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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL M. de Unamuno, sobre el que he escrito, en comunión de querencias, mi obra: Unamuno y Dios. Intelectualmente logré en estos años una plena claridad en el análisis de las llamadas por la Real Academia «partes de la oración». Esta claridad de análisis me facilitó el acceso a las lenguas clási– cas -latín y griego- que iba a iniciar en el Seminario de PP. Capuchinos de El Pardo. A este seminario llegué el 25 de sep– tiembre de 1923. Con regusto evoco mi primera experiencia cultural en el mis– mo, a los cinco días de mi llegada. Fue el 30 de septiembre, domingo y fiesta de San Jerónimo. Como el director del co– legio llevaba ese nombre, se le hizo un homenaje. Un número del mismo fue la representación escénica del auto sacra– mental de Calderón: La Iglesia sitiada. Se me grabó ver, en el centro del esce– nario, a la Iglesia, serena y majestuosa, teniendo a sus pies la Gentilidad, el Ma– ~ometismo y el Judaísmo y la Herejía. Esta resistiéndose la que más. Es claro que no alcancé el sentido de tanta histo– ria y teología. Pero fue un presagio feliz que el simbolismo calderoniano me haya mecido en el alborear de mis estu– dios. Unos días después sentía un infantil entusiasmo aprendiendo las cinco decli– naciones latinas y los pretéritos y supi– nos. Y qué pueril vanidad al manejar muy serio el excelente diccionario latino de Raimundo de Miguel. Todavía me es de frecuente consulta. Esto quiere decir que sigo viviendo de aquellos iniciales saberes humanísticos. En efecto, una de mis reflexiones más prolongadas, en espera próxima de una síntesis final, versa en torno a las formas fundamentales del amor. Estas reflexio– nes me hubieran sido imposibles sin el griego que aprendí en mis años de semi– nario. De la vida universitaria puedo re– cordar, entre muchos casos, el comen– tario sólido y penetrante del profesor G. Gundlach a la Política de Aristóteles. Mis conocimientos del griego me facili– taron el diálogo con mi profesor y pude servir de ayuda a mis condiscípulos, me– nos avezados a dicha lengua. Ahora, en mis estudios sobre Vitoria, Las Casas y Sepúlveda el texto griego me hace ver el modo deficiente de cómo estos interpre– taban a Aristóteles, tan presente en la problemática ideológica indiana. Igualmente no puedo silenciar que en el seminario me inicié en las lecturas his– tóricas. Bajo los pinos que rodean el se– minario leí en los días de asueto, en tiempos de calor, la Historia de España del historiador gallego A. Cavanilles. Me emociona tenerlo en mi biblioteca. Lo contrario me acaeció con los libros de cuentos para niños. Como no es verdad, me decía... Desde entonces he sido un te– naz lector de historia. Finalmente, me es grato recordar el mejor tesoro que tienen los PP. Capuchi– nos de El Pardo: la imagen del Santo Cristo, obra de Gregorio Hernández. Fue regalo de Felipe III al concederles, en 1613, poder vivir en el sitio real. No hay por qué ponderar una vez más el valor artístico de la imagen. Pero no puedo menos de dejar constatado que a sus pies se inició en mí el espíritu ecuménico que siempre me ha animado. Ante el Cristo cantábamos una de las corales de la Pa– :.ión de San Mateo de J.S. Bach. Que este gran músico fuera protestante no le :-estaba popularidad en mi seminario por sus corales, fugas , sonatas, etc. Cuando años después , a los 17, leo en mi curso de filosofía las obras de Leibniz, espe– cialmente su Teodicea, percibo que re– zuman cristianismo en todas sus letras. ~i ecumenismo se reafirmó entonces :;on Leibniz, quien, en sus relaciones con Bossuet, trabajó porque fuera efectiva la :mión de los cristianos. Mi espíritu siem– :xe así Jo deseó. - Treinta y cinco años más tarde, en 1965, invitado en Kaiserlautern (Palati– :iado alemán) a una cena familiar en casa je un pastor protestante, quedé edifica– jo de su profundo sentido religioso. Unos años más tarde, en 1970, en un co– loquio de profesores que tuvo lugar en Salzburgo con ocasión de un Congreso Internacional sobre el «futuro de la reli– gión», intimé con el teólogo protestante Ernst Benz. Le acompañé en su venida a Salamanca, habiendo comentado larga– mente su obra principal que me ofreció en obsequio: Ecclesia Spiritualis. El sub– título señala que es un estudio sobre la vi– sión franciscana de la historia. Como franciscano me creyó en línea con esta dirección, a la que, sin embargo, he acu– sado reiteradamente de falsificar el ge– nuino espíritu de San Francisco, pese a que muchos franciscanos asumieran las ideas de Joaquín de Fiore. Como E. Benz mantiene en su libro la tesis contraria a la mía, no nos pudimos acordar en nuestros largos diálogos. Sin embargo, no puedo menos de recordar dos de sus anécdotas. La primera se adentra en la historia ínti– ma del Modernismo, puesto éste en som– bra por mi profesor de teología dogmáti– ca que vivió en Roma los días de la ex– comunión de Ernesto Bonaiutti. Me hace saber E. Benz que este teólogo moder– nista fue su maestro en los años de sus estudios en Italia. Y de él contaba con añoranza que, al ser excomulgado, la fa– cultad protestante de teología de Lausan– ne le ofreció la cátedra de Historia de las Religiones, pero sólo si renunciaba a su catolicismo. Y el excomulgado vitando, E. Bonaiutti, renunció a tan ilustre cáte– dra por no renunciar a su catolicismo. Para venerar los misterios de las con– ciencias. La segunda anécdota hace referencia a la praxis del yoga, muy en el ambiente europeo en torno a 1970. Al comentar este hecho, se me encara E. Benz para decirme -me hablaba casi siempre en italiano-: «Los españoles tienen en sus grandes místicos: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, etc., una escuela del me– jor de los yagas. Sería lamentable que se dejaran seducir por otros :nétodos, más bien humanos que divinos. Más para ir por la tierra que para caminar hacia Dios». No me he olvidado del sabio con– sejo. Y a más de un amigo carmelita he repetido la anécdota, comentando al sa– bio teólogo protestante. Ahora, en este ambien:e ecumenista IV Congreso Internacional Escotista. Viena, septiembre de 1970 122/123 Ar-JTHROPOS/39

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