BCCCAP00000000000000000000451

ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN Así llegó la amistad a ser clave en la in– terpretación de la caridad, en cuanto mu– tuo amor de Dios y del hombre. Pero venía a mi mente una objeción muy grave contra la actitud escolástica. Consiste esta objeción en que el mismo Aristóteles, que sabía mucho de la amis– tad, negó rotundamente que pudiera dar– se entre los hombres y los dioses, al no poder darse entre ellos un requisito im– prescindible: la igualdad entre los ami– gos. Es verdad que los escolásticos tu– vieron conciencia de esta objeción. La resolvieron alegando la participación en la naturaleza divina que la gracia causa en el hombre. Y cierto es que la respues– ta es muy profunda y objetiva. Pero no parece que elimine el que Dios en esta concepción es visto muy a lo humano. Late en todo este razonar un antropo– morfismo que pudiera oscurecer al «Deus semper majar» , que tan alta nos pone la Transcendencia divina. Muy otro es el cuadro encantador de la despedida de Jesús con sus discípulos. Con el corazón abierto les dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora las cosas de su amo; yo os llamo amigos porque todas las cosas que de mi Padre oí, os las di a conocer» (Jn, XV, 15). De recordar es que Jesús perdonó a sus ene– migos desde la cruz. Pero sólo a sus amigos reveló las intimidades de su Pa– dre. Cierto que estos amigos de Jesús eran rudos y sencillos pescadores. Pero buenos y sinceros que le habían ganado el corazón y la confianza. En esta huma– nización de Dios en Cristo es cuando el hombre entra en plena amistad con ÉL Y es Jesús quien nos dice -tomémosle aquí como un pensador más- que ha re– velado solamente a sus amigos los secre– tos que su Padre le ha comunicado. Re– frendan, pues, estas palabras de Jesús la tesis de que la nota esencial de la amis– tad es la confianza mutua. A ella segui– rán otras notas que se han puesto .tantas veces en relieve: mutuo deseo de hacerse bien, tendencia a convivir, a la mutua concordia en el sentir y en el obrar, etc. La cuarta forma fundamental del amor es la «agápe». Pienso que esta pa– labra griega hay que mantenerla en nues– tro lenguaje usual, como se ha aceptado el vocablo «éros» . Si no, habría que tra– ducirla por esta perífrasis: «amor cristia– no». No cabe otra traducción. Por ser «agápe» palabra puramente griega debe mantener el género femenino y la acen– tuación en la penúltima sílaba, que tie– nen en su lengua original. Así lo ha he– cho autorizadamente la escuela de Ma– drid: X. Zubiri, P. Laín Entralgo, etc. También la revista Concilium ha optado por esta única fórmula legítima. Las otras -pido reflexión filológica a mis colegas- son inaceptables. Utilizar la AUTOPERCEPCIÓNINTELECTUAL Excursión por las cercanías de Roma, con otros compañeros. « [... ]pasamos el día en el bosque conde reposó Eneas al penetrar en el Lazio por la desembocadura del Tíber. El vicerrector del Colegio Internacional Italiano de Trento olvida los decretos del Concilio de su tierra y evoca, de pie en el centro , los últimos libros de la Eneida in situ: los dioses penates traídos de Troya, la amistad de Niso y Euríalo ... Y al morir éste en una emboscada enemiga, el ternísimo llanto de su madre, la nadre eterna llorando sobre el cadáver de su hijo." expresión «el ágape» es un quid pro quo: se pasa de las comidas fraternas que tenían los primeros cristianos para fomentar la <<agápe» a que la comida haya suplanta– do al amor. Hoy, al celebrar un «ágape», nadie piensa de modo inmediato en el amor típicamente cristiano. El trasiego de esta palabra lo hace ver J. Corominas, al poner entre el vocablo griego agápe y el castellano ágape el latino agape con cambio de acento y de significación. Pa– rece, pues, justificado el criterio hispano de la escuela de Madrid al hablar y pon– derar insistentemente la «agápe» como la mejor expresión para significar la pe– culiaridad única del amor cristiano. La– mento, al concluir este importante inci– so, tener que denunciar a los colegas que, en un inconsciente colonialismo cultural, llegan al extremo de asumir en grafía y en pronunciación el uso francés de acentuar, a su.manera; la ultima síla– ba: agape. Ellos tienen su motivo para hacerlo, dado el genio de su lengua. Alain Guy, mi buen amigo, puede pon– derar «l' agape universelle» en Vives (París, Seghers,1972, p. 120). No pode– rnos seguirle en una acomodación caste– llana del vocablo griego. Hecha esta primera aclaración margi– nal, pero muy necesaria, paso a señalar las dos notas esenciales de la «agápe»: la plena gratuidad y su sentido creador. La primera nota tiene un gran comentario en la monumental obra de A. Nygren: Eros und Agape. A lo largo de muchas páginas hace ver el teólogo protestante que frente a la radical indigencia del «éros», que busca completarse en otro ser, el amor-agápe es un desbordarse de la Bondad de Dios en pura donación de gratitud creadora. San Pablo -comenta A. Nygren- cree hall ar el máximo mo– mento de este amor en que siendo noso– tros pecadores Dios haya enviado a su propio Hijo para elevamos, con su virtud creadora, a la gracia y a la santidad. Este amor tiene su refle'o en el hom– bre cuando llega a amar, como le pide el Evangelio, a su propio enemigo. Enton– ces el hombre realiza en verdad un amor inmotivado, porque al enemigo en cuan– to tal no se le cree digno de amor. Reali– za igualmente un amor creador porque si ama al enemigo es para hacerle bien y mejorarlo. Debo reconocer que en el análisis de este amor no he tenido otro enfrenta– miento que el silencio de unos -Ortega no lo toca- y el rigorismo protestante de A. Nygren. Dejando al margen los fastidiosos silencios, debo advertir que A. Nygrenjuzga ineludible tener que op– tar, o por el· amor pagano «éros» o por el amor cristiano «agápe». Pienso, por el contrario, que se da una admirable com– plementariedad entre uno y otro. Su es– cándalo ante San Agustín, por dirigirse a Dios con el agudo erotismo de su indi– gencia: «fecisti nos ad Te...», no tiene fundamento. Es menester interpretar este innegable erotismo como «gracia de Dios», que incita al hombre a que suba. A esta gracia ascendente corresponde otra gracia descendente por la que Dios sale al encuentro del hombre. Qué honda asoma aquí la tesis cristiana que adensó de modo imborrable B. Pascal: «Conso– le-toi. Tu ne me rechercherais pas si tu ne m'avais trouvé» . Comentémosla por parte nuestra anotando que, en el mo– mento mismo del primer encuentro entre Dios y el hombre, la iniciativa debe atri– buirse íntegramente a la liberalidad de 122/123 ArHHROPOS/29

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz