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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN de Salamanca, tan cultivado por mi buen amigo el canónigo José Sánchez Vaque– ro, mantengo una cordial amistad con pastores luteranos de Finlandia. Vienen a Salamanca a impregnarse de la mística española. Uno de ellos está preparando su tesis doctoral para presentarla en la Universidad de Turku, sobre la presen– cia de los evangelios en la mentalidad religiosa de M. de Unamuno. Qué satis– facción poder intercambiar largos diálo– gos con ellos. Ante estas relaciones personales y anecdóticas doy gracias porque mi ecu– menismo de raigambre infantil se haya perpetuado en fecunda acción con quie– nes aman, como yo, el Evangelio. Y va– mos juntos a hacer presente en el mundo de hoy el pensamiento cristiano. Mi clara abertura a otras mentalidades distintas de aquella en que he vivido y pensado desde mi infancia ha dado pie a que más de un colega me haya pregunta– do por el origen de esta mi actitud de comprensión. Debo responder que un fe– nómeno complejo proviene de múltiples causas. En una de ellas me quiero dete– ner ahora: la formación humanística en mi seminario. Esta formación no sólo posibilitó mis estudios ulteriores sino que me hizo también tomar conciencia de los distintos planos de la cultura en orden a valorarlos y asimilar tales valo– res. Sin detrimento de la alta vida religio– sa que el seminario vivía puedo atesti– guar, para escándalo del abate Gaume, quien pensaba que las humanidades ha– bían descristianizado a Europa desde el Renacimiento, que durante los cinco años de mis estudios de latín no tradujera como lección ni una línea del latín bíbli– co o eclesial. Tan sólo un profesor vino con su Breviario al aula para leer y co– mentar el himno de Prudencia a los San– tos Inocentes: Salvete flores martyrum.. . Se me grabó el último verso que nos des– cribe a los niños jugando bajo el altar con sus palmas y coronas: «palma et co– ronis luditis». La formación era total– mente y sin ningún escrúpulo clásica: Fedro, Nepote, Cicerón, César, Tito Li– vio, Salustio, Tácito, para la prosa; para el verso, Ovidio, Horacio, Virgilio... Con el profesor reíamos los alumnos cuando Horacio se declaraba: «Epicuri de grege porcum» (Ep., I, IV, v. 16). Pero de este lechoncito de la piara de Epicuro gustábamos sus Odas - Carmi– na- y aprendíamos de memoria mu– chos versos de su Ars Poetica. Vinieron a ser para mí consigna cultural. Una muestra: «Cui lecta potenter erit res, / nec facundia deseret hunc , nec lucidus ordo» (vv. 40-41). Más atrayente se me hacía Virgilio. Qué imborrable impre– sión la del final del libro II de la Eneida . Eneas en medio de las llamas de Troya 40/ANTHROPOS 122/123 AUTOPERCEPCIÓNINTELECTUAL pierde a su esposa, Creusa. Pero logra salvar a su padre Anquises cuando, ya desfallecido, lo toma a hombros camino del monte: «cessi et sublato montis geni– tore petivi» (v. final del lib. II). De Cice– rón recuerdo el Pro Ligario con su sor– prendente inicio: «Novum crimen... ». Pero me siento algo contrariado porque se me hiciera aprender el irrepetible «Quousque tandem..» de las Catilina– rias y no se nos hicieran familiares las cartas que hoy con tanto gusto releo. Di– fícil , en verdad, me ha sido desprender– me del aparatoso orador de las arengas hasta llegar al Cicerón sencillo y cordial de sus Cartas. Por esto que escribo es patente que en mi seminario no había la menor preven– ción contra la formación humanística. Se seguía la consigna de M. Menéndez Pelayo: «Grecia en gracia de Dios». Este doble plano ha estado siempre pre– sente en mi espíritu y me ha facilitado asimilar cuanto de bueno he hallado en mis lecturas. Mi estima de Horacio nun– ca me ha exigido compartir su epicureís– mo. Más tarde leeré intensamente a He– gel, a pesar de que casi siempre acabara contrariado, excepto en sus claras pági– nas sobre el arte. Pero, aunque no pueda hacer mía la marcha ascendente de la Fenomenología del espíritu -lo hice ver en mi estudio: «Itinerario mental de dos grandes pensadores: San Buenaven– tura y Hegel. Estudio comparativo» (Laurentianum , 4 [1974] , 455-486)-, ello no ha sido obstáculo a mi intento de asimilar su fuerza lógica y la riqueza de sus experiencias metafísicas. Fue, con todo, un fallo en Hegel no haber te– nido otras experiencias. Careció espe– cialmente de las religiosas. Sólo cultivó las que le ofrecía su logos, superlativa– mente desarrollado. X. Zubiri ha puesto este tema muy en relieve al distinguir entre lo teologal - ligado a la viven– cia- y lo teológico -obra del logos . Hegel, manifiestamente, optó por el la– gos, sin pensar en otra vía. Hasta Hegel he llegado desde los estu– dios humanísticos de mi seminario. Muy perenne ha sido lo que en él aprendí. Sabido es que las órdenes religiosas tienen un noviciado de prueba. A los 15 años hice yo el mío. Ya estaba bas– tante avispado y con la mejor memoria de mi vida. Dos de los libros que leí se me grabaron para siempre: Los ideales de San Francisco de H. Felder y Ejerci– cios de pe,fección del P. Rodríguez. El primero ha sido vademecum de mi vi– vencia franciscana. El segundo, al salir del noviciado, lo metí en la trastienda. No me iba. Años más tarde me fui inte– resando por el estoicismo. A este sistema no valoré en mis estudios de formación. Ahora me atrae cada vez más. Me parece seguir en ello a San Pablo, al aceptar ple– namente las virtudes naturales que prac– ticaban sus queridos fieles de Filipos. Nada de extraño, pues, que mis lecturas del P. Rodríguez, con sus incontables ci– tas de Séneca y Epicteto, retornen de ~uevo a mi memoria. Al mismo tiempo Angel Ganivet me ha dicho que el estoi– cismo es una de las constantes del alma hispánica. Bien quisiera, en este atarde– cer, unir el grácil franciscanismo de mi espiritualidad con el recio temple del es– toicismo hispánico. De los 16 a los 19 años cursé tres cur– sos de filosofía con las ciencias: mate– máticas, historia natural, física, química, etc. Esta formación especulativa era completada con ejercicios literarios y musicales. Me atraía el conocimiento de las ciencias, pero percibí con nitidez que mi derrotero intelectual iba por la filoso– fía. También tomé conciencia de lo im– prescindible que me iba a ser la expre– sión literaria, máxime por cuanto carecía de facilidad para exponer mi pensamien– to. Pese a todo creí llegado el momento de estudiar ya en se1io filosofía. A este estudio me entregué de lleno. Puedo tes– timoniar que en los exámenes finales del primer año tuve que exponer esta nada fácil lección: De distinctionibus in me– taphysica Duns Scoti. Me defendí lo me– jor que pude. Pero hoy reconozco ser muy deudor a estos mis primeros esfuer– zos filosóficos . No se crea, con todo, que este examen sobre la metafísica de Escoto signifique que fue reciamente escotista mi forma– ción filosófica. Por fortuna, el ambiente escolástico de mi colegio era abierto. Y Santo Tomás, el doctor más estudiado y comentado. Doble motivo había en esta preferencia: las claras normas de la Igle– sia y el que mis profesores estuvieran formados en la Universidad Gregoriana -a donde iría yo también- . Pero, como franciscanos , nos sentíamos obli– gados a conocer nuestros doctores, de quienes, profesores y alumnos, teníamos muy alta estima. Pienso que esta duali– dad, lejos de enturbiar mi espíritu, me lo aclimató a una reflexión serena y ponde– rada, que ha eliminado en mí, hasta el día de hoy, todo compromiso definitivo que no sea con la Verdad mayúscula, o con cualquier partecita derivada de la misma: la verdad minúscula, la única que es dable al hombre. Un caso pone al vivo la sana indepen– dencia en que vivíamos los alumnos. Un profesor nos lee la crítica dura que publi– có La Ciencia Tomista contra Amor Rui– bal. Nosotros, que leíamos Los proble– mas fundamentales ... , muy citados por el ya recordado P. Pío en su Teodicea, nuestro libro de texto, le contradijimos con la decisión de alumnos engallados.

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