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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Dios en su eternidad con plenitud de per– fección y admira que en el inicio del tiem– po se comunica por pura liberalidad a to– dos los seres creados. Este su amor libe– ra/is -menester es subrayarlo--- es la única razón, la base primaria y fundamen– tal de su visión cristocéntrica del mundo. Desde este amor hace suya la consigna dada por San Pablo a sus fieles: «Todas las cosas son vuestras; vosotros sois de Cristo; Cristo es de Dios» (1 Cor, ID, 23). En la grandiosa perspectiva escotista la libre voluntad divina determina el plan cósmico en el que Cristo Jesús es Principio y Fin, Alfa y Omega. La co– rriente primaria en la estructuración del cosmos viene manifiestamente de arriba abajo. Dios se derrama en su Bondad. Y la creatura recoge el don divino en la concha de su nada. ¿Se desmorona en– tonces el plan teilhardiano, todo él un impulso ascensional hacia el Centro, el Punto Omega? ¿No hay posibilidad de un encuentro entre Dios que desciende y el hombre que sube? Esto sería suponer que el Dios de la gracia en Cristo era dis– tinto del Dios de la naturaleza cósmica, descrita por Teilhard. Pero como de he– cho sabemos que no hay más que uno, no hay motivo alguno para negar que este único Dios haya establecido desde su eternidad un paralelismo entre el or– den de la naturaleza y el orden de la gra– cia. No que el primero exija el segundo -protestarían justamente los teólo– gos- sino porque el segundo sigue, por disposición divina, una trayectoria para– lela al primero. Con esto que decimos no queda re– suelta toda la intrincada problemática que suscita el sistema de Teilhard. Pien– so, con todo, que mi última observación puede arrumbar incontables objeciones a la visión teilhardiana. Al menos el posi– ble paralelismo entre naturaleza y gracia debiera quedar como una excelsa hipóte– sis de trabajo para el pensador cristiano. Inmerso en la contemplación de pers– pectivas tan prometedoras me atrevo a formular mi visión última de la hist01ia como recapitulación -«anakephalaio– sis»- en Cristo. Y proponer a mis cole– gas, los pensadores cristianos, llevarla, como nuestro mejor mensaje, al mundo de hoy, tan necesitado y atribulado. Tan en «crisis», por servirnos de la palabra de hoy tan en uso y abuso. Pues bien; ante la ingente cantidad de análisis de la «crisis» toca al pensamiento cristiano señalar es– peranzadores caminos de futuro. Por mi parte, no en solitario sino en buena com– pañía, he hecho parte preferente del traba– jo que me resta hacer y mostrar que la «agápe», este amor cristiano, es la mejor solución, teórica y práctica, para nuestra reconocida «crisis». Invitado al II Congreso Mundial de 36/ANTHROPOS 122/123 Filosofía Cristiana, celebrado en Monte– rrey (México), octubre 1986, aunque no me fue dable poder asistir, envié un estu– dio con este título: «El amor-agápe, raíz del mejor de los humanismos». Cons– ciente de que el punto de máxima grave– dad en la crisis de hoy radica en la desa– forada tendencia a la des-humanización, que ha puesto tan en relieve la novela utópica de Aldous Huxley, Brave New World, he intentado evidenciar que la nave del humanismo, con rumbo incierto desde que inicia su travesía por el mundo moderno, puede llegar a puerto feliz im– pulsada por el suave viento del amor– agápe. Este amor es crisol del mejor hu– manismo en su proclama de dar a todos, en su intento de ir creando valores por doquier, en su tender el brazo a toda rela– ción cordial y personal. Comprendo que este elevado progra– ma, visto desde la frigidez del «suum Enrique Rivera de Ventosa en una sesión de la Sociedad Española de Filosofía, durante la intervención de J.M. Rubert Candau. Madrid, 1960 cuique tribuendum», parezca ucrónico y utópico, fuera de tiempo y de lugar. Pero es hora de que los sesudos juristas refle– xionen que el justum, muy para ser pro– clamado y defendido ante un campo de concentración y similares, es lo mínimo exigido para que los humanos no ande– mos a bofetón caliente todos los días. Ya en los orígenes mismos del cristianismo los estoicos ponderaban que sobre el «suum cuique», tan cicateramente litiga– do a toda hora, estaba la «aequitas», vir– tud de gracia coadyuvante frente a la mera justicia. Pero es entonces cuando el cristianismo vino a completar con la «agápe» la hermosa escala ascendente de la vida humana con sus tres miríficos escalones: justicia-aequitas-caritas. Esta caridad - no trocada, por favor, en mera limosna, sino manteniendo toda la cálida expres1on del amor cnstiano--– romperá las poternas del odio y abrirá a esta doliente humanidad las puertas de un futuro mejor. Ya dentro de la visión cristiana de la historia a la que el cristocentrismo da su nota más peculiar, quiero comentar una vez más -lo he hecho en varias ocasio– nes- una página de M. Heidegger en su Einführung in die Metaphysik (Tübin– gen, dritte unveranderte Aufl., 1966). En esta página denuncia Heidegger que una tenaza amenaza estrangular el mejor es– píritu de Europa. Los ganchos de esta te– naza son, según él mismo, la URSS y Es– tados Unidos. Ambos son metafísica– mente iguales por su exaltación del impersonalismo del poder económico o político frente a la persona espiritual y li– bre. Ante esta amenaza el filósofo pedía que surgiera en el centro de Europa una vigorosa energía espiritual que rompiera los ganchos de la temible tenaza. ¿Alu– día con ello al movimiento nazi, muy en alza cuando él pronunció por primera vez estas palabras? Al finalizar la guerra se le acusó de ello y sufrió, por este mo– tivo, más de un contratiempo. No me toca afrontar este tema histórico. Tan sólo es menester dejar claro que si Hei– degger pensó en el nazismo, se equivo– có de medio a medio por ser peor el re– medio que la enfermedad. Mi visita al campo de concentración de Dachau, julio 1961, acompañado de un sacerdote de mi orden, que por haber sufrido en dicho campo largos meses hizo revivir en mí las crueldades perpetradas en aquel lu– gar, afectó tanto a mi sensibilidad huma– na y religiosa que durante dos días no me fue posible conciliar el sueño. Y duermo como un bendito. Sin embargo, tal vez lo más grave del nazismo, con ser lo de Da– chau tan enorme, fuera su intento de po– ner la razón a su servicio. Recuerdo, a este propósito, una anécdota alecciona– dora. Un compañero húngaro del Cole– gio Internacional Capuchino -recuerdo todavía su nombre, Jacinto de Mor- me mostró la décima o duodécima edición de la Historia Universal, muy en uso en los círculos alemanes de estudio. Con somisa franca e irónica me hacía ver cómo, en la última edición, habían cam– biado la estructura de la obra, al poner como eje central de toda la Historia a Germania en línea con el «Deutschland, Deutschland, über alles... » . Estas experiencias, a mis 28 años, son imborrables. Lo que sucede es que hoy nos hallamos, no en situación tan mala, pero sí algo semejante. En 1942 quería el nazismo poner la razón a su servicio. De hecho, para estrangularla. Hoy puede ad– vertirse que los dos grandes poderes, de– nunciados por Heidegger, son los que in– tentan, con una presión más o menos cla-

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