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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN «El voluntarismo de San Buenaventura», este entrecruce de platonismo y cristia– nismo ha sido una de mis preocupaciones intelectuales más acuciantes. Al estudiar la ve1tiente del voluntarismo metafísico se impuso a mi mente la concepción de la idea de Bien, que tenía su fórmula en el Bonum est diffusivum sui. Sintiendo apo– yo en los dos grandes doctores francisca– nos, Alejandro de Hales y San Buena– ventura, pensaban que la Bondad está ín– timamente enlazada a la idea de ser. Es para el ser su razón de dilatarse, ya que el ser no se dilata en cuanto «es», sino en cuanto «es bueno» (ms. inédito, p. 170). Y en otro lugar: «Es, pues, manifiesto que según S. Buenaventura el principio: Bonum est dif.{usivum sui, es un principio general, que con causalidad eficiente se extiende por todos los reinos del ser» (ms., p. 221). Contra esta exposición doctrinal del fa– moso principio tenía frente a mí a Santo Tomás, quien tan sólo atribuye al Bien una mera causalidad final. Al optar San Buenaventura también por la eficiente, ¿no declinaba con ello a ese modo de pa– ganía que rezuma el neoplatonismo de Plotino con su panteísmo dinámico? Dá– maso Alonso denuncia como malos in– térpretes de Fray Luis a los que leen en sus versos un tinte de paganía. Pues bien, creo que en esta ocasión Fray Luis respi– ra en el mismo clima mental que San Buenaventura, como he mostrado en mi estudio: «El primado de Cristo en Duns Escoto y Fray Luis de León» (Religión y Cultura [1976] , 485-502). El texto de Fray Luis que comento en p. 499 lo prueba: «Bonum ex natura sua est diffu– sivum sui, et summum bonum summo modo diffusivum...». El mismo clima, desde otro ángulo, ve Alain Guy según el texto que cito del mismo en p. 498 : «El historiador de la filosofía no deja, una vez más, de aproximar Fray Luis al gran Plotino». Es, pues, evidente la inserción del pla– tonismo en la mente de San Buenaventu– ra y de Fray Luis. Y tengo el recuerdo algo penoso de que, al preparar la defen– sa de mi tesis, trasudaba ante las expre– siones neoplatónicas que San Buenaven– tura asumía y que yo buscaba modo y manera de justificar. Tales eran las com– paraciones muy repetidas de que el Sumo Principio, el Bien o el Uno, se di– funden como el sol -élios- que espar– ce sus rayos; como la fuente -pegé– que derrama sus aguas. Dionisia Areo– pagita tuvo preferencia por el vocablo pr6odos -proceso-- que San Buena– ventura vierte por el fastidioso término de «emanatio». En su sentido obvio es– tos términos pueden ser expresión de un rígido panteísmo dinámico, emanatista según muchos. Así de hecho acaece en AUTOPERCEPCIÓNINTELECTUAL Plotino. Pero San Buenaventura y los que le siguen -Fray Luis de León, entre ellos- introducen en este mundo de to– tal necesidad la libre voluntad divina, como resorte decisivo, en el origen de todos los seres creados. Con este influjo de la acción libre de Dios las fórmulas neoplatónicas ya pierden su obvio senti– do emanatista de difusión necesaria. Concluimos, pues, en línea con Dámaso Alonso, que el tenso entrecruce de plato– nismo y cristianismo puede dar pretexto para atribuir a los doctores cristianos al– guna sombra de paganía. Esta sombra de paganía desaparece por completo en la concepción de J. Duns Es– coto. Mantiene sustancialmente la meta– física del Bien y el principio que la re– sume: «Bonum est dijj'usivum sui». Pero, en su razonamiento sobre la Trinidad, no cree posible demostrar dicho misterio «ni al fiel ni al infiel» por razones nece– sarias, fundadas en dicha metafísica como hizo San Buenaventura. Por lo que toca al proceso de los seres respecto del Primer Principio, se desentiende del len– guaje neoplatónico para subrayar enérgi– camente la libérrima acción de Dios. El amor comunicativo de éste es pura libe– ralidad, totalmente gratuita. Para esta alta metafísica de Duns Escoto he hallado corroboración en M. Blondel. Durante largos años fui lec– tor asiduo de su trilogía: La pensée , L' étre, L'action. Al fin tuve la fortuna de meditar sobre su síntesis última: La phi– losophie et l' esprit chrétien (2 vols., Pa– rís, P.U.F., 1946-50), junto con su com– plemento: Exigences philosophiques du Christianisme (1950). Siguiendo mimé– todo de escribir artículos para repensar con más detención y responsabilidad en los temas respectivos, dediqué al Blon– del de la última síntesis dos estudios: «El primado de Cristo... » (ya cit.); «Dos pensadores cristocéntricos: San Buena– ventura y M. Blondel» (Estudios Fran– ciscanos, 75 [1974] , 339-378). Me im– presionó en verdad que un pensador tan en la corriente agustiniano-franciscana, se haya enfrentado con la metafísica del Bonum est diffusivum sui, en cuanto este principio parecía contener en sí la raíz óntica de las comunicaciones divinas. En un breve texto resume M. Blondel su larga impugnación del emanatismo pagano de Plotino, inasimilable por un pensamiento fiel a las exigencias filosófi– cas del cristianismo. Este es el texto que me ha hecho largamente pensar: «Bonum est diffusivum sui; formule qui par ce neutre meme, risque de conférir a Dieu une sorte de nature spontanément rayon– nante comme un foyer physique de cha– leur, indépendanment de toute libre gé– nérosité» (La philosophie.. ., p. 39). Un cotejo de este texto con la letra y el espí– ritu de mi tesis doctoral pondría en evi– dencia su discrepancia. ¿Debo entonces renunciar en este otoño mental a la meta– física del Bien, tan luciente en mi prima– vera? En un acto de sinceridad puedo de– cir que no me es posible renunciar a tal metafísica. Veo en ella una de esas cues– tiones últimas que atraen y fascinan, aun– que haya que caminar por estas serranías del espíritu, tanteando como el ciego con su cayado. Para recordar la frase, que vie– ne a la memoria del gran historiador de la filosofía medieval, E. Gilson: La metafí– sica está condenada a ignorar para siem– pre su objeto. ¿No son el Ser y el Bien su– premos objetos de la metafísica sobre los que continuamos preguntándonos sin lo- Promoción de Enrique Rivera de Ventosa en la Facultad de Filosofía de la Universicad Gregoriana, 1941-42. En la fotografía aparecen G. Delannoye, director de su tesis, más tarde rector de la Universidad y años después arzobispo-cardenal de Quito, su profesor de psicología, P. Muñoz, el rector P. Dezza y el decano R. Arnou í 22/ 123 A\ITHROPOS/31

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