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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL de los buenos coadjutores: Hno. Casca– llana y Güemes. El segundo, más joven, de mucha gracia y valía, nos dejó luego. Pero qué largas charlas con el anciano Hno. Cascallana que con su presencia corroboraba en nosotros esta trágica co– nexión histórica: república-revolución, guerra a los más altos valores religiosos. Unos años después, estando ya en León, tiene lugar el alzamiento de octubre de 1934. En Asturias, a cien kilómetros de mi residencia, se localizaban los he– chos más luctuosos. En Turón fueron asesinados el día 5 de octubre, primer viernes de mes, los Hnos. de La Salle con el padre Pasionista que les daba día de retiro, por los mineros cuyos hijos re– cibían educación en su colegio. Cuánto influyeron estos hechos en crear una mentalidad de escisión y lucha, preám– bulo de la catástrofe de la guerra. Esta mentalidad, por otra parte, se hallaba re– forzada por prejuicios históricos de uno y otro bando. En esta ocasión debo refe– rim1e especialmente a los del bando de la llamada «tradición nacional». Pone en claro este tema un suceso que me acaeció el día 6 de diciembre de 1977, en cuya mañana voté a favor de la actual Constitución Española. Un colega universitario se encara conmigo con es– tas palabras: «Tal vez un día llore lo de hoy». Con mi innata rapidez le replico: «Es posible. Debo con todo decirle que lo que esta mañana he hecho es lo que en conciencia creí que debía hacer para bien de España. Y además: ¿quién le da garantía a Vd. de no haberse equivocado "una vez más" haciendo lo contrario?». Y se me sigue murmurando todavía al oído: «Parece mentira que haya votado una Constitución "sin Dios"». He referido esta anécdota porque ella pone en evidencia la trayectoria mental del clero español durante dos siglos. Ad– viértase para un primer escándalo de los píos que mi actitud de 1977 pro Consti– tución coincide en un punto fundamental con el de M. Azaña en la memorable se– sión parlamentaria del 13 al 14 de octu– bre de 1931. La más enconada en tomo a la Constitución Republicana. El partido socialista apoya la propuesta de la comi– sión constitucional por la que se disuel– ven todas las órdenes religiosas. Inter– viene entonces Azaña. ¿Oportunista, maquiavélico, meramente político? Pide a los socialistas que retiren su proyecto. En compensación propone disolver la Compañía de Jesús y someter a las de– más órdenes religiosas a una ley especial que posibilite al Estado controlar todas sus actividades. Tan eficaz fue el discur– so que los socialistas retiran su proyecto y aceptan el artículo constitucional, pro– puesto por Azaña. Pese a sus injusticias - alguna ya hemos hecho notar-, ¿no 44/ANTHROPOS 122/123 era para estar agradecidos al artículo y a quien lo propuso quienes pudimos per– manecer en nuestras residencias, prosi– guiendo nuestros estudios y nuestra for– mación? De esto, sin embargo, no recuerdo que se hablara. Pero se comen– taba un día y otro el punto de partida del discurso de Azaña cuando proclamó: «España ha dejado de ser católica». Era reído cada vez que tenía lugar una masi– va concentración de fieles católicos. Hoy pienso, para ulterior escándalo de los píos, que Azaña se anticipaba, no en su intención antirreligiosa, pero sí políti– camente a mi actitud del 6 de diciembre de 1977. También yo, votando una Constitución laica, que no menta el nom– bre de Dios, declaraba que en el aspecto político de la convivencia ciudadana Es– paña dejaba de ser católica. Surge, pues, de modo ineludible, esta pregunta: ¿Cómo he llegado yo a aceptar lo que un Enrique Rivera de Ventosa con el Doctor W. Strobl y Tarsicio Padilha, organizador de la 111 Semana Internacional de Filosofía de Salvador. Brasil, 1976 día pensé que era incompatible con mi fe religiosa? Ecce quaestio... Clara evolución se da en la tradición nacional en tomo a este importante y vi– drioso problema. Lo presento en su di– mensión socio-política porque dentro de ella puedo precisar mejor mi postura personal. Cinco etapas distingo en la misma que presento brevemente. La primera etapa la sitúo en tomo a la Constitución de 1876, art. 11 . Permitía este artículo, después de reconocer como Religión del Estado la Católica, el ejerci– cio privado de otros cultos. Combatieron esta concesión al culto privado no sólo los tradicionalistas e integristas, acaudi– llados por los Nocedal, sino también los organizadores de la Unión Católica, di– rigidos políticamente por A. Pida) y Man y doctrinariamente por Menéndez Pela- yo, quien escribe su Historia de los hete– rodoxos para mostrar el sinfundamento de tal artículo. La vigencia de esta men– talidad la hace patente el autorizado ca– nonista E. Regatillo. Cita la última y fa– mosa página de los Heterodoxos para respaldar la unidad católica que asume como norma El Concordato Español de 1953 (véase su obra con este título, San– tander, 1961,p. 132). La segunda etapa queda enmarcada por el Fuero de los Españoles, promulga– do en 1945. Repite, casi al pie de la letra, el polémico art. 11 de la Constitución de 1876. Pero setenta años más tarde ya no se le combate, al menos abiertamente. Ni se juzga que ponga en peligro la unidad católica, mentalidad que todavía se mantiene y da la pauta al Concordato ci– tado de 1953. La tercera etapa se inicia al abrirse España a la vida internacional por sus acuerdos con los Estados Unidos, año 1953. Eisenhower, en su visita a Madrid en 1959, hizo presiones a favor de la li– bertad religiosa. El ministro de Asuntos Exteriores, F. Castiella, patrocina esta apertura. Y se llega en septiembre de 1964 a redactar un proyecto por este mi– nistro y los obispos, proyecto que fue bien visto por Franco. Pero al ser presen– tado al Consejo de Ministros -copio a Quintín Aldea- «Carrero Blanco, ras– gándose las vestiduras, arremetió sin mi– ramientos, indicando que abrir brecha en la unidad religiosa significaba poner en peligro la unidad política del Estado... Solamente Manuel Fraga defendió el proyecto como un león» (Manual de la Historia de la Iglesia , X, Texto Com– plementario, Barcelona, Herder, 1987, p. 373). El comentario sobra aquí. La cuarta etapa vino muy después de esta tercera. El 7 de diciembre de 1965, el día anterior a la clausura del Vaticano II, se promulga por éste la Declaración so– bre la libertad religiosa. El gobierno es– pañol tuvo que aceptar su contenido por haberse comprometido a hacer suyas las enseñanzas de la Iglesia. De aquí que año y medio más tarde, el 26 de junio de 1967, se promulga la ley de tolerancia religio– sa. Pese a millones de reticencias, el Con– cilio cerró para siempre la boca a una in– vidente tradición religiosa nacional. La quinta etapa se desliza en la llama– da «época de cambio» con el paso de la dictadura personal a la monarquía parla– mentaria y democrática. En la concien– cia nacional se va haciendo sentir como un máximo bien la convivencia pacífica al margen de posibles discrepancias. Pienso que hasta el terrorismo de ETA ha contribuido a que la inmensa mayoría de los españoles se haya hecho más sen– sible a este sentido de convivencia. En Francisco de Vitoria hallé fundamento

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