nunca podrán oscure– cerlo. Sobre todo frente al error del pre– destinacionismo racista que llega hasta el «apartheid» de hoy. (Me remito para un desarrollo ulterior de tan histórico tema a mi estudio: «Máxima aportación del pen– samiento hispánico a la cultura: el "senti– do universalista"», Revista de Filosofía (UIA,México, 17 [1984],465-490.) Por su importancia amplío esta expo– sición. Dos planos claramente distintos propone Vitoria: el natural y el evangé– lico . Si en valía lo evangélico es un ma– yor don por el que Dios eleva al hombre, y caído lo alza y redime, esta valía supe– rior no elimina sino que presupone lo na– tural, lo cual es anterior y obra también de Dios, como Creador. Es un hecho que en estos dos planos vivimos hoy en Es– paña. Pero como el plano natural es ante– rior al religioso, la primera obligación de todos, cristianos y no cristianos, es la co– laboración en el plano natural, cuyo má– ximo bien es la convivencia ciudadana. Esto lo decimos contra teóricos espa– ñoles muy autorizados. Citamos entre otros a José Pemartín (Qué es «lo Nue– vo», Cultura Española, 1938) y Ramiro de Maeztu (En vísperas de la tragedia, prólogo de J. M.ª de Areilza, Cultura Es– pañola, 1941). Ambos tienden a identifi– car lo español y lo católico. Los contra– rios a esta ideología le han puesto el mote de «nacional-catolicismo». Al margen de esta pugna cominera, ha lle– gado la hora, aunque tardía, de procla– mar que, como ciudadanos, nadie tiene prevalencia dentro del Estado. Y tan es– pañol es el católico como el protestante, judío o marroquí asentado en España. A todos nos une un primordial vínculo hu– mano: la ciudadanía. El primer valor de ésta es, sin duda, la mutua convivencia. Esto explica por qué, con plena tranqui– lidad de espíritu, el día 6 de diciembre voté una Constitución laica. Pensé que daba una excelente aportación a la con– vivencia nacional. Una anécdota de no hace un año pone muy en relieve esta mi actitud que me ha dado gran placidez en medio de la agita– ción que nos envuelve. Teníamos el pa– sado septiembre -escribo en el subsi– guiente agosto- una simpática y sobria cena de despedida los profesores que ha– bíamos intervenido en la VI Semana, or– ganizada por el infatigable profesor An– tonio Heredia Soriano. En la misma se dirige a mí un profesor italiano en estos términos: «Vi dico, caro professore, che io sono credente». A lo que le contesté: <<Llevo mi distintivo de sacerdote. Pero me hallo aquí no porque Vd. o cualquier otro de mis colegas sea creyente o no. :-¡os hemos reunido por un alto motivo cultural. Y yo, por ser sacerdote, me he sentido obligado a trabajar y colaborar. Siento gran dicha de que el profesor He– redia sea testigo excepcional de esta mi ilusionada colaboración». Vivimos, por Enrique Rivera de Ventosa en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Santander, 1981 tanto, en dos planos. Dios quiera que nunca en lucha y siempre la mano abier– ta. Hegel ha visto este doble plano como una escisión. Grave desdicha a la que in– tenta poner remedio con su filosofía uni– taria del Absoluto. No es el momento de entrar en tan grave tema. Básteme ahora replicar a Hegel que al hombre toca no discutir sino acatar los designios de Dios, autor del orden natural y sobrenatural. Añado una sexta etapa, no porque haya venido después de las anteriores sino porque ha acompañado, a mi ver, fastidiosamente, a gran parte del pensa– miento político cristiano durante el últi– mo medio siglo. Me refiero a la concep– ción de «l' humanisme intégral», pro– puesta por J. Maritain. Dicha concepción ha cristalizado políticamente en el esta– do laico, como tesis. Ha sido una reac- ción desmesurada contra el clericalismo político, muy acentuado en régimen de Cristiandad. J. Maritain menta y comen– ta el hecho histórico español. ¿Por qué no fijarse en Francia donde Bossuet es– cribió Política sacada de las Sagradas Escrituras, para probar -una de sus te– sis teocráticas- que la obligación pri– maria del rey era defender la verdadera religión? (Sobre esta obra hice recensión en Naturaleza y Gracia, 2'.2 [1975], 177, que inicio en estos términos: «Apena hondamente esta obra de Bossuet, vista desde el desarrollo del pensamiento cris– tiano...». La acuso sobre todo de defen– der el «derecho divino de los reyes», re– futado 150 años antes por el populismo español de la escuela de Vi:oria-Suárez.) Lo lamentable en el caso de J. Maritain es haberse desplazado de un extremo a otro. No es la única vez que acaece esto al pensamiento cristiano. J. Maritain, ante el estado abusivamente clerical en la teocra– cia, se declara por un Estado netamente laico. Falso lo primero, aunque histórica– mente disculpable, es igualmente falso lo segundo. Ante esta antítesis, F. de Vitoria da la clave para su solución en esta breve fórmula: «Ordo gratiae no,: tollit ordinem naturae, cum uterque sita Deo» (De po– testate ecclesiastica relectio secunda, n. 1). Dos principios eximios de orden socio– político enuncia esta breve fórmula. Pri– mero: el orden de la gracia no merma el de la naturaleza, sino que lo presupone como basamento necesario. Segundo: no sólo el orden de la gracia sino también el de la na– turaleza proviene directamente de Dios. Sobre este segundo principio explayo este par de anotaciones. Ante todo, que, al hacer depender de Dios la naturaleza, el naturalismo de Vitoria se opone «ex imis» al naturalismo laico y autosufi– ciente de la Ilustración, para quien la na– turaleza es en sí un valor absoluto. En se– gundo lugar, si todo proviene de Dios, todos los órdenes humanos: individuos, familia, sociedad, Estado, etc., deben re– conocer su deuda para con Dios y vene– rarle como tal. En esta perspectiva óntica halla la tesis laica de J. Maritain su refu– tación inapelable. Muchas veces he pensado y repensa– do cómo es posible opinar que el indivi– duo esté obligado a dar culto a Dios. También la familia y la sociedad. Y que, sin embargo, el Estado pueda en tesis de– clararse laico. Hoy, a la madre cristiana, enrabietada porque su hijo se le ha hecho medio-ateo, hay que recordarle que no ha dejado de ser hijo de su entraña. Y por consiguiente... Dígase lo mismo del Es– tado. Ante el hecho de la divergencia de los ciudadanos en sus respectivos cultos, no se puede en modo alguno optar por uno solo, aunque sea el verdadero y se le juzgue como tal. Hay q~1e atenerse en- 122/123 ANTHROPOS/45

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