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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL Filosofía Española sobre el amor cristia– no como plenitud del amor inte,perso– nal. Por sentirme pensador cristiano fun– de mi actitud en el texto de San Pablo que he tomado como guía de mi vida in– telectual, refrendado especialmente por otro en el que el apóstol ha resumido todo su gran pensamiento en un solo vo– cablo: «anakephalaiosis». Con ella se– ñala que todo debe ser «recapitulado» en Cristo, cuando el amor cristiano tenga plena vigencia. En esta palabra creí po– der resumir también mi intervención. Pero el Dr. Zaragüeta me arguyó con todo su sereno empaque que no procedía mezclar filosofía y teología por ser dos saberes netamente diferentes. Traspiraba nuestro doctor lo que le habían enseñado en la Universidad Católica de Lovaina, muy partidaria de una filosofía autóno– ma, aséptica de cristianismo, aun en quienes se declaren cristianos. Volveré en momento oportuno sobre esta anéc– dota. En esta ocasión renuncié a toda ré– plica, pese a recusar la tesis en mi inte– rior. Pero he aquí que en el VI Seminario de Profesores de Historia de la Filosofía Española, que tuvo lugar en Salaman– ca, septiembre de 1988, el historiador J.L. Abellán pedía a todo pensador cristiano que empalmara sus saberes humanos en una «anakephalaiosis», en línea con la propuesta por P. Teilhard de Chardin. En un diálogo subsiguiente se comentó tan feliz programa cultural. Me sentí satisfecho de poder intervenir en dicho diálogo. Y, por supuesto, me ha parecido siempre esta actitud más abierta y comprensiva que la muy atilda– da del Dr. Zaragüeta. No se puede celar, con todo, que la mención de P. Teilhard de Chardin sigue siendo muy polémica. Y más, si cabe, entre pensadores cristianos, casi por mi– tad a favor o en contra. De entre sus críti– cos uno de ellos me ha dejado sumamen– te perplejo. Me refiero al gran historia– dor de la filosofía medieval E. Gilson. Como tal, ha tenido el inestimable méri– to de haber penetrado, desde su tomismo consciente y declarado, en sistemas tan distintos del tomista, como el de San Buenaventura y el de J. Duns Escoto. Los estudiosos de estos dos grandes doc– tores franciscanos le estamos por ello muy agradecidos y hasta endeudados. Pues bien; este historiador se ha enfren– tado con dos pensadores profundamente cristianos: Maurice Blondel y Pierre Teilhard de Chardin. Su ponderado es– tudio: «Trois lei;:ons sur le thomisme et sa situation présente» (Seminarium [Roma], 17 [1965], 682-737) es un mo– delo de incomprensión. Desearía poderle hacer, si viviera, estas dos preguntas: ¿por qué en esta ocasión ha sido tan ce– rrado a dos sistemas cristianos, tan dig- ¡pr..oto PONTIFICIA VNIVERSITAS , CRF.GOIUANA ~.'l .J~fidttn"~·(( 1 '\?e#tM;-, l)_:)l(,_t'«~- rr""""""'"'""'""'""•.,..,r"'-'";:; gr,;('o,..,~C.;c«<-· ...1.11v1u:,-.•,-~,.,...,..,... .... ....,..,,._,.l'ILU.>OUV,,. .........lfflO .............. TlllKnlNII ..... ,_,....,,,...... ,.. ..........<l. ... ,,,J b~ " '""-'TI ....,:ssl(ltC...,.,. ....,..,_,.,,...,_.,....._...,,.,.T Q ............,. ... -v.n11..-.qu..u,.,,,.nu:" ~ .,.....,..n,..~,..fTATUn·,ra>UNTl!f<IIIII .. NOMl~r• l'TIWCT◊ll!TAH 9',;.¡_, '3:Cl/)M Xll ...,.;:!-~~~~~!~~!•~~;!~-~!I~~,._ No<,u,..,.,_ ~~-~- J<-f.G,"-11'"1k,:t, \9~11t,,~... llO(;l'Qnf.M "' 'lba'o.~<>¡,Gict .....,.,......,...........,.,., Título de Doctor en Filosofía de Enrique Rivera de Ventosa, por la Universidad Pon1ificia Gregoriana en 1953 nos de estudio? Y ¿a qué se debe el que su penetrante ojo no haya visto en ellos más que sus puntos más discutibles? No es el momento de responder a es– tas preguntas. Pero sí de subrayar ante ésta y actitudes semejantes, que ha llega– do la hora de que el pensamiento cristia– no, en estas postrimerías del siglo XX, realice la asimilación de los mejores va– lores -todos ellos, a ser posible-, como pedía en magnífico programa nuestro gran pensador X. Zubiri. Sólo así cumplirá su alta misión cara al próxi– mo milenio. Por mi parte, consciente de mi gran limitación, pero con reciedum– bre dicidida, trataré de cumplirlo. Y aho– ra en concreto con los dos grandes pen– sadores cristianos, objeto de repudio in– merecido por parte de E. Gilson. De M. Blondel he mostrado anterior– mente su conexión con San Buenaventu– ra. Por una correlación que sobremanera me agrada intento hacer lo mismo con P. Teilhard de Chardin respecto de Duns Escoto. Esto es tanto más incitante por cuanto el mismo Teilhard expresamente alude a este paralelismo, como en este conciso pasaje de L'activation de l' éner– gie (París, Seuil, 1963, p. 158): «cf. l'idée scotiste sur la nécessité de que/– que Incarnation». Debo recordar aquí que mi preocupa– ción por Teilhard de Chardin data de lar– go. Lo oí mentar con poca acquiescencia en la Universidad Gregoriana por el pro– fesor que explicaba Antropología Cultu– ral. ¿No estaba entonces discutiendo la Curia General de los PP. Jesuitas si pro– cedía dar licencia de impresión a sus es– critos? Un poco al aire me quedé con que defendía un evolucionismo total, im– pregnado de misticismo. Me llamó la atención que alguien intentara una vinculación ideológica entre la paleoan– tropología y la mística. Pero no halló en– tonces la razón. Todavía no :ne era posi– ble leerme de una sentada, como años más tarde, Le milieu divin . Esto tuvo lu– gar cuando la explosión teilhardiana en torno a 1960. Años después, en 1963, or– ganicé con estudiantes del Colegio Uni– versitario de San Carlos y del Colegio de Filosofía de PP. Capuchinos en Salaman– ca-La Serna un seminario de estudios, en el que dedicamos nuestras reflexiones y diálogos a Teilhard. Conservo las Actas de dichas reuniones y el guión de mis conferencias. Imposible dar un resumen de ellas aquí. Pero me place dejar cons– tancia de que mis alumnos percibieron la necesidad urgente de que el pensamiento cristiano hiciera suyo cuanto la filosofía y la ciencia han clarificado con sus res– pectivos saberes, insertándolos en la sín– tesis sapiencial cristiana. Ne éramos par– cos en poner reparos a las atrevidas afir– maciones de Teilhard. Tan es así que estos coloquios me incitaren a hablar a algunos de los máximos teilhardianos es– pañoles, a los que me permití hacerles esta serena advertencia: «Hoy -hacia 1965- está en su acmé este entusiasta pensador cristiano. Pero si no se seleccio– na lo mejor de su obra y ne se subsanan los claros fallos de la rrrsma, pasará como un turbión de mucho alboroto y de pocos efectos benéficos». Me temo haber sido en esta ocasión profeta de mal agüe– ro cumplido. Por lo que a mí toca, tomé la actitud que vengo asumiendo a lo largo de mi proceso mental. Es decir, un intento de hacer mío cuanto de valioso halle en los demás, y una crítica serena y decidida a lo falso y turbio que se dé en cualquier sistema, por muy acreditado que se le juzgue. Las dos ideas más valiosas y es– pecialmente fecundas de la síntesis de Teilhard de Chardin me han parecido es– tas dos: la cosmogénesis y la corriente centralista del cosmos hacia el Punto Omega. Con estas dos ideas galvanicé mi visión de la historia que en la década de 1960 al setenta tanto me preocupó. La cosmogénesis teilhardiana me ha– cía ver que la concepción clásica del cos– mos, interpretado como un orden bello, pero ya plenamente realizado, «ordo factus», debía ser completada por una concepción que mostrase cómo el cos– mos se halla parcialmente en devenir. Determinar las provincias de la realidad donde tiene lugar este devenir, pienso que es uno de los grandes temas del pen– samiento futuro, cristiano y no cristiano. Teilhard de Chardin ha sido uno de los que más ha radicalizado este devenir, si– guiendo la línea señalada por H. Bergson a «l' élan vital». Pero la monogénesis, 122/123 ANTHROPOS/33

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