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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Sobre el influjo en mi inicial pensa– miento, además de la filosofía escolásti– ca, en su doble vertiente franciscana y tomista, en las que yo .veía asumida la gran filosofía clásica platónico-aristoté– lica, debo recordar tres autores -con prevalencia a otros muchos- que inci– dieron en la gestación de mi talante filo– sófico: Menéndez Pelayo, Balmes y Leibniz. Menéndez Pelayo nos era muy fami– liar en Montehano, lugar de mi residen– cia en los tres años del curso filosófico. Se halla en la bahía de Santoña (Canta– bria). En su iglesia recibió sepultura, el año 1597, Dña. Bárbara de Blomberg, madre de D. Juan de Austria. También se halla la tumba de la marquesa de Viluma, sobre la cual puso Menéndez Pelayo su inscripción: «Hic jacet in spe resurrectio– nis...». Se sentía cerca al maestro. Tenía– mos, por otra parte, a nuestra disposición sus obras. Con qué entusiasmo leía La Ciencia Española -menos el tercer vo– lumen, Inventario bibliográfico de la Ciencia Española, hoy muy consul– tado-. Esta lectura me producía gran impacto al hacerme vivir las polémicas del maestro, tanto por la izquierda con los krausistas, como por la derecha con los tomistas y colaboradores de El Siglo Futuro . Otras lecturas del mismo me hi– cieron caer en la feliz trampa de que ha– bla M. de Unamuno al suscitar en mí aprecio y gusto por la filosofía alemana a la que tanto impugna. Mi alta estima de Hegel, como pensador, deriva de aque– llas juveniles lecturas de las Ideas Estéti– cas. Este clima me incitó ya entonces a tomar en mis manos la Gramática Ale– mana, que me inició en el conocimiento de esta lengua. Pero nada, quizá, haya influido tanto en mi largo y tenso trabajo intelectual como las palabras finales del Discur– so pronunciado en el Primer Congreso Católico Nacional, 2 de mayo de 1889 -en su centenario escribo--. En este diorama de mi vida intelectual me place transcribirlas en forma relevante: Y entretanto los católicos españoles... dis– traídos en cuestiones estúpidas, en sus amar– gas recriminaciones personales, vemos avan– zar con la mayor indiferencia la marea de las impiedades sabias y corromper cada día un alma joven, y no acudimos ni a la brecha cada días más abie1ta de la Metafísica, ni a la de la exégesis bíblica, ni a la de las ciencias natura– les, ni a la de las ciencias históricas, ni a nin– guno de los campos donde siquiera se dilatan los pulmones con el aire generoso de las grandes batallas [Edición Nac., Santander, 1948, 43,p.298]. Para bien o para mal -pienso haber sido más para bien, pese a mis «ex futu– ros» tronchados , que diría M. de Una- muno- el programa intelectual diseña– do en estas líneas quedó en mi concien– cia como un perenne reclamo, que me ha Eido imprescindible desofr. También he leído reiteradamente en esas líneas un reproche al pensamiento cristiano espa– ñol de este siglo. Menéndez Pelayo ha venido a ser más arma de combate para la calle que modelo de sosegado trabajo intelectual. Esto no obsta a que nos sin– tamos agradecidos con quienes nos han puesto en la mano la edición nacional de sus obras. Últimamente se está publican– do la rica mina de su Epistolario por el director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, M. Revuelta Sañudo. Mi amis– tad con el mismo y los grandes méritos que le reconozco no me impiden desear para que nuestras reuniones santanderi– nas en la Universidad de verano y en la 3iblioteca del Maestro logren, no sólo aclararle y defenderle, sino también for- Fiosofia maoNES PAlJUNAS mar en torno a su obra una escuela de pensamiento literario-filosófico con mentalidad creadora. Otro nombre que se me hizo familiar en mi juventud filosófica fue el de Jaime Balmes. Mi máxima deuda con él es el haber creado en mí el clima sereno en que ha respirado mi filosofar. Aprendí de memoria muchas de las sopesadas re– glas de El Criterio. Su «bon seny» cata– lán lo he tenido muy presente. La Filosofía Fundamental del mismo me abrió los ojos a las grandes cuestiones de la filosofía moderna. Mi estima de los grandes pensadores del siglo XVII, Des– cartes, Leibniz, Pascal, etc. en él tienen una de sus fuentes. Hasta sus duras críti– cas, no siempre certeras, me hacían me– ditar. Qué irónico y punzante al concluir la exposición de Berkeley con esta frase: «La locura por ser sublime no deja de ser locura» (Filosofía Fundam., lib. 1, c. II, 12). De modo igualmente cáustico expo– ne a Fichte en estos términos: «A es A, o A es igual a A. Asombroso descubri– miento» (Historia de la Filosofía, LVI). Se le ha reprochado no haber llegado a comprender la filosofía transcendental alemana. El reproche es infundado desde la historia interna de la filosofía en Espa– ña. Por lo que a mí atañe, me hizo entre– ver el inmenso panorama de la misma que reiteradamente después he intentado cruzar. La obra balmesiana que más rastro dejó en mí ha sido El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea. Reconozco su desfase en temas esen– ciales y candentes. Pero siento dentro de mí un rescoldo de la misma que aún enciende en mi conciencia chispas ilu– minadoras. Del encuentro con América al encuentro con el hombre es el título de uno de mis libros en gestación, alumbrado ya como curso universitario, en 1989, a los alumnos doctorandos de mi Universidad Pontificia En la prepa– ración del mismo me hice cargo de que, durante tres siglos -del XVII al XIX-, Balmes representa la escuela española del derecho al estudiar el lla– mado populismo español frente al Con– trato Social de Rousseau. Como F. de Vitoria vino a ser en estos tres siglos un Guadiana bajo tierra, Balmes apoya su populismo primariamente en Belarmino y lo halla confirmado en Suárez. Esta li– mitación de Balmes en la historia del de– recho agranda, desde otra perspectiva, su mérito por haber superado la falta de continuidad en el pensamiento hispano. Mayor emoción me sigue causando Balmes cuando estudia el tema polémico de la esclavitud. Confieso tener prefe– rencia por algunas de mis lecciones uni– versitarias. En una de ellas he expuesto, a doble columna, los epítetos que da Aristóteles al esclavo y los que le da San Pablo en Carta a Filemón. Olvidado el tema durante siglos - también por Vito– ria, Las Casas y Sepúlveda-, Balmes resume lo que sobre el esclavo opina Aristóteles, al declararle tal por su mis– ma naturaleza física. Esta tesis la confir– ma Aristóteles, distinguiendo entre «ór– ganon ém-psychon» y «6rganon á-psy– chon». Ambos son instrumentos de servicio para el amo. La diferencia está en que el primero es un instrumento «con alma» - el esclavo-y el otro, ins– trumento «sin alma» --el arado del ga– yán o el yunque del herrero-. Una mon– taña de vejaciones y tropelías es nada ante esta escalofriante antropología del esclavo. «Miserable filosofía, comenta Balmes... Filosofía cruel la que así pro- 122/123 M~THROPOS/41

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